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sábado, 27 de septiembre de 2008

Les resultaba duro este lenguaje

Eclesiastés, 11, 9 – 12, 8
Sal. 89
Lc. 9, 44-45

Ya Jesús había hecho un primer anuncio. Recordamos lo que escuchábamos ayer de que era el primer anuncio de la pasión, muerte y resurrección que nos recogía el evangelio de san Lucas. ‘El Hijo el Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Los discípulos que habían subido con Jesús al Tabor ahora bajaban entusiasmados aunque no podían decir nada a nadie hasta después de la resurrección de Jesús. Cosa que no terminaban de entender, eso de la resurrección de los muertos.
Y al llegar a la llanura se habían encontrado con aquel padre que traía a un hijo dominado por el mal, un epiléptico seguramente, y al que Jesús había curado. Surgió una admiración general entre las gentes por los milagros que Jesús hacía.
Ahora les habla de nuevo de entrega hasta la muerte insistiéndoles Jesús para que lo entiendan. ‘Entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres’.
Pero a los discípulos les costaba entender. Será algo que se repite muchas veces cada vez que Jesús habla de pasión y de muerte. Recordemos a Pedro cómo trataba de quitarle esa idea de la cabeza a Jesús diciéndoles que eso no le podía pasar, que él no lo permitiría. ‘Ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no cogían el sentido’.
Cómo cuesta quitar de la cabeza una idea cuando se nos metido fijamente. Tenemos una idea, pensamos que las cosas tienen que ser así, y cambiar el planteamiento nos resulta bien difícil. Les pasaba a ellos, como sigue pasando hoy, sucede a nuestro alrededor y en muchas cosas nos puede suceder a nosotros.
Una entrega de esa manera, hasta el final, que puede llevar incluso a la muerte, si fuera preciso, es cosa que no se entiende hoy. Relativizamos tanto las cosas que nos parece que no pueden haber principios inmutables, compromisos que puedan implicarnos tanto que nos hagan gastar la vida totalmente hasta llegar incluso a la muerte. La palabra dada o el compromiso radical mucha gente no lo entiende. Nos comprometemos, sí, mientras me sea posible o no me cause demasiados problemas. Cambiamos de idea como se cambia de camisa uno todos los días.
Cuántas veces escuchamos, es que la Iglesia tiene que cambiar, tiene que ponerse al día, en eso del matrimonio indisoluble, ese sentido de la vida inviolable, eso del aborto o de la eutanasia, porque claro surgen otros problemas, y así no se cuántas cosas. El que una persona pueda entregar su vida a un compromiso total y radical de su vida hasta la muerte, es algo que cuesta entender. No se entiende un sacerdocio para toda una vida, no se entiende cómo un joven en un momento determinado deje sus cosas, su futuro que parece inmejorable en tantas perspectivas que tiene, para consagrarse en la vida religiosa o en el sacerdocio. Y así tantas cosas.
Seguimos sin entender el sentido del dolor y de la muerte. Es un interrogante que se produce en nosotros cuando nos llega la enfermedad en nosotros mismos o en los que están cercanos a nosotros, que nos hace daño, y es preferible no pensar en ello. Lo del avestruz que esconde la cabeza bajo el ala, para no ver a los que lo están persiguiendo. Escondemos la cabeza bajo el ala, no queremos pensar para no enterarnos o para que no nos hagan daño esas cosas por dentro.
Es necesario saberle dar un sentido al dolor y a la muerte, para que no se convierta para nosotros simplemente en una desgracia. Contemplarlo como una ofrenda o como una purificación de nuestra vida; verlo como un camino de santificación.
¿Quiere Dios el dolor y la muerte? Es una pregunta que nos hacemos. No te doy otra respuesta sino que mires a Cristo. Dios que sufre con nuestro dolor y que muere con nuestra muerte. Se hizo en todo semejante a nosotros, asumió totalmente nuestra condición humana pasando también por nuestro sufrimiento y por nuestra muerte. Pero lo contemplamos como el Señor, ante cuyo nombre hemos de doblar nuestra rodilla, ante el que toda lengua ha de proclamar, Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.

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