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jueves, 25 de septiembre de 2008

Tenía ganas de ver a Jesús

Eclesiastés, 1, 2-11
Sal. 89
Lc. 9, 7-9

El virrey Herodes tenía ganas de ver a Jesús...’ Así nos dice el Evangelista.
Había oído hablar de Jesús y estaba desconcertado. Eran distintas las opiniones que la gente tenía sobre Jesús ‘y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías – el que había arrebatado al cielo en un carro de fuego – y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas’.
Quizá tenía mala conciencia –‘a Herodes lo mandé decapitar yo’, se decía – y ahora aparecían los remordimientos. Desconcierto para Herodes y desconcierto para todos. ‘¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?’
Unos interrogantes que bien podían ser una llamada del Señor. Una búsqueda sincera. Una fe que descubrir. Un camino que puede conducir hasta Jesús si se recorre con buena voluntad y sinceridad.
Si nos fijamos en el evangelio, sobre todo en el principio del Evangelio de Juan donde se nos habla de la vocación de los primeros discípulos, Felipe, Natanael, Simón, Juan y Andrés eran personas inquietas que andaban también un camino de búsqueda. Si Andrés y Juan estaban junto al Bautista siendo sus discípulos es porque en ellos estaba también el ansia y la esperanza de la pronta venida del Mesías. Será así como el Bautista les señale a Jesús detrás de quien se irán porque quieren conocerle. ‘¿Dónde vives?’, es algo más que preguntar por una casa o una habitación. Era un deseo de conocer. Era un camino de búsqueda el que ellos realizaban. Y así podemos pensar de aquellos primeros discípulos.
En la vida todos tenemos inquietudes, interrogantes y preguntas. Hay cosas que nos suceden que nos desconciertan y nos hacen preguntarnos muchos ¿por qué?. ¿Por qué me tenía que suceder eso a mí? ¿Por qué ese accidente? ¿Por qué esa enfermedad? ¿Por qué esa muerte de ese niño inocente? ¿Por qué...?
A veces en nuestras dudas e interrogantes perdemos la ilusión y la esperanza y todo nos parece un vacío y un sin sentido, como nos habla hoy el libro del Eclesiastés.
Nos encontramos con gente confundida que se va tras la primera respuesta que se les ofrece. Católicos de siempre, bautizados en nuestra fe, que hicieron su primera comunión y han vivido una cierta religiosidad en su vida, de la noche a la mañana vemos que abandonan, que se ‘apuntan’ a otro grupo cristiano, que dicen que han encontrado una verdadera espiritualidad en esas corrientes que van y vienen de un lado para otro, o que lo abandonan todo viviendo en la increencia, el agnosticismo o un ateismo práctico y radical.
Gentes que te dicen que asistieron a no sé qué reunión y allí no se decía nada malo, que se decían cosas buenas, que todo les parecía bien. Gentes que hacen una mezcolanza como si todo fuera igual de bueno y al final no saben distinguir entre una cosa y otra.
¿Por qué todo esto? Muchas veces una falta de formación en la fe que han vivido toda su vida, ahora les confunde y les parece que lo que los otros le dicen está bien y no ven la diferencia.
Recuerdo una anécdota de un buen hombre, ya mayor, al que un día le invitaban a asistir a unas reuniones de religiones distintas a nuestra religión católica. El buen hombre, con la socarronería propia de los hombres mayores de nuestra tierra, le respondió al que le invitaba. Tengo ya muchos años y aun no he terminado de conocer y comprender bien lo que ha sido la religión de toda mi vida, ¿cómo me vas a invitar a mí para que a mis años conozca otra nueva religión si no conozco la mía de siempre?La respuesta nos puede parecer muy simple, pero sí tiene que hacernos preguntar si nosotros conocemos de verdad lo que es nuestra fe católica. Por eso no abandones tu fe sino trata de conocerla más y mejor, de profundizar en ella. Sigamos este camino que nos ha trazado Jesús y vivamos su verdad y su vida. ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida, nadie va al Padre sino por mí’. Encontremos las razones profundas de nuestra fe y de nuestra esperanza, para encontrar la respuesta que Cristo quiere darnos a esos interrogantes profundos que tiene toda persona.

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