Filemón, 7-20
Sal. 145
Lc. 17, 20-15
‘Unos fariseos le preguntaban cuando iba a llegar el Reino de Dios’. Es la predicación repetida de Jesús a través de todo el Evangelio. Su primer anuncio era decir que estaba cerca y había que creer la Buena Noticia. Continuamente hablaba Jesús del Reino de Dios.
Una pregunta lógica que podía hacer cualquiera dado el concepto que los judíos podían tener del Reino de Dios, como vemos a través del Evangelio. Los mismos discípulos más cercanos de Jesús andaban peleándose por ver quién iba a ser el primero en el Reino de Dios. Cuando pensaban en una restauración de la soberanía de Israel que ahora se sentía subyugado bajo un poder extranjero, parece lógico la urgencia de saber cuándo iba a llegar el Reino de Dios.
También podían pensar en un mundo idílico que pudiera comenzar de un momento a otro porque podría venir alguien que lo impusiera por la fuerza. No estamos nosotros muy distantes de esta manera de ver las cosas cuando pensamos por qué Dios con su poder no hace desaparecer para siempre el mal que hay en el mundo, o por qué no pueden ser suprimidos tantos que obran el mal y son causa de la injusticia que padece nuestro mundo.
Pero lo que nos dice Jesús es distinto. No vendrá espectacularmente, no será una imposición, no es algo que viene o se impone desde fuera o por poderes humanos o externos al corazón del hombre. ‘El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros’.
Será el cambio de nuestro corazón lo que hará presente el reino de Dios. Serán las actitudes profundas de nuestro corazón las que harán presente y visible ese Reino de Dios. Será el reconocimiento desde lo más hondo de nosotros mismos de esa soberanía de Dios sobre nuestra vida lo que nos hará cambiar el corazón, lo que nos llevará a actitudes y valores nuevos, los que harán presente el Reino de Dios.
Allí donde pongamos amor y paz, justicia y autenticidad de vida, verdad y respeto, comprensión y perdón, allí podemos decir que está el Reino de Dios.
Allí donde venzamos el mal, desterremos el odio, y donde hagamos desaparecer la mentira y la falsedad, allí haremos presente el Reino de Dios.
Querrán engañarnos diciéndonos que está aquí o allí, que hagamos esto o aquello, que hay unas visiones o unas apariciones milagrosas. ‘Si os dicen que está aquí o allí no os vayáis detrás’, nos dice Jesús. ‘Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del Hombre en su día’. No podemos quedarnos en supuestas apariciones o visiones, si no hacemos en nosotros esa transformación de nuestro corazón que nos haga vivir de verdad el Reino de Dios. No lo podemos ir a buscar a un sitio o a otro, no estará más en un sitio que en otro, porque allí donde pongamos la señales del Reino, donde resplandezcan los valores del Evangelio, sea donde sea, allí sentiremos siempre la presencia del Hijo del Hombre, la presencia del Reino de Dios.
Allí donde seamos cada día capaces de vencer el mal o hacer resplandecer el amor, allí donde nos dejemos transformar por la vida nueva que El nos ofrece, donde seamos capaces de morir más a nosotros mismos, para ser más para los demás, allí estaremos viviendo el Reino de Dios.
Jesús habla de que el Hijo del Hombre ‘antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación’. Nos está hablando de la Pascua, la Pascua de Jesús en su muerte y resurrección pero de la Pascua que tenemos que vivir en nosotros, en ese morir al mal y al pecador, para renacer a una vida nueva. Por eso Pascua nos llegará, se hará presente en nuestra vida y más en nuestro mundo el Reino de Dios. El Reino de Dios está, pues, dentro de nosotros.
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