Abriré mi boca diciendo parábolas
Jer. 13, 1-11
(Salmo)Deut. 32, 18-21
Mt. 13, 31-35
‘Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo’. Lo había anunciado el profeta y san Mateo nos lo recuerda en el capítulo 13 de su evangelio cuando no trae las principales parábolas de Jesús. Estas semanas podemos decir que en la liturgia han sido las de las parábolas. Los domingos anteriores nos has ofrecido las parábolas de este capítulo 13, y en medio de semana en la lectura continuada ha sido lo mismo en los últimos días de la pasada semana y lo serán en varios días de ésta.
Pero en el profeta Jeremías que escuchamos en estos días, las parábolas se llenan de la plasticidad de los gestos. Es habitual en el profeta el realizar signos y gestos para trasmitirnos el mensaje del Señor. El Señor le pide que se compre un bello cinturón de lino, pero que tenga cuidado no se moje para que no se estropee. Sin embargo luego le pedirá que lo entierre entre piedras en la orilla del río. Cuando días más tarde lo vaya a buscar, siempre por indicación del Señor, se encontrará que el bello cinturón de lino está estropeado y no sirve para nada.
‘Entonces me vino la palabra del Señor’, dirá el profeta. Y se explica. Ese bello cinturón significa el amor y la predilección que el Señor siempre ha manifestado por su pueblo. Pero el pueblo le ha dado la espalda, le ha rechazado, y así le va. Es lo que expresa el cinturón escondido entre las hendiduras de las piedras y luego estropeado. El momento de la profecía de Jeremías es un momento histórico muy duro para el pueblo de Judá y Jerusalén. La corrupción se ha adueñado del pueblo que le ha hecho decaer en todos los sentidos y se verán llevados cautivos lejos de su tierra a Mesopotamia. Es la ruina, el cinturón estropeado, del pueblo en la cautividad. Es una llamada y una invitación a la conversión.
Otro es el mensaje que no quieren trasmitir las parábolas del evangelio, la de la mostaza y la de la levadura. Esa semilla pequeña de la mostaza que al plantarla se convierte en un arbusto más grande que todas las hortalizas hasta llegar a anidar los pájaros entre sus ramas, está señalándonos lo que es la Iglesia: pequeña en sus orígenes pero llamada a crecer y a extenderse por toda la universalidad de la tierra, de manera que en ella quepan todos los hombres de toda condición.
Pero otro puede ser también el mensaje que nos llene de esperanza. Una semilla pequeña e insignificante que puede hacer brotar una planta grande. O un puñado pequeño de levadura que puede hacer fermentar la masa grande. Es el valor de nuestras cosas pequeñas. Nos pueden parecer insignificantes y que nada podemos hacer con ellas frente a lo inmenso de nuestro mundo y del mal que lo invade. Pero somos personas de esperanza y que nos fiamos de la palabra del Señor.
La fuerza del manifestado en esas nuestras pequeñas obras, en ese nuestro pequeño grano de arena, contribuyen de verdad a mejorar nuestro mundo. Es por lo que no podemos cruzarnos de brazos ni pensar que nada valen nuestras pequeñas obras. Todo tiene su valor. Con nuestras pequeñas obras damos gloria al Señor, que es lo primero e importante, pero con nuestras pequeñas obras estamos incendiando nuestro mundo de amor. Y una pequeña chispa puede producir un fuego muy grande. Es la esperanza que nos anima. Es la esperanza que nos hace luchar con constancia. Podemos transformar nuestro mundo. Tenemos que transformar nuestro mundo. Tenemos que ser levadura en la masa. Hemos de ser luz que ilumine y sal que dé sabor. Es nuestra tarea y nuestro compromiso que podemos y tenemos que manifestar sin desánimo. No nos puede faltar la esperanza.
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