Proverbios, 21, 1-6.10-13
Sal. 118
Lc. 8, 19-21
‘Vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta El...’
Este hecho del evangelio da pie a Jesús para indicarnos cuál es su auténtica familia y a nosotros a reflexionar también cómo somos nosotros la familia de Jesús. No es necesario entretenerse en la expresión que emplea el evangelio de ‘los hermanos’, porque todos sabemos muy bien que esta expresión en el lenguaje judío y semita quiere expresar algo más que los hermanos de carne y sangre, los nacidos de un mismo padre y madre, para significar en ello todo lo que son los familiares.
‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’, se pregunta Jesús tal como nos lo expresa el relato de otro evangelista. ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’.
No es una negación del valor de los lazos familiares. Lo que Jesús quiere expresarnos es la ampliación a un nuevo concepto de familia. Con Jesús entramos a formar parte de una nueva familia. Con Jesús se establece entre todos los que creemos en El y a El queremos unirnos una nueva relación, nacida de un amor nuevo y de una vida nueva que nace en nosotros. Somos una nueva familia por nuestra unión con El, por la fe que tenemos en Jesús.
Una nueva relación, una nueva familia no simplemente como fruto de un simple rito. Es algo más. Se era del pueblo judío por raza, o porque mediante un rito, la circuncisión se entraba a formar parte de ese pueblo. Podríamos pensar nosotros, tomándonoslo a la letra, que nosotros comenzamos a ser de esa nueva familia solamente como fruto de un rito, del Bautismo.
Es cierto que es necesario el Bautismo. Pero el Bautismo no lo reducimos a un rito, aunque en su celebración tenga una expresión ritual. El Bautismo es algo más hondo porque es algo que tiene que nacer de la fe; tiene que nacer de un Sí que damos con nuestra vida a Jesús y a su vida; un Sí que implica toda una vida.
Es el Sí que le damos a Dios escuchando su Palabra, pero también llevándola a la vida. Le escuchamos y le seguimos. Le escuchamos y nos ponemos en camino de una nueva vida. Le escuchamos y haciendo vida en nosotros esa Palabra, que plantamos en nuestro corazón, nacemos para Dios; mejor, Dios nos regala su vida, nos hace hijos suyos. Le damos nuestro Sí y entonces comenzamos a formar parte de esa nueva familia de Jesús.
Esta expresión que estamos comentando, de escuchar la Palabra y ponerla en práctica, será algo que más adelante en este mismo evangelio de san Lucas volveremos a escuchar. Una mujer anónima del pueblo al escuchar y ver las obras de Jesús exclama: ‘Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron’. Pero recordamos también la respuesta de Jesús. ‘Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’.
Que seamos dichosos también nosotros, como María a quien siempre es la primera que hemos aplicado estas palabras de Jesús, María la que conservaba todas las cosas en su corazón, porque también nosotros guardemos en nuestro corazón la Palabra de Dios escuchada; porque nosotros también la pongamos en práctica; porque nosotros escuchando y poniendo la Palabra de Dios en práctica comencemos a ser la familia de Jesús; dichosos nosotros si también después de escuchar la Palabra llevamos una vida digna del Evangelio de Jesús que hemos recibido.
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