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viernes, 15 de diciembre de 2023

Busquemos la autenticidad del Evangelio, dejémonos conducir por el Espíritu Santo que nos da la verdadera sabiduría

 


Busquemos la autenticidad del Evangelio, dejémonos conducir por el Espíritu Santo que nos da la verdadera sabiduría

Isaías 48, 17-19; Sal 1; Mateo 11, 16-19

¿Esperaban un Mesías? ¿Cuál era el ansia más profunda que tenía en aquellos momentos el pueblo de Israel? Desde sus sentimientos religiosos, alimentados con la lectura de la Ley y los profetas cada semana en la Sinagoga se mantenía vivo el deseo y la esperanza de la pronta llegada del Mesías. Pero al mismo tiempo en aquellos momentos vivían una situación difícil dominados por el poder y el imperio de los romanos lo que hacía que estuviera muy latente en ellos ese deseo de liberación, que significaba la libertad frente al dominio y la opresión de un pueblo extranjero, que era el mismo tiempo el deseo de volver a los tiempos de esplendor que habían vivido en muchos momentos a lo largo de la historia.

Se juntaban ambos deseos y esperanzas por lo que en cierto modo la figura del Mesías prometido se convertía en la búsqueda de ese líder que hiciera de ellos un pueblo grande; de ahí la imagen en cierto modo política que se habían hecho del Mesías. ¿Cuáles eran los deseos y esperanzas que podían vivir en aquellos momentos? En cierto modo se creaba una confusión en sus mentes y de alguna manera no sabían qué aceptar.

Había aparecido la figura de Juan en el desierto a las orillas del Jordán. Se sintieron atraídos por aquella voz que surgía en el desierto que les recordaban antiguas profecías y fueron muchos los que peregrinaron hasta el Jordán para escuchar a Juan y para realizar los signos que Juan les pedía como señal de conversión y preparación para la pronta venida del Mesías.

Ahora había surgido este profeta en Galilea en la persona de Jesús y también eran muchos los que sentían atraídos por sus enseñanzas y el despertar de esperanzas en su corazón. Pero ni uno ni otro del todo convencían a muchos. A Juan le preguntaba si él era un profeta o acaso el mismo Mesías. De Jesús se preguntaban quien era cuando con tanta seguridad se presentaba anunciando el Reino de Dios y realizando tantos signos y milagros. Pero no todos en ambos casos se sentían convencidos. Duras las parecían a algunos las exigencias de Juan para un camino de conversión y su austera figura con sus ayunos y penitencias no atraían a muchos y desconfiaban.

La figura de Jesús se presentaba de otra manera, les llamaban la atención las palabras de esperanza que Jesús pronunciaba de un Reino Nuevo y los signos que realizaba como señal de lo que había de ser ese Reino nuevo, pero las exigencias de cambio radical en sus vidas para su seguimiento se enfrentaba de alguna manera a los que hasta entonces se habían constituido en guías del pueblo aunque Jesús ahora denunciaba la falsedad y la hipocresía de sus vidas.

Como decía Jesús ¿eran como los niños de la plaza que no se ponían de acuerdo en sus cantos y en sus juegos porque mientras unos pedían una cosa, otros ofrecían hacer quizá lo contrario? ¿Dónde encontrar esa sabiduría para poder discernir en cada momento lo que habría que hacer?

Pero no nos quedemos en el análisis del hecho concreto que nos ofrece hoy el evangelio sino que con él hagamos una lectura de lo que es hoy nuestra vida y de lo que son también los derroteros del mundo y de la Iglesia. ¿Andaremos también nadando entre dos aguas sin saber a qué quedarnos? ¿Cuáles son los caminos de nuestro mundo que mientras por un lado parece que surge un coro intenso pidiendo un mundo nuevo, un mundo de paz y de armonía entre todos y con la misma naturaleza por otra parte seguimos con la tentación de la vanidad y de la ostentación, de la superficialidad y el alimentos de nuestros orgullos y nuestros deseos de grandeza a costa de lo que sea? ¿Por qué camino nos hemos de decidir?

¿No nos sucederá de manera semejante en el ámbito de nuestra Iglesia? Peligro tenemos de dejarnos encantar por los cantos de sirena de nuestro mundo que todo lo quiere reformar, que todo hay que cambiarlo para adaptarnos, dicen, a los tiempos en que vivimos, en que los criterios morales tendrán que ser otros porque dicen que el mundo no nos entiende, y por otra nos encontramos con radicalismos tradicionalistas que realmente no nos dejan percibir el auténtico perfume del evangelio.

¿A dónde nos tenemos que dirigir? ¿Cuál es la sabiduría que tenemos que buscar? ¿Cuál es la respuesta que tenemos que dar a los retos del mundo de hoy? Busquemos la autenticidad del Evangelio, dejémonos conducir por el Espíritu Santo que es el que ha conducido a la Iglesia a través de los siglos, vivamos de manera auténtica nuestra fe en Jesús.


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