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domingo, 10 de diciembre de 2023

El profeta anuncia al pueblo palabras de consuelo que lo ponen en camino, es la nueva actitud que hoy nos pone en pie en este camino del Adviento

 


El profeta anuncia al pueblo palabras de consuelo que lo ponen en camino, es la nueva actitud que hoy nos pone en pie en este camino del Adviento

Isaías 40, 1-5. 9-11; Sal 84; 2Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8

Supongamos que tenemos una deuda muy grande que no tenemos medios para poder pagarla; sobre nuestra cabeza pende el momento en que nos puedan exigir el pago de esas deudas y en cierto modo vivimos en la angustia de no saber cómo salir de ese atolladero. Pero de pronto nos anuncian que esa deuda está condonada, ya no tenemos que pagarla porque alguien nos ha resarcido de ella. Consuelo y alegría para nuestro corazón.

Es lo que escuchamos hoy al profeta, en la primera lectura. Invita a escuchar palabras de consuelo porque su deuda está condonada. El profeta aparece en unos momentos que fueron cruciales en la historia del pueblo de Israel; habían sido llevados a la cautividad de Babilonia y en un momento dado se les ofrece la liberación. Por eso los desiertos se convierten en caminos para aquel pueblo desterrado que corre de nuevo hacia su tierra, como en un segundo éxodo hacia la tierra de libertad prometida.

El desierto, como el destierro, no van a ser un lugar para la estancia, sino que se convertirán en un camino, que habrá que prepararlo adecuadamente, porque en el desierto no hay caminos, sino todo es aridez y colinas y barrancos que habrá que sortear; unos caminos nuevos han de abrirse por el desierto.

Y esa palabra del profeta la escuchamos nosotros hoy, en este segundo domingo de Adviento, pero también en medio de los desiertos y de las arideces de la vida. Miremos nuestra situación y la situación de nuestro mundo, miremos nuestra propia vida y la manera que tenemos de relacionarnos con los demás, contemplemos la falta de paz no solo de las guerras que siguen azotando nuestro mundo, sino esa ruptura de la paz en las familias, en nuestras mutuas relaciones, en tantas cosas que nos ponen en tensión; miremos, sí, ese mundo que nos rodea y que se encanta con las campanillas y los colores que nos anuncian la navidad, pero que sigue viviendo en la superficialidad y en la vanidad; miremos cual es la preparación que precisamente se nos ofrece en la sociedad para la celebración de la navidad, donde Jesús será el más olvidado.

Nos aparece en el evangelio la figura del Bautista, aquel profeta que ha aparecido en los desiertos de Judea y en las orillas del Jordán con una figura de austeridad que pareciera que nos viene a aguar la fiesta cuando nosotros estamos pensando en tantos adornos y tantas vanidades de las que rodeamos nuestras fiestas de Navidad.

Tenemos que detenernos los cristianos en medio de esa carrera loca a la que nos lleva nuestra sociedad. Tenemos que despertar y ver cual es la verdadera realidad de la navidad que vamos a celebrar. ¿Olvidaremos aquello a lo que en verdad ha venido a nuestro mundo el Hijo de Dios cuando quiere ser Dios en medio de nosotros? ¿Seremos conscientes de esas colinas, valles y barrancos en medio de un mundo árido y reseco que sigue existiendo a nuestro alrededor y en nosotros mismos? ¿Seguiremos dejando a nuestro mundo, o nos quedaremos nosotros mismos en ese desierto sin abrir nuevos caminos?

No es la cena de un día, no es un bonito árbol lleno de luces y de regalos que plantemos un día, no es una bella y más o menos artística escenificación de la navidad con sus figuras de todas formas y colores, lo que tiene que hacer la navidad. Podrían ser buenos signos, pero eso, signos de algo nuevo y distinto lleno de otra luz y de otro color que tendríamos que construir en nuestra vida, en la vida de los que nos rodean, de la transformación que realmente tenemos que realizar en nuestro mundo.

No nos podemos quedar en lo externo y superficial. Un camino nuevo tenemos que emprender, tenemos que construir en medio de ese desierto. A eso nos está invitando el profeta, a eso nos está llamando de forma apremiante el Bautista. Una esperanza nueva tiene que nacer en nuestros corazones y darle color a nuestro mundo, que es más que la luz parpadeante de unos momentos, porque Jesús es la luz que nos va a iluminar para siempre. No nos quedemos, pues, simplemente parpadeando, que las luces que parpadean terminan fundiéndose y apagándose.

Como las palabras del profeta sirvieron de consuelo y alegría, pero también pusieron en camino a aquel pueblo que se sentía sin libertad alejado de su pueblo, así tenemos que escuchar hoy – y cuando digo hoy estoy diciendo en este momento concreto – estas Palabras que se nos ofrecen hoy a través de la liturgia de ese segundo domingo de Adviento, aunque nos puedan resultar incómodas.

¿Cuáles, en concreto, son esos desiertos, valles, barrancos y colinas donde tenemos que comenzar ya a hacer un camino nuevo? ¿Cómo se va a traducir eso también para esa sociedad concreta en la que vivimos, que es nuestra familia, que es nuestra comunidad, que son esas personas que están a mí alrededor?

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