Isaías, 55, 6-9; Sal. 144; Fil. 1, 20.24-27; Mt 20, 1-16
En horas y tiempos diferentes todos somos invitados a la viña del Señor. Creo que es un esencial mensaje que nos puede dar el evangelio de este domingo. ‘El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer... a media mañana... mediodía... al media tarde... al caer la tarde... salió a contratar jornaleros para su viña’. Así nos decía la parábola del Evangelio.
Dios nos llama y nos invita. Escuchamos su especial llamada en distintos momentos de la vida. Es cierto que podemos pensar en esa primera llamada que fue ya nuestro Bautismo. Pero a través de nuestra vida hemos ido escuchando en distintos momentos esa llamada del Señor que nos invitaba a algo más que simplemente dejar correr rutinariamente nuestra vida, o ser cristiano porque siempre ha sido así. Y lo importante es la respuesta que nosotros le demos.
Nos llama a vivir y trabajar en la viña del Señor. ¿Qué significa ese ir a trabajar en la viña del Señor? Normalmente podemos pensar en ese compromiso que en el seno de la Iglesia podamos adquirir para vivir como apóstoles en medio de nuestro mundo. No lo descartamos, sino que además es algo que seriamente hemos de plantearnos.
Pero yo quisiera pensar ahora más que en lo que podamos hacer, en lo que hemos de ser. Es una gracia y un regalo que el Señor nos invite a vivir su vida. Ha querido hacernos partícipes de su vida desde nuestro Bautismo cuando nos ha llamado y nos ha hecho hijos de Dios. Como decimos es una gracia del Señor que no terminamos de considerar la suficiente. A san Pablo le hemos escuchado hoy decir ‘para mí la vida es Cristo’.
¡Qué hermoso que nosotros pudiéramos decir lo mismo desde lo más hondo de nosotros mismos! Que así yo sienta lo que es ser cristiano, estar bautizado. Cristo me ha hecho partícipe de su vida divina y entonces para mi vivir es Cristo, la vida es Cristo; porque así yo me identifique con El; porque así yo me sienta unido a El; porque yo así quiera plasmar en mi todo lo que es la vida de Cristo. Por eso terminaba diciéndonos hoy el apóstol: ‘Lo importante es que llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo’.
Entrar en la viña del Señor nos exige buscar al Señor y dejarnos encontrar por El. ‘Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca’, nos decía el profeta Isaías. El Señor está cerca, viene a nuestro encuentro. Nos invita a estar con El, a vivir su vida. Pero vivir su vida no es hacerlo a mi manera. Vivir su vida es saber descubrir siempre lo que el Señor quiere de mí. ‘Mis planes no son vuestros planes, seguía diciéndonos el profeta, vuestros caminos no son mis caminos... mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que los vuestros...’
El camino de santidad que hemos de vivir arranca de saber descubrir qué es lo que el Señor quiere para mí, quiere de mi vida. Es esa llamada que a todos nos hace, estemos donde estemos. Y habiendo descubierto ese plan de Dios para mi vida, tratar de ser fiel realizando en todo momento su voluntad allí donde estamos o donde el Señor quiere que estemos, llevando una vida digna del Evangelio de Cristo, como nos decía el apóstol.
Algunas veces queremos medir nuestra vivencia cristiana o nuestra pertenencia a la Iglesia con parámetros demasiado humanos. Miramos a la Iglesia demasiado a lo humano y queremos ver en ella – lo malo sería que también lo hiciéramos – también esas luchas, carreras, afanes de poder o de influencias y hasta zancadillas que demasiado vemos a nuestro alrededor en nuestra sociedad civil. Es cierto que la Iglesia está formada y compuesta por miembros que somos totalmente humanos y podemos tener también esas tentaciones. Pero tenemos que ver y descubrir que la misión de la Iglesia y la labor que los cristianos tenemos que vivir y realizar tiene otras medidas y otras características.
Ya nos prevenía Jesús en el evangelio, cuando los discípulos andaban también en sus luchas por los primeros puestos, que no podía ser entre nosotros como sucede con los poderosos de este mundo. ‘No será así entre vosotros...’ Y nos hablaba del espíritu de servicio y de sabernos hacer los últimos para poder entender bien lo del Reino de los cielos. Hoy nos lo está repitiendo también en el final de la parábola. ‘Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos’.
¿Quiénes pueden entrar en esa viña del Señor? El no escoge, invita a todos. No tiene en cuenta a los más cumplidores, ni a los más perfectos, ni a los que son de los de siempre, ni a los más conocidos o más amigos. El Señor nos llama a todos, porque para todos es su salvación y a todos quiere regalarnos su vida divina. No lo llegan a entender los que se consideraban más puros en la época de Jesús, los fariseos y los escribas, y ya sabemos cómo lo criticaban porque se mezclaba con todos y con todos comía. El llama a seguirle a unos y otros. Y también el ladrón arrepentido que llegó en la última hora de su vida alcanza su Reino y su paraíso. Para todos tiene reservado el denario de la vida eterna.
Es también lo que tenemos que ser y que vivir dentro de la Iglesia. Cuántas conclusiones se podrían sacar. La Iglesia tiene que ser acogedora y misericordiosa como lo fue el Señor. Nosotros tenemos que ser acogedores con todos y misericordiosos con todos como lo es el Señor.
Como decíamos al principio, en horas y tiempos diferentes todos somos invitados a la viña del Señor, démosle nuestra respuesta, dándole gracias por esa llamada e invitación del Señor y mostremos la santidad de nuestra vida en esa pertenencia a la viña del Señor, llevando una vida digna del Evangelio de Cristo, como nos decía el apóstol.
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