1Jn. 4, 7-10
Sal. 71
Mc. 6, 34-44
‘En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió a su Hijo único para que vivamos por medio de El’. Es lo que venimos celebrando en estos días de Navidad y de Epifanía; y podemos decir también que es lo que está en el meollo de nuestra fe.
Ahora en estos días lo hemos vivido con intensidad al celebrar el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre. Por nosotros y por nuestra salvación. Y el Hijo de Dios hecho hombre se manifestó al pueblo judío, significado en los pastores de Belén; y se manifestó a todos los hombres, en la estrella aparecida en el cielo y que descubrieron los magos de Oriente. Y ayer en el evangelio contemplábamos como multitudes venidas de todas partes acudían a Jesús en el comienzo de su vida pública, anunciando el Reino y sanando a todos de toda dolencia y enfermedad.
Hoy lo contemplamos como el Buen Pastor que se preocupa de sus ovejas. ¿Qué hace el pastor? Lleva a las ovejas a los mejores pastores, las conduce con toda seguridad alejadas de todo peligro, las defiende contra el lobo porque no es como el asalariado que cuando ve venir al lobo huye. Hoy nos dice el Evangelio que ‘Jesus vio una multitud y les dio lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas’.
El Pastor, como nos enseñará en otros lugares del evangelio, que alimenta a las ovejas, las cura y las protege. Jesús quiere darnos el mejor alimento para nuestra vida. Ahí está su Palabra; Palabra que es de vida y de salvación. Y realiza signos que nos hablen de toda esa vida que quiere darnos. Por eso hoy lo contemplamos que a continuación, porque es tarde, porque están lejos, porque no tienen panes suficientes para todos ya que como dicen los apóstoles necesitarían por lo menos doscientos denarios de pan, buscará darles el alimento mejor, al multiplicar milagrosamente el pan para que todos coman hasta saciarse.
Ya sabemos que los milagros son signos de algo más hondo que Cristo quiere darnos; en este caso de ese alimento que quiere ofrecernos para que tengamos vida. El vino ‘para que vivamos por medio de El’, como decíamos con la carta de san Juan. Y ese pan multiplicado milagrosamente nos está hablando de esa vida que Cristo quiere para nosotros; nos está hablando de su entrega y de su muerte; nos está hablando cómo El mismo quiere ser comida para nosotros.
Siempre vemos en este milagro de la multiplicación de los panes un signo y un anticipo de la Eucaristía. Es después de la multiplicación de los panes, como nos contará el evangelista Juan, cuando en la Sinagoga de Cafarnaún anuncie la Eucaristía, el Pan vivo bajado del cielo que es su propia carne que hemos de comer para que tengamos vida para siempre.
Recordamos que cada vez que celebramos la Eucaristía anunciamos la muerte y proclamamos la resurrección del Señor. Cada vez que comemos de su pan, el pan de la Eucaristía, estamos anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva. El quiso darnos vida y por eso murió por nosotros, pero quiere más, quiere que le comamos y por eso se nos da en la Eucaristía. Para que tengamos su vida, para que comamos su vida, para que vivamos su misma vida, para El hacerse vida nuestra en nosotros.
No rehusemos esa vida; aliméntenos de Jesús para que tengamos vida para siempre. El es nuestro Buen Pastor. Dejémonos conducir por El porque El siempre nos llevará a la mejor vida.
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