Un
grito o una llamada, no para asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza,
hacer de nuevo resurgir la vida en nuestros corazones, resucitar para el amor
Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19, 1-3.9ª; Salmo
99; Lucas 21,20-28
Siempre decimos que de cuanto sucede
tenemos que saber sacar una lección; incluso de aquellas cosas no agradables ni
buenas que nos pasan o que sucedes a nuestro alrededor podemos aprender algo;
con una buena mirada podemos ver destellos de luz en la más completa oscuridad;
no todo es tan negro, no todo nos sucede para nuestra perdición, siempre
podemos escuchar una llamada, un toque de atención que nos ponga en alerta, que
nos haga estar atentos, que nos obligue a discernir, a aprender algo nuevo y
mejor.
Por eso quienes queremos seguir el
camino de Jesús dejándonos empapar por los valores del evangelio siempre
estamos en paso de ir más allá, de ascender un escalón más, de buscar algo
superior, de no contentarnos con lo que somos o tenemos, de ir renovando
nuestra vida, de mirar con esperanza cada situación, de tener optimismo en
nuestras luchas y en los caminos que intentamos recorrer. No nos dejamos
amilanar por malos momentos, porque los caminos se nos vuelvan oscuros en
ocasiones, porque sentimos una fortaleza interior que nos hace superarnos,
querer crecer continuamente, saber que es posible algo mejor.
Hoy en el evangelio se nos hace una
descripción que puede parecernos catastrófica que nos pudiera decepcionar, o al
menos mermar nuestra ilusión y nuestras ganas de lucha. Se nos habla por una
parte de destrucción y de muerte, es como una continuación de lo que ya
anteriormente Jesús nos había comenzado a decir de la destrucción del templo y
de la ciudad de Jerusalén, y al mismo tiempo hay como una descripción de los
tiempos finales.
No podemos olvidar que cuando el
evangelista nos narra estas palabras de Jesús ya había sucedido la destrucción
del templo y de la ciudad de Jerusalén, con lo cual parecía ya cumplido parte
de los anuncios de Jesús. Pero ahí no se queda el mensaje que el evangelista
trata de trasmitirnos cuando nos presenta el evangelio de Jesús. Es siempre
evangelio, no lo podemos olvidar en el más hondo sentido de la palabra, y por
tanto siempre tiene que ser buena noticia para nosotros y para cuantos escuchen
la Palabra. Las buenas noticias siempre son cosas buenas, palabras que nos dan
ánimo y esperanza, que con como un rayo de luz, un bálsamo para las heridas que
nos vayamos haciendo por el camino.
Y la buena noticia que hoy trata de
darnos es que ‘se acerca nuestra liberación’. Cuanto sucede, por muy duro que
sea, no será para nuestra opresión o para sentirnos derrotados. Es siempre
preanuncio de victoria, de triunfo, de vida, de salvación. Y es que Jesús ha
prometido estar con nosotros siempre hasta el final de los tiempos. Algunas
veces se nos oscurecen los ojos o nos encerramos en nuestros agobios y nos
cuesta ver o sentir su presencia. Pero el Señor no nos falla, el Señor siempre
está ahí.
Y esas cosas que nos suceden son una
señal, una llamada de atención como antes decíamos, un toque de alerta, algo
que tiene que hacernos despertar porque andamos demasiado adormilados en la
vida. Y nos adormilamos no porque nos salgan las cosas mal, nos adormilamos
porque caemos una atonía que nos insensibiliza, que nos adormece, como decimos,
que nos cierra nuestra mente. Y necesitamos como un grito que nos despierte. Y
esas cosas que nos suceden, esos malos momentos tenemos que verlos como ese
grito en nuestra vida para despertar. Un grito o una llamada no para
asustarnos, sino para despertar nuestra esperanza, hacer de nuevo resurgir la
vida en nuestros corazones, resucitar para el amor.
‘Levantaos, alzad la cabeza; se
acerca vuestra liberación… Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube,
con gran poder y gloria’.
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