Vuélvete
Señor, mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña… Cuida la cepa que tu
diestra plantó, es la súplica con que iniciamos el camino del Adviento
Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7; Sal 79; 1
Corintios 1, 3-9; Marcos 13, 33-37
Supongamos que tenemos un terreno, que
tenemos un campo de cultivo en el que tenemos plantada una viña; lo trabajamos
y esperamos recoger un día sus frutos; ha sido confiado a unos labradores, pero
el amo de la viña vendrá con frecuencia a visitar su viña, a escuchar a aquellos
labradores que la trabajan para ver lo que se necesita para hacerla producir
mejor, no solo para recoger un día los frutos, sino también para recrearse en
ella y en cuanto está produciendo. El amo de la viña viene y aquellos
encargados del cuidado de la viña están atentos a su llegada, lo esperan, lo
escuchan, como un día al final de la cosecha han de rendir cuentas de ese
trabajo.
Me he querido detener en esta imagen
porque de alguna manera es lo que ahora estamos viviendo, de manera especialmente
intensa en este tiempo de Adviento que comenzamos. Es lo que, podríamos decir,
viene a recordarnos. Es lo que esperamos y anhelamos, la venida del Señor al
campo de nuestra vida y de nuestro mundo, es lo que pedimos y para lo que
queremos prepararnos. Porque queremos pensar de manera especial en esa venida
del Señor en el hoy de nuestra vida. Y es lo que con especial intensidad
tenemos que vivir en este momento.
¿Cómo está el campo de nuestra vida?
¿Cómo está el campo de nuestro mundo? Tenemos la tentación y el pesimismo de
verlo todo poco menos que perdido. Es cierto que hay cosas que nos desalientan,
nos preocupan, nos inquietan, tenemos el peligro de perder la paz de nuestros
corazones. Son muchas, es cierto, las turbulencias que vive nuestra sociedad hoy;
muchos los desencantos y mucha también la indiferencia, aturdidos por el
materialismo de la vida - ¿en qué convertimos incluso la navidad que vamos a
celebrar? -, arrastrados por la superficialidad que se impone de muchas maneras
para hacer que tantos vayan a su rumbo sin metas, sin valores, despreocupados
de todo e insolidarios. Y podemos caer en esas redes, se nos pueden enfermar
las plantas que pretendemos cultivar esa finca de la vida.
Clamamos al Señor, como
decíamos en el salmo que se nos ofrece hoy en la liturgia, ‘Despierta tu
poder y ven a salvarnos… Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo,
fíjate, ven a visitar tu viña… Cuida la cepa que tu diestra plantó, y al hijo
del hombre que tú has fortalecido…’
‘Ven, Señor, a salvarnos’, es la súplica que en estos días estará en nuestros
labios y en nuestro corazón. No solo en estos días, ha de ser algo presente
siempre en nuestra vida, en nuestra oración. Cada día tenemos que aprender a
descubrir y a sentir la presencia de Dios con nosotros. Cada día hemos de
recibirle y escucharle, cada día hemos de sentir su presencia que se hace
fuerza y que se hace vida en nosotros para no desalentarnos en nuestras tareas,
para no dejarnos arrastrar por esa indiferencia o ese materialismo de la vida
que todo lo inunda, para darle profundidad a lo que hacemos y a lo que vivimos.
Solo así podremos obtener los buenos frutos que el Señor nos pide.
Vamos a celebrar la Navidad y
para eso queremos prepararnos durante este tiempo del Adviento, pero al
recordar y celebrar su venida recordamos también que El prometió que estaría
con nosotros hasta el final de los tiempos. Y es lo que tenemos que saber
descubrir esa venida del Señor cada día a nuestra vida. El nos va saliendo al
encuentro de muchas maneras y tenemos que saber descubrir y sentir su
presencia.
Hay como tres imperativos que
nos deja hoy Jesús en el evangelio y que son todo un programa de adviento. Estad
preparados, nos dice, vigilad. Firmes en la fe, frente a cuanto nos
rodea y nos puede envolver. No podemos perder esa línea de fe en todo aquello
que vamos haciendo. Es lo que tiene que motivarnos, es lo que nos va a ir dando
luz en medio de las oscuridades poniendo una nueva claridad en nuestros ojos,
es lo que nos hará descubrir realidades nuevas en medio de todo ese revoltijo
de la vida, es lo que nos hará no perder el rumbo frente a los vientos que nos
pueden arrastrar por otros caminos, es lo que nos da la certeza de que con el
amor es como podremos salvar el mundo. Diligentes en el amor. Es por el amor por
lo que tenemos que apostar. Es el amor el que creará una nueva humanidad.
Por eso nos dice también que
no nos dejemos engañar por el olvido de Dios, por el secularismo galopante, por
el materialismo seductor que reina en nuestra sociedad. Por eso vigilantes,
atentos, para escuchar al Señor. Es su Palabra la verdadera luz de nuestra vida
que nos conduce a la verdad. Es Cristo nuestro único camino que nos conduce a
la vida y nos llena de nueva vida.
Y ‘no tengáis miedo’,
nos dice el Señor. No nos podemos sentir agobiados, no podemos perder la paz,
nunca nos podremos sentir derrotados aunque sabemos que somos débiles y tenemos
nuestros tropiezos. Siempre podemos levantarnos, despertarnos, arrancar de
nuevo. Es la esperanza que tiene que llenar nuestra vida. Es la esperanza que
tratamos de despertar ahora en este tiempo de Adviento, pero que tiene que
acompañarnos siempre. Creemos en el que ha vencido la muerte y el pecado y a
nosotros nos lleva también a esa victoria.
Por eso iremos repitiendo
muchas veces, mientras seguimos cultivando aquel campo que ha puesto en
nuestras manos para que un día produzca abundantes frutos, aquel cántico del
Apocalipsis ‘maranatha, ven Señor Jesús’.
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