Proverbios, 3, 27-35
Sal. 14
Lc. 8, 16-18
‘Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz’.
Confieso que al leer estas palabras de Jesús me vino a la mente mi infancia; en la casa en la que nací no tenía luz eléctrica y la casa estaba en medio de una finca donde mi padre trabajaba como peón de la agricultura. Para alumbrarnos se tenían lámparas de petróleo que había que colocar estratégicamente en la cocina por la noche que era donde nos reuníamos para que así pudiéramos tener alguna iluminación. Recuerdo que cuando alguien llegaba y desde los patios llamaba para que le abriéramos o supiéramos de su presencia, mi padre acudía con aquella lámpara o un farol para que el que llegaba pudiera atravesar los patios sin tropiezos y llegar hasta la casa.
Creo que la imagen que nos propone Jesús es muy rica en enseñanza. No para que hablemos de nuestras lámparas o candiles, sino para que caigamos en la cuenta de que es necesario tener encendida siempre esa luz que ilumine nuestra vida. Y esa Luz para nosotros no es otro que Cristo. Ya nos lo dice en el Evangelio ‘yo soy la luz del mundo y el que me sigue no anda en tinieblas’.
Que no nos falte nunca esa luz para que realmente sepamos por donde hemos de caminar en la vida. Pero que o ocultemos esa luz. Sabemos que desgraciadamente muchas veces queremos prescindir de esa Luz, no queremos dejarnos iluminar, o tratamos de ocultarla y así terminamos realizando las obras de las tinieblas. ¡Qué resbaladiza se nos vuelve la pendiente y con la ausencia de esa Luz que muchas veces queremos ocultar cómo caemos tan fácilmente en la tentación y en el pecado! No podemos dejar de iluminarnos con esa Luz que es Cristo. Si nos dejamos iluminar por la luz de Cristo no iremos tropezando en las piedras y los obstáculos del camino.
Pero ya sabemos también lo que nos dice Jesús en referencia a esa Luz que nosotros tenemos que llevar a los demás. ‘Sois la luz del mundo... soy la sal de la tierra...’ nos repite en el Evangelio. Y hoy hemos escuchado en la antífona del Aleluya esa invitación de Jesús. ‘Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre’.
Tenemos que ser luz para los demás, iluminar a los otros con la luz de Cristo. ‘...que vean vuestras buenas obras’, nos dice Jesús. Pero no para buscar nuestra gloria, sino la gloria del Señor. No vamos pregonando nuestras obras buscando la obsequiosidad de los demás. Ya nos dice también que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Pero sí es necesario iluminar a los otros con la luz de Cristo. Que vean entonces nuestras buenas obras, y así den gloria, no a nosotros, sino a nuestro Padre del cielo.
En la primera lectura estos días vamos a leer diferentes textos de los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Hoy hemos escuchado un fragmento de libro de Los Proverbios. Hermoso texto que nos da pautas para ver cómo tenemos que hacer que brille nuestra luz.
¿Cuáles son esos pasos iluminados que yo tengo que dar? ‘No niegues un favor a quien lo necesita... si tienes, no digas a tu prójimo, mañana te lo daré.. no trames daños contra tu prójimo... no pleitees con nadie... no envidies al violento, ni sigas su camino...’ Llenar nuestra vida de obras buenas, de obras de amor. Desterrar de nosotros el egoísmo, la violencia, la insolidaridad, el orgullo y la envidia. Porque ‘el Señor se confía a los honrados... bendice la morada del justo... concede su favor a los humildes... y el juto habitará en el monte santo del Señor’, en la presencia del Señor.
Así tenemos que iluminar para ayudar a los otros a que vayan también por buenos caminos y no tropiecen. Así tenemos que iluminar repartiendo siempre amor. Y todo siempre, para la gloria del Señor.
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