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viernes, 9 de enero de 2009

Ánimo, soy yo, no tengáis miedo

1Jn. 4, 11-18

Sal. 71

Jn. 6, 45-52

Laboriosa se les hizo la travesía del lago aquella tarde-noche a los discípulos. ‘Viendo el trabajo con que remaban, porque tenían viento contrario…’ comenta el evangelista. Todo fue después de la multiplicación milagrosa de los panes allá en el descampado. ‘Jesús enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hasta la orilla de Betsaida, mientras El despedía a la gente…’ Pero atravesar el lago había estado lleno de dificultades.

La travesías de la vida algunas veces se nos hace costosa también a nosotros. Es el cumplimiento de nuestras responsabilidades de cada día, las cosas que tenemos que hacer, la obligaciones; pero son también los problemas que la misma vida nos va dando; proyectos que tenemos y que no acabamos de realizar; problemas de convivencia con los que están mas cercanos; agobios que muchas veces no nos dejan ver con claridad; nos volvemos pesimistas algunas veces y pareciera que todo se nos vuelve negro y no vemos salida.

Y, como somos creyentes y nos llamamos cristianos, toda esa vida queremos envolverla con el sentido del evangelio. No nos es fácil en muchas ocasiones porque estamos confundidos y no sabemos que hacer. No nos es fácil porque nos acechan tentaciones de todo tipo, desde el desaliento y el cansancio hasta el enemigo que mete su rabito y nos tienta con multitud de cosas en nuestra mente y en nuestro corazón. Vamos muchas veces tropezando de aquí para allá y nos parece que andamos solos y sin fuerzas. Y hasta llegamos a abandonar cosas que tendrían que ser fundamentales en nuestro vivir como cristianos como puede ser nuestra oración y la vivencia sacramental.

El evangelio de hoy nos ilumina. Jesús nos está diciendo que no andamos solos, que no son fantasmas los que nos acompañan sino que es El mismo el que está a nuestro lado aunque en nuestra ceguera no seamos capaces de verlo. ‘Ánimo, soy yo, no tengáis miedo’, nos dice.

El evangelio nos ilumina porque ha comenzado diciéndonos algo importante que Jesús hacía. ‘Y después de despedirse se retiró al monte a orar’. Es algo que vemos repetido en muchas ocasiones en el evangelio. Tras toda aquella baraúnda cuando lo de la curación de la suegra de Pedro y la multitud de enfermos y poseídos que le traían a la puerta de todas partes, cuando pudo se fue a solas a un lugar apartado para orar. Lo veremos también llevarse a los discípulos a lugares tranquilos para estar con ellos. Hoy después de todo el jaleo de las multitudes que le siguen y lo de la multiplicación milagrosa de los panes ‘después de despedirse se retiró al monte a orar’.

Creo que está clara la lección. Necesitamos detenernos, hacer una parada en la vida y esto cada día. Para reflexionar, para meternos dentro de nosotros mismos, para ver la vida desde otra perspectiva, para encontrarnos con el Señor y sentir su gracia y su fuerza, para tomar conciencia que el Señor está ahí y El nunca nos falla, para llenarnos de su paz.

Es la luz que nos ilumina. Es quien nos da paz en nuestro corazón. Es la fuerza y el alimento para nuestro caminar. Muchos pueden ser los problemas, las responsabilidades, los agobios, las dificultades y tentaciones, pero que no perdamos nunca la paz del corazón. Que el Espíritu nos dé esa serenidad que necesitamos, esa calma para mirar las cosas con ojos distintos, esa paz que no nos hace dudar y nos quita todo miedo.

‘Entró en la barca con ellos y amainó el viento’. Viene Cristo a nuestra vida y nos llenamos de su paz. Ya no cabe el temor en nuestra vida. Como nos decía san Juan en la carta que hemos escuchado. ‘No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor… quien teme no ha llegado a la plenitud del amor’. Y vaya que sí experimentamos lo que es el amor que el Señor nos tiene. Vivamos en ese amor. Nos habla san Juan de forma preciosa hoy de ese amor del Señor y de ese amor que nosotros hemos de vivir. ‘Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios’. Que con El todo sea paz.

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