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sábado, 23 de octubre de 2021

Nos enseña a mirar lo que nos sucede con ojos de fe y con el corazón puesto siempre en la misericordia del Señor y dispuestos a obrar con esa compasión con los demás

 


Nos enseña a mirar lo que nos sucede con ojos de fe y con el corazón puesto siempre en la misericordia del Señor y dispuestos a obrar con esa compasión con los demás

Romanos 8, 1-11; Sal 23; Lucas 13, 1-9

Segundas oportunidades en la vida, es lo que deseamos para nosotros y sin embargo no siempre sabemos ofrecerlas a los demás. Cuando las cosas no nos salen bien, queremos intentarlo de nuevo, aunque algunas veces parece que nos sentimos sin fuerza. Son las luchas de la vida de cada día, las cosas que emprendemos, el desarrollo de nuestras responsabilidades, una función que nos han encomendado, la tarea de la vida familiar y la educación de los hijos; y cometemos errores porque no somos perfectos y para aprender a veces hay que equivocarse, y las cosas no nos salen bien, y queremos probar de nuevo, y confiamos que aquellos que están a nuestro lado tengan la paciencia necesaria con nosotros para darnos esa oportunidad. Nos duele cuando son implacables con nosotros y no nos ofrecen esa segunda oportunidad.

Aunque quizás nosotros no seamos tan pacientes con los demás y nos volvemos exigentes e implacables y quien haya cometido un error ya perdió para siempre nuestra confianza. Es quizás no comprender el sentido de la vida, el valor de la vida que vamos construyendo y no siempre quizás sabemos cómo hacerlo. Es aprender a reconocer nuestra debilidad para ser más comprensivos con los demás. Es darnos cuenta de que no podemos ir cargándonos de culpabilidades ni tampoco creer que los fracasos que tengamos en la vida sean como un castigo a errores que hayamos cometido. Cosas así nos llenan el corazón de amargura y cuando tenemos el corazón atormentado más nos costará tener la serenidad para emprender de nuevo lo que antes habíamos errado.

Hoy Jesús de la higuera que aquel propietario tenía plantada en medio de su terreno pero que año tras año venía a recoger sus frutos pero no los encontraba. Estaba viendo la higuera como algo estéril en su vida y que no merecía la pena tenerla allí en medio de su campo; por eso encarga al agricultor que cuida de sus campos que la arranque, ¿para qué tenerla allí si no da fruto? Pero aquel hombre apegado al cultivo de la tierra tenía otros criterios. Por eso le pide al dueño que la deje un año más que él la va abonar y cuidar con especial cuidado para lograr que dé sus frutos.

Esa higuera somos nosotros, los que a pesar de tantos mimos que hemos recibido, sin embargo no llegamos a dar fruto. Y ahí nos quiere hablar Jesús de la paciencia de Dios que nos cuida, que nos ama, que nos está ofreciendo continuamente nuevas llamadas de gracia. Pensemos cuánto estamos recibiendo del Señor cada día desde la vida misma, cuánto es lo que hemos ido recibiendo a lo largo de nuestra vida. Y el Señor nos llama y espera nuestra vuelta a El.

Es un mensaje repetido en el evangelio; recordemos a aquel padre que espera pacientemente la vuelta del hijo para el que hará una fiesta cuando el hijo regresa definitivamente a la casa. Es el médico que ha venido por los enfermos, y espera que el pecador se baje de la higuera, que el publicano se levante del garito de los impuestos, que la mujer pecadora venga a llorar a sus pies, que Pedro reconozca y llore su negación y le prometa una y otra vez su amor. El Señor lo sabe todo y conoce nuestro corazón, que es débil pero que quiere poner amor, por eso sigue confiando en nosotros, dándonos no una segunda sino múltiples oportunidades.

El Señor que nos ha perdonado tantas veces como aquel rey la deuda de su criado, sin embargo nos recriminará cuando nosotros no somos capaces de perdonar al que le haya hecho algo por mínimo que fuera. Por eso nos enseñará a pedir ‘perdónanos como nosotros perdonamos a nuestros deudores’. Y le dirá a Pedro que no siete veces sino hasta setenta veces siete, porque El ha venido para ofrecernos siempre su perdón y su vida.

Nos enseña a mirar las cosas que nos suceden con ojos de fe pero con el corazón puesto siempre en la misericordia del Señor. Dios no es el que está con la vara justiciera detrás de nosotros para castigarnos sino con el corazón de Padre abierto siempre a la ternura y a la compasión. No miremos como castigos divinos aquellos fracasos que tengamos que sufrir en la vida o aquellos otros acontecimientos que nos pudieran dañar. Dios nos llama con su amor, espera nuestra respuesta, está siempre con los brazos abiertos del amor y del perdón. Ojalá aprendiéramos a ser así nosotros con los demás.

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