Tito 2, 1-8.11-14
Sal. 36
Lc. 17, 7-10
‘Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres’. Un texto que hace referencia a la venida de Cristo al mundo, Dios que se ha hecho hombre, trayéndonos la gracia y la salvación. Precisamente es un texto que se lee en la Misa del Nacimiento del Señor.
Su venida es para nuestra salvación. En El nos sentimos salvados y llenos de gracia. Cuando nosotros estábamos en el pecado, El nos trae la gracia y el perdón. Cuando nosotros andábamos en tinieblas, El viene a traernos la luz. Es gracia. Porque es el regalo grande que nos hace el Señor en su amor infinito por nosotros. Pero pide de nosotros una respuesta.
Supongamos que alguien porque yerra en el camino, se pierde y se ve arrastrado hacia un abismo del que no puede salir por sí mismo. Se organizará un rescate utilizando todos los medios posibles para lograr sacarlo de aquel abismo y aquel peligro en el que estaba que podía llevarlo a la muerte. El que ha sido salvado, el que ha sido rescatado, seguramente no querrá volver por aquel camino que le puede poner en peligro de nuevo su vida, se andará con cuidado, estudiará bien las rutas que ha de seguir, será más previsor, e incluso, si fuera necesario, buscará alguien que le enseñe el buen camino para no ponerse en peligro de nuevo.
Así tendríamos que ser nosotros los cristianos. Hemos sido rescatados y no de cualquier manera porque ha sido al precio de la sangre de Jesucristo. Somos conscientes, o deberíamos serlo, de que el Señor nos ha liberado, nos ha arrancado de la muerte y quiere ponernos en camino de vida. Lo normal sería que de ahora en adelante no volviéramos a las andadas; que ahora buscáramos la manera de andar por el buen camino. Es la respuesta que nos está pidiendo el Señor.
'Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres...’ Renunciemos al camino malo, renunciemos al pecado, vivamos en la vida nueva de la gracia. Como nos dice hoy san Pablo ‘enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa de nuestro Señor Jesucristo’.
Porque hemos sido salvados, lejos de nosotros las obras de las tinieblas, vivamos la obras de la luz. ‘Una vida sobria, honrada, religiosa’, que nos dice el Apóstol. La rectitud que tiene que brillar en nuestra vida. Nuestra unión agradecida y gozosa con el Señor. Nuestra vida de humildad y de amor. Hay una alegría nueva en nuestra vida: la de la salvación que recibimos -¡cuánto tendríamos que agradecerlo una y otra vez! – y la esperanza del encuentro definitivo con el Señor. ‘La dicha que esperamos: la aparición gloriosa de nuestro Señor Jesucristo’. Como termina diciendo el texto de hoy: ‘El se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras’. Somos ese pueblo purificado. Somos el pueblo del amor, ‘las buenas obras’ que nos dice el apóstol. Vivamos en ese camino de santidad que nos ofrece el Señor.
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