El
profeta anuncia al pueblo palabras de consuelo que lo ponen en camino, es la
nueva actitud que hoy nos pone en pie en este camino del Adviento
Isaías 40, 1-5. 9-11; Sal 84; 2Pedro 3,
8-14; Marcos 1, 1-8
Supongamos que tenemos una deuda muy
grande que no tenemos medios para poder pagarla; sobre nuestra cabeza pende el
momento en que nos puedan exigir el pago de esas deudas y en cierto modo
vivimos en la angustia de no saber cómo salir de ese atolladero. Pero de pronto
nos anuncian que esa deuda está condonada, ya no tenemos que pagarla porque
alguien nos ha resarcido de ella. Consuelo y alegría para nuestro corazón.
Es lo que escuchamos hoy al profeta, en
la primera lectura. Invita a escuchar palabras de consuelo porque su deuda está
condonada. El profeta aparece en unos momentos que fueron cruciales en la
historia del pueblo de Israel; habían sido llevados a la cautividad de
Babilonia y en un momento dado se les ofrece la liberación. Por eso los
desiertos se convierten en caminos para aquel pueblo desterrado que corre de
nuevo hacia su tierra, como en un segundo éxodo hacia la tierra de libertad
prometida.
El desierto, como el destierro, no van
a ser un lugar para la estancia, sino que se convertirán en un camino, que
habrá que prepararlo adecuadamente, porque en el desierto no hay caminos, sino
todo es aridez y colinas y barrancos que habrá que sortear; unos caminos nuevos
han de abrirse por el desierto.
Y esa palabra del profeta la escuchamos
nosotros hoy, en este segundo domingo de Adviento, pero también en medio de los
desiertos y de las arideces de la vida. Miremos nuestra situación y la
situación de nuestro mundo, miremos nuestra propia vida y la manera que tenemos
de relacionarnos con los demás, contemplemos la falta de paz no solo de las
guerras que siguen azotando nuestro mundo, sino esa ruptura de la paz en las familias,
en nuestras mutuas relaciones, en tantas cosas que nos ponen en tensión;
miremos, sí, ese mundo que nos rodea y que se encanta con las campanillas y los
colores que nos anuncian la navidad, pero que sigue viviendo en la
superficialidad y en la vanidad; miremos cual es la preparación que
precisamente se nos ofrece en la sociedad para la celebración de la navidad,
donde Jesús será el más olvidado.
Nos aparece en el evangelio la figura
del Bautista, aquel profeta que ha aparecido en los desiertos de Judea y en las
orillas del Jordán con una figura de austeridad que pareciera que nos viene a
aguar la fiesta cuando nosotros estamos pensando en tantos adornos y tantas
vanidades de las que rodeamos nuestras fiestas de Navidad.
Tenemos que detenernos los cristianos
en medio de esa carrera loca a la que nos lleva nuestra sociedad. Tenemos que
despertar y ver cual es la verdadera realidad de la navidad que vamos a
celebrar. ¿Olvidaremos aquello a lo que en verdad ha venido a nuestro mundo el
Hijo de Dios cuando quiere ser Dios en medio de nosotros? ¿Seremos conscientes
de esas colinas, valles y barrancos en medio de un mundo árido y reseco que
sigue existiendo a nuestro alrededor y en nosotros mismos? ¿Seguiremos dejando
a nuestro mundo, o nos quedaremos nosotros mismos en ese desierto sin abrir
nuevos caminos?
No es la cena de un día, no es un
bonito árbol lleno de luces y de regalos que plantemos un día, no es una bella
y más o menos artística escenificación de la navidad con sus figuras de todas
formas y colores, lo que tiene que hacer la navidad. Podrían ser buenos signos,
pero eso, signos de algo nuevo y distinto lleno de otra luz y de otro color que
tendríamos que construir en nuestra vida, en la vida de los que nos rodean, de
la transformación que realmente tenemos que realizar en nuestro mundo.
No nos podemos quedar en lo externo y
superficial. Un camino nuevo tenemos que emprender, tenemos que construir en
medio de ese desierto. A eso nos está invitando el profeta, a eso nos está
llamando de forma apremiante el Bautista. Una esperanza nueva tiene que nacer
en nuestros corazones y darle color a nuestro mundo, que es más que la luz
parpadeante de unos momentos, porque Jesús es la luz que nos va a iluminar para
siempre. No nos quedemos, pues, simplemente parpadeando, que las luces que
parpadean terminan fundiéndose y apagándose.
Como las palabras del profeta sirvieron
de consuelo y alegría, pero también pusieron en camino a aquel pueblo que se
sentía sin libertad alejado de su pueblo, así tenemos que escuchar hoy – y
cuando digo hoy estoy diciendo en este momento concreto – estas Palabras que se
nos ofrecen hoy a través de la liturgia de ese segundo domingo de Adviento,
aunque nos puedan resultar incómodas.
¿Cuáles, en concreto, son esos
desiertos, valles, barrancos y colinas donde tenemos que comenzar ya a hacer un
camino nuevo? ¿Cómo se va a traducir eso también para esa sociedad concreta en
la que vivimos, que es nuestra familia, que es nuestra comunidad, que son esas
personas que están a mí alrededor?
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