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viernes, 1 de agosto de 2008

La Palabra del Señor permanece para siempre

Jer. 26, 1-9
Sal. 68
Mt. 13, 54-58

‘La palabra del Señor permanece para siempre y esa palabra es el evangelio que os anunciamos’. Es la aclamación al evangelio proclamado y es también nuestra súplica humilde y confiada. Es también la fe que queremos proclamar ante esa Palabra, que para nosotros es palabra de vida y de salvación.
Que aprendamos a escuchar la Palabra y plantarla en nuestro corazón; que sepamos acogerla tal como el Señor nos la trasmite. Fe en la Palabra del Señor. Fe para acogerla tal como el Señor nos la trasmite. Porque no es lo que nosotros queramos escuchar, ni buscamos palabras que nos halaguen el oído o nuestros sentimientos. Sería una actitud negativa y manipuladora de la Palabra del Señor: escuchar solo lo que nos gusta o nos agrade, rechazando lo que pueda ponernos el dedo en la llaga de nuestra vida.
Es una tentación que todos podemos sufrir ante la Palabra que se nos proclama. Les sucedía a los vecinos de Nazaret ante la presencia de Jesús como escuchamos en el evangelio. Se admiraban ante la presencia y el actuar de Jesús. Era uno de su pueblo, que ahora era reconocido por todas partes. Conocido en Cafarnaún y por todas las aldeas de Galilea, la gente se agolpaba a escuchar a Jesús.
Ahora está en medio de ellos. Quizá les gustaría que hiciera allí los milagros que sabían que hacía por todas partes. Pero andaban con cierta desconfianza. ‘¿No es este el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos (parientes) Santiago, José, Simón y Judas?’ Y seguían haciéndose preguntas. ‘¿De donde saca esa sabiduría y esos milagros?’
Ellos también estarían pensando en un Mesías triunfante, al frente de grandes ejércitos para liberar al pueblo de la opresión de los romanos. Pero ese Mesías tendría que aparecer de una forma espectacular. Y a Jesús lo conocían de siempre. Con ellos había estado siempre desde niño, correteando por los caminos de Nazaret y haciendo su vida en medio de ellos. Por eso desconfían. ‘¿De donde saca todo eso?’ Les hubiera gustado verlo de otra manera, que dijera o hiciera otras cosas.
Lo mismo le había sucedido al profeta Jeremías. Sus palabras no eran palabras halagadoras, sino de denuncia ante el camino que habían escogido lejos de la fidelidad a la Alianza. Se estaban destruyendo a sí mismos. El profeta denuncia y anuncia las calamidades que van a pasar porque el templo y la ciudad van a ser destruidas si siguen por ese camino. Quieren quitarlo de en medio. No quieren que siga diciendo esas cosas en el mismo templo. ‘Y el pueblo se juntó contra Jeremías en el templo del Señor’.
Pero, ¿no nos pasará a nosotros de manera semejante? ¿Cuál es la actitud profunda que tenemos ante la Palabra del Señor que se nos proclama? También buscamos palabras bonitas y halagadores, predicadores de renombre y que nos hablen con pomposidad. Nos gustaría escuchar palabras que nos adormezcan. Y cuando no nos agrada también comenzamos a tener actitudes pasivas y negativas. Es un rollo. Se alarga demasiado. No sabe hablar. Es un pesado. Debería decirnos otras cosas. Tendría que ser más ameno. Y así no sé cuántas cosas más con las que pretendemos que lo que se nos dice se acomode a nuestros gustos.
En el evangelio dice que ‘Jesús en Nazaret no hizo muchos milagros, porque les faltaba fe’. Y les denuncia Jesús: ‘Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta’. Nos falta fe para descubrir lo que es la Palabra de Dios para nuestra vida, para descubrir el mensaje de vida y salvación que siempre se nos trasmite. Nos hace falta fe para ponernos con actitud humilde y acogedora ante la Palabra que se nos proclama. Es necesario que vayamos con un corazón más abierto a la escucha.
Tenemos que desterrar de nosotros las malas hierbas, los pedruscos o la dureza del corazón para que seamos en verdad tierra buena. Tenemos que abrir los oídos del corazón para escuchar. Que Dios se nos manifiesta y nos habla no por los caminos que nosotros queramos, sino como El quiera hacerse oír y llegar a nosotros. No podemos tener prejuicios ante quien nos anuncia la Palabra de Dios, sino tratar siempre de descubrir esa Palabra de Vida que el Señor quiere siempre trasmitirnos. Que no busquemos grandiosidades o cosas espectaculares porque el Señor se nos manifiesta en lo pequeño y en lo sencillo. Que siempre será para nosotros una Buena Noticia de Salvación la que llegue a nuestra vida.

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