No
hagamos de la vida un edificio rocambolesco que se queda en apariencia, sino
demos profundidad apoyándonos en la Palabra de Dios
Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27
Muchas veces tenemos la tentación de
disimular en bonitas fachadas o apariencias la debilidad y la inestabilidad que
hay en el interior. Muchas veces nos puede suceder, incluso como una reacción a
nuestra propia debilidad, a nuestras propias deficiencias; no queremos que nos
noten débiles, que lleguen a descubrir donde están nuestros talones de Aquiles,
por donde todo se nos podría venir abajo. Y nos rodeamos de oropeles, nos
envolvemos de apariencias; queremos aparentar que somos fuertes, mientras en
nuestro interior no tenemos la más mínima voluntad para superarnos; nos
envolvemos con bonitas palabras que tomamos de aquí o de allá, pero no dejar
traslucir nuestra falta de sabiduría y nuestra ignorancia. Un edificio que
hacemos muy rocambolesco por fuera, pero que dentro no nos sirve para nada, ni
tiene la fortaleza suficiente para mantenerse en pie frente al más mínimo
vendaval. Es la inmadurez, la superficialidad en la que muchas veces asentamos
la vida.
Y lo malo además sería que estuviéramos
construyendo una sociedad que solo sea fachada. Nos preocupamos mucho de cosas
que llamen la atención, que encandilen a la gente, que contente a la mayoría haciéndole
olvidar quizás otros valores que necesita la sociedad u otras carencias de las
que nos queremos ser conscientes. Terrible una sociedad sin fundamentos, sin
valores, sin verdadera madurez, porque solo buscamos la superficialidad, el
pasarlo bien de la manera más fácil, el mínimo esfuerzo, el que todo nos lo den
hecho. Se tambalea nuestra sociedad por la falta de valores; se tambalea
nuestra sociedad edificada superficialmente y para contentar a los que rehuyen
el esfuerzo y la auténtica responsabilidad.
Y cuidado que los cristianos nos
dejemos arrastrar por esos cánticos de sirena, caigamos también en esas redes
de superficialidad. Tenemos que dar la talla, mostrar esos verdaderos valores
que guían nuestra vida y por lo que estamos dispuestos a darlo todo porque
queremos darle profundidad y madurez a nuestra vida. Tenemos que ser ejemplo de
responsabilidad, de confianza, creando cauces con nuestro ejemplo y nuestro
testimonio de ese rumbo nuevo que tenemos que darle a la vida.
Hoy nos previene Jesús. No quiere que
edifiquemos nuestra vida sobre arena, no quiere que nos quedemos en
apariencias, quiere que vayamos a lo más hondo, a lo más profundo. Claro que
buscar un cimiento que esté bien fundamentado en la roca nos exige esfuerzo, no
es ir a lo que salga, sino que tenemos que ahondar, profundizar hasta encontrar
esa roca firme sobre la que edificar y poner buenos fundamentos.
Nos habla Jesús de la Palabra de Dios,
verdadera sabiduría de nuestra vida. ¿Dónde mejor buscar esa sabiduría sino en
el Dios que nos ha creado para poder encontrar ese verdadero sentido de nuestra
vida? De ahí la atención con que hemos de escuchar a Dios, profundizar en su
Palabra. No basta oírla como palabras que se lleva el viento. Es necesario escuchar
y para escuchar hay que prestar atención, abrir los oídos de nuestro interior,
masticar en la reflexión esa Palabra que escuchamos para poder traducirla luego
en las obras de nuestra vida. Cuidado seamos superficiales en la escucha de la
Palabra de Dios. Nos creemos que nos la sabemos y no llegamos a descubrir lo
que aquí y ahora, en este momento y en esta situación de mi vida, Dios quiere
decirme, Dios quiere revelarme.
No podemos hacer como con tantas cosas
en la vida que siempre vamos a la carrera; a la carrera no podemos ir a
escuchar la Palabra de Dios, busquemos serenidad en el espíritu, hagamos
silencio interior para que nada nos distraiga ni nos disperse, dejemos que cale
hondo en nosotros, aunque haya palabras que nos hieran en las fibras más íntimas
de nosotros mismos, porque es señal de que hay algo enfermo que tenemos que
curar.
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