Quienes optamos por Jesús tenemos que aprender de la compasión y de la misericordia, que llenará de gozo el corazón para sentir el deseo de emprender una nueva vida
Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Salmo 22; Juan 8, 1-11
Qué intransigentes nos volvemos tantas veces en la vida. Con aquello de que no podemos casarnos con el pecado, vamos a decirlo así, todo lo que nos suene a oscuro pronto le declaramos una guerra sin cuartel. Y hay una línea muy fina y delicada entre lo que es el mal en sí mismo y la persona que haya podido realizar eso malo.
Cuántos defensores de la ortodoxia, y no lo hablo solo en el sentido dogmático cuando empleo esta palabra, que se vuelven intransigentes y despiadados contra quienes hayan podido cometer un error, hayan tenido fallos en su vida a los que cargaremos con ese sambenito del pecador o del corrupto por toda su vida sin ningún tipo de misericordia. ¿Es que son todos tan perfectos e inmaculados? ¿Nunca hemos cometido un error? Claro que para los errores propios siempre tenemos disculpas, nos hacemos rebajas y no sé cuántas cosas más.
Lo contemplamos en tantos aspectos de la vida social. Por supuesto, como decíamos antes, no nos podemos casar con el mal, no podemos consentir que se haga daño a los demás, tenemos, es cierto, que ser exigentes con los que son dirigentes de la sociedad para que no caigan en corruptelas, a lo que somos muy tentados. Pero no podemos crear divisiones ni abismos por nuestras condenas, porque siempre tenemos que estar dispuestos al reencuentro, a la recuperación de la persona, al arrepentimiento y a dar la posibilidad de que pueda haber un cambio en quien haya hecho mal.
Lo que tendría que ser un diálogo de reencuentro y de búsqueda de mejores caminos enmendando los errores cometidos, lo convertimos en exabruptos y condenas, llenamos de violencia aquellos lugares que en la sociedad están llamados al diálogo para la búsqueda de nuevos y mejores caminos para nuestra sociedad.
¿Hay formas de rehacer caminos, de recomponer vidas, de dar pie a que de lo viejo que hay en nosotros podamos hacer algo nuevo y mejor?
En el pasaje del evangelio que hoy se nos ofrece aparecen unos intransigentes que traen ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio pero a la que ya traen previamente condenada. La ley de Moisés manda apedrear a las adúlteras, le recuerdan. Claro que en un paréntesis también habría que preguntarse quien hace que una mujer sea adúltera, cuál es la razón de llegar a esa situación. Allí están todos rodeando a aquella mujer acusada y condenada previamente enfrente de Jesús, esperando su palabra. Claro que tendríamos que preguntarnos a quién realmente quieren apedrear en estas circunstancias, porque aquello en cierto modo se está queriendo convertir en un juicio contra Jesús.
¿Irá Jesús contra la ley de Moisés? ¿Cuál es la respuesta que puede dar quien nos ha anunciado un nuevo Reino de Dios en el que han de resplandecer unos nuevos valores, unas nuevas actitudes cuando reconocemos que el Dios que es Señor de nuestra vida es el Dios compasivo y misericordioso del que ya también se nos había hablado en la Escritura?
Jesús quiere que para comenzar a vivir según los parámetros de ese nuevo Reino de Dios que El nos anuncia y proclama, comencemos a mirarnos con sinceridad por dentro de nosotros mismos. ¿Qué es lo que llevamos en nuestro corazón? ¿No nos había dicho que para comenzar a creer en esa Buena Noticia del Reino de Dios había que comenzar por convertirse, por darle una vuelta al corazón? ¿Cómo se casaría un corazón intransigente e inmisericorde con un Dios que es compasivo y misericordioso en quien creemos y que queremos que en verdad sea el Dios y Señor de nuestra vida?
No hay comentarios:
Publicar un comentario