Necesitamos
unas curas de humildad contemplando a quien era el más grande de los nacidos de
mujer pero que dejaba adelantarse a los pequeños en el reino de los cielos
Isaías 41, 13-20; Sal 144; Mateo 11,
11-15
Siguiendo con nuestro camino de
Adviento la liturgia nos va delineando la figura de Juan Bautista, aquel que
había sido preanunciado como el que venía a preparar los caminos del Señor y
que venía con el poder y el espíritu de Elías para reunir a los hijos dispersos
para preparar un pueblo bien dispuesto para la venida del Señor.
En la interpretación que iban haciendo
de las Escrituras y de lo anunciado por los profetas tenían la esperanza que el
profeta que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego, habría de
volver antes de la llegada del Mesías. En cierto modo es a lo que hará
referencia el ángel del Señor cuando se manifieste a Zacarías en la ofrenda del
incienso en el templo anunciándole el nacimiento de un hijo que habría de tener
una misión muy especial. Es a lo que ahora nos hará hoy referencia Jesús en el
evangelio de que Elías ya ha venido, si querían admitirlo, haciendo referencia
a la presencia del Bautista, como comentarán algunos de los que escucharon las
palabras de Jesús.
Hoy Jesús nos quiere hablar de la
grandeza del Bautista, como hará también en otros momentos del evangelio y que
ya tendremos la oportunidad de comentar, pero al tiempo quiere señalarnos donde
está la verdadera grandeza que nosotros hemos de buscar. ‘No ha nacido de
mujer uno más grande que Juan el Bautista…’ les dice, ‘profeta y más que
profeta’ que dirá en otro momento, pero al mismo tiempo nos señala que ‘el
más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él’.
¿Qué nos dirá Jesús en otros momentos
cuando los discípulos andaban tan preocupados por los primeros puestos y quien
iba a ser el más principal cuando faltare Jesús? El más pequeño es el más
grande en el Reino de los cielos, y serán los primeros y los importantes los
que sepan ser los últimos, hacerse servidores de todos. Hoy nos habla Jesús de
la grandeza de Juan, pero una grandeza que también nosotros podremos alcanzar
si sabemos hacernos pequeños, si sabemos hacernos los últimos y los servidores
de todos.
Pero nosotros seguimos soñando con
grandezas, con prestigios, con honores y con reconocimientos, con aplausos y
con homenajes, y con la mejor buena voluntad hacemos muchas veces cosas muy
buenas, pero calladamente estamos esperando el reconocimiento, la gratitud, el
que nos lo tengan en cuentas, en que sean méritos que vayamos acumulando. No
son esos los caminos del evangelio, no son esos los caminos de los que queremos
seguir a Jesús.
Y con esos pensamientos dentro de
nosotros, aunque tratemos de disimularlo, muchas veces sentimos violencia
dentro de nosotros mismos, desde lo que nos gustaría alcanzar de
reconocimientos o de valoraciones y el lugar que seguimos ocupando; nos cuesta
pasar desapercibidos, queremos hacernos notar, sentimos unas cosquillas dentro
de nosotros cuando vemos que otros son alabados y ensalzados y para nosotros no
hay una palabra, una mueca al menos de reconocimiento, no queremos que nadie se
nos adelante; qué duro se nos hace cuando quizás alguien echa tierra sobre
nosotros que nos puede hacer perder prestigios, puestos de honor, o influencia
sobre los demás.
No terminamos de asumir y aprender lo
que es el camino de Jesús que no es otro el camino que nosotros hemos de hacer.
Necesitamos unas curas de humildad. Miremos al Bautista, con sus pieles de
camello, con sus langostas y miel silvestres (que no eran precisamente langostinos),
y con la humildad de reconocer que no le importa menguar si el que crece es el
Mesías que ha de venir.
Qué lección tenemos para nuestras
actitudes desequilibradas, para los celos y las envidias que tantas veces se
nos meten por dentro, para nuestras desconfianzas. Unas actitudes nuevas tienen
que nacer en nuestro corazón.
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