Proverbios, 30, 5-9
Sal. 118
Lc. 9, 1-6
‘La Palabra de Dios es acendrada, El es escudo para los que se refugian en El’. Es el primero de los proverbios que nos ofrece la primera lectura de este día del libro del Antiguo Testamento del mismo nombre, perteneciente a los libros sapienciales o de la Sabiduría. Vamos a fijarnos en los dos proverbios propuestos con un breve comentario. Semillas de sabiduría, podemos decir que son para nosotros.
La Palabra del Señor es pura y limpia, pero también llena de fortaleza. ‘Lámpara Señor, es tu Palabra para mis pasos’, dijimos y repetimos en el salmo responsorial. Es escudo, nos decía proverbio, porque el Señor es nuestra fortaleza. El viene siempre en nuestra ayuda y en verdad nos apoyamos en El.
‘Aleja de mí la falsedad y la mentira; no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti... no sea que necesitando, robe y blasfeme de mi Dios’. Rectitud y sinceridad en la vida, alejando toda maldad y toda mentira. Pero nos dice más: ‘no me des riqueza ni pobreza’, sino que no me falte el pan de cada día. Es lo que pedimos al Señor en la oración que Jesús nos enseñó. Algunas veces le pedimos al Señor suerte y que podamos obtener riquezas y grandezas. Pero el Señor nos enseñó, no a pedir mucho, sino el pan de cada día.
Pero nos da una motivación. Cuando me sienta saciado, lleno de bienes y de riquezas, ¿no tendré el peligro que mi espíritu se sienta saciado, o mejor dicho, tendríamos que decir, cegado, y nos olvidemos de Dios? Ya sabemos que cuando llenamos nuestro corazón de cosas y de apegos, no le dejamos lugar a Dios en nuestra vida.
También finalmente le pedimos a Dios que nos libre de la pobreza extrema, para que en mi desesperación nunca me sienta abandonado de Dios ni reniegue de El.
Del Evangelio queremos subrayar también algo. Nos confía el Señor una misión, es el envío de los discípulos a anunciar el Reino, pero nos está enseñando la confianza en la providencia divina y en el actuar de Dios todopoderoso que está por encima de nuestras pobres acciones. En la obra de Dios no vamos confiando solamente o exclusivamente en nuestras fuerzas o en nuestro saber, sino confiando por encima de todo en la fuerza del Espíritu del Señor que está con nosotros. Como hemos dicho en más de una ocasión, dejemos actuar al Espíritu del Señor en nuestra vida.
‘Los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos’, nos dice el Evangelista. Es la misma misión de Jesús, la misma obra de Jesús que nosotros hemos de continuar. Pero hemos de fijarnos en lo que dice a continuación. ‘No llevéis nada para el camino; ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio...’
¿Qué nos quiere decir el Señor? Lo dicho. Nuestros apoyos no son apoyos humanos. Nuestra fuerza está en el Señor. Ya nos enseñaba en otro lugar a confiar en la Providencia de Dios que cuida de los lirios del campo o de los pájaros del cielo y de la misma manera y con mayor razón va a cuidar de sus hijos. Ahora con más razón. Si la obra que vamos a realizar es la obra de Dios, el anuncio del Reino y las señales de la salvación, no puede aparecer como obra nuestra sino siempre como obra de Dios. Por eso no nos vamos a apoyar en medios humanos, aunque tengamos que utilizarnos, sino por encima de todo en la gracia y el poder del Señor.
Una semilla de sabiduría también para nuestro actuar como cristianos, que nos enseña a poner toda nuestra confianza en el Señor.
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