Eclesiastés, 3, 1-11
Sal. 143
Lc. 9, 18-22
Si ayer hablábamos del desconcierto de Herodes y de las gentes sobre la identidad de Jesús, es el mismo Jesús el que les pregunta a los discípulos sobre lo que piensa la gente y lo que piensan ellos de su identidad.
‘Una vez que estaba Jesús orando solo, en presencia de sus discípulos les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo?... y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ La respuesta de los discípulos acerca de lo que pensaba la gente es semejante a lo que ayer nos reflejaba el evangelio. La respuesta de Pedro, según nos lo narra san Lucas, es más concisa de lo que nos contaba san Mateo, aunque vienen a decir lo mismo. ‘El Mesías de Dios’.
Hay una mirada distinta de la gente y de aquellos discípulos que estaban más cerca de Jesús. ¿Con qué mirada hemos de acercanos a Jesús? ¿Cómo podremos realmente conocerle?
Una mirada exclusivamente humana nos lo puede hacer ver desde un hombre maravilloso, pero solo un hombre, a alguien que está dotado de poderes especiales, puesto que cura enfermos, limpia leprosos o resucita a los muertos. Una mirada de fe más profunda puede llegar a vislumbrar detrás de todas esas obras la acción de Dios.
La respuesta de Pedro exige una mirada más honda, una mirada de fe. En el relato de san Mateo se nos dirá en palabras de Jesús que eso no lo ha aprendido Pedro por si mismo, de carne y sangre, sino que le ha sido revelado por el Padre del cielo. Aquí no se hace referencia a ello y, aunque se acepta por parte de Jesús, sin embargo no quiere que la noticia se divulgue. Tenía diversas connotaciones la idea que tenían los judíos de lo que había de ser el Mesías. Podría tener una carga política y de liberación solamente de poderes humanos, con toda la carga de violencia que esa lucha traería detrás. Jesús quiere que le descubran en su auténtica realidad, en su auténtica identidad.
Es la hora del anuncio de su auténtico ser de Mesías. Por eso es la hora del anuncio de la pasión y de la muerte, así como también de la resurrección. Es el primer anuncio de la pasión que nos trae el relato del evangelio de san Lucas. Es una evocación y una referencia a lo que habían anunciado los profetas y de manera especial el profeta Isaías en el cántico del siervo sufriente de Yavé.
‘Y añadió: el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Cristo es el Mesías, pero el Mesías redentor. Cristo es el ungido de Dios, así se había presentado en la Sinagoga de Nazaret, pero ese Ungido del Señor, lleno del Espíritu del Señor había de pasar por el camino de la pasión y de la Cruz. Es el que se anonadó haciendo como uno de tantos, sufriendo la muerte de los malhechores porque cargaba con nuestras culpas para darnos la salvación. Mesías, sí, el Señor ante cuyo nombre había que doblar toda rodilla en el cielo, en el tierra y en el abismo. Pero es el Mesías que ‘sufriendo aprendió a obedecer’.
Todo esto lo podemos descubrir con los ojos de la fe. Porque tras esa pasión y esa muerte siempre tenemos que vislumbrar los resplandores de la resurrección. Lucas en los versículos siguientes nos va a traer el relato de la transfiguración, aunque en esta lectura continuada no lo escucharemos.
Que se despierte nuestra fe para conocer todo el misterio de Jesús. Que crezcamos en esa fe y ese seguimiento de Jesús. Que lleguemos a descubrir la maravilla de ese camino de amor que Jesús está realizando para que nosotros intentemos seguirlo, hacer el mismo recorrido.
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