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lunes, 4 de diciembre de 2023

La humildad hará practicable el camino de la fe porque solo cuando reconocemos que estamos enfermos podremos dejar que Jesús nos cure

 


La humildad hará practicable el camino de la fe porque solo cuando reconocemos que estamos enfermos podremos dejar que Jesús nos cure

 Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11

Tengo en casa un criado que está paralítico y sufre mucho…’ Hay quien oculta los enfermos; que no sepa nadie lo que pasa en casa, total ¿para qué? ¿Para ser el comentario y la comidilla de la gente? Eso son cosas de casa, no hay por qué estar contándolo a la gente. Puede parecer exagerado este comentario, pero es cierto que no somos muy dados a contar las cosas que nos pasan. Tiempos había en que sobre todo en aquellas enfermedades que se pudieran considerar raras, no se comentaban con nadie. Tener un enfermo mental podía considerarse algo así como un descrédito para la familia.

Bien, esto puede parecer anecdótico, pero he querido comenzar con esta consideración, ya que la liturgia nos propone este evangelio en casi el primer día del camino de adviento que estamos comenzando a celebrar. Si decimos que es tiempo de espera y de esperanza ante el Salvador que viene a nuestra vida, como vamos a celebrar en la Navidad – y tengamos en cuenta el verdadero sentido que ha de tener el tiempo de Adviento – justo sería que nosotros también, como aquel centurión, digamos ‘tengo en casa un criado que está paralítico y sufre mucho…’.

¿Cuál es la enfermadad que necesita curación y es por eso por lo que esperamos y pedimos la venida del Señor? Porque si no tenemos ninguna enfermedad, no reconocemos ningún mal en nuestra vida, ¿de qué nos va a salvar el Señor? ¿De qué nos va a curar?

Es importante esta primera actitud que hemos de tener ya desde el primer día en que comenzamos a hacer este camino de Adviento. Hemos de mirarnos con sinceridad a nosotros mismos, tenemos que mirar la cruda realidad de nuestro mundo necesitado de salvación. Podríamos decir que ya desde el primer día comenzamos a hacernos un examen de conciencia.

Reconozcamos nuestro orgullo y nuestra autosuficiencia. ‘En mi casa no hay nadie enfermo’, yo estoy bien, el mundo está bien, todos estamos bien, tenemos hoy tantas cosas que en otros tiempos no teníamos. La humildad es cimiento fundamental para adentrarnos en el camino de la fe. Es no ponernos en actitud defensiva ante de Dios; es la postura de los que no quieren creer, de los que se auto titulan ateos o agnósticos, que dicen que en nada creen ni nada necesitan creer.

El camino de la vida, aunque no entremos en el ámbito sobrenatural, está empedrado con actos de fe o de confianza. Aceptamos y nos creemos lo que nos dice cualquiera, aceptamos a pie juntillas las noticias que nos vienen por los medios de comunicación sobre todo sin son afines a nuestras ideas, pero cuando entramos en el ámbito de lo sobrenatural todo son dudas y son desconfianzas, cuando se trata de aceptar a Dios que viene a elevarnos y engrandecernos de verdad, vienen las negaciones o vienen las afirmaciones de ateísmo porque nos creemos no necesitar de Dios.

Hoy tenemos por el contra un hermoso y testimonio en el personaje que contemplamos en el evangelio. Ni siquiera era judío, era un centurión romano, pero ha oído hablar de Jesús y tiene en su casa a su criado enfermo, paralítico sufriendo mucho, y acude a Jesús.  Reconoce el mal que hay en su casa y acude a Jesús con una confianza total. Pero una confianza que ha arrancado de un corazón humilde. No se ha atrevido en principio a venir por si mismo al encuentro con Jesús ni querrá Jesús visite su casa porque además sabe lo que significaba para un judío entrar en la casa de un gentil. ‘No soy digno…’ dirá, pero tiene la confianza total. ‘Basta una palabra tuya…’ Como el jefe que tiene soldados a sus órdenes y a una palabra el soldado está haciendo lo que le pide su jefe sin importar la dificultad. Su humildad le ha abierto el camino de la fe.

Será lo que alaba Jesús. ‘En todo Israel no he encontrado una fe como la de este hombre’, es la alabanza de Jesús. ¿Qué podrá decir Jesús de nuestra fe? ¿Dónde está nuestra humildad que haga expedito el camino de la fe? ¿Seremos capaces de reconocer nuestra limitación y nuestro pecado?

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