Celebramos
y nos unimos a la celebración celestial de todos los santos que viven y ahora
alaban eternamente a Dios sintiéndonos partícipes porque somos amados de Dios
Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3,
1-3; Mateo 5, 1-12a
Celebramos la fiesta de todos los
santos. No sé si siempre los cristianos alcanzamos a saborear el sentido de
esta fiesta o si la palabra santidad sigue diciéndonos algo hoy. Para muchos,
para el conjunto de nuestra sociedad se ha quedado obsoleta, no porque su
significado sea algo viejo y sin sentido ni valor, sino porque no hemos llegado
a comprenderlo de verdad. Por eso nuestra fiesta de Todos los Santos queda
desdibujada con el día de Difuntos y un poco en eso se nos queda, y terminamos
porque toda la celebración que hagamos sea la visita a las tumbas de nuestros
difuntos en el cementerio.
De entrada decir que la santidad es una
característica divina porque solo Dios es santo en si mismo. Pero es algo de lo
que nos hace partícipes Dios. Por decirlo con pocas palabras es decir que somos
inundados por el amor de Dios que nos hace sus hijos. Y esa es la santidad en
su sentido más profundo. Estamos marcados por el amor de Dios que no solo nos
creó y nos dio la vida, sino que nos hace partícipes de su vida divina. Es por
eso por lo que nos sentimos sus hijos, somos sus hijos, podemos llamarle Padre,
como nos dice hoy san Juan en el texto de su carta.
La lectura del Apocalipsis que hoy se
nos ofrece nos habla de los que han sido marcados con la Sangre del Cordero, y
nos habla de cantidades innumerables, nadie las puede contar, aunque
primeramente nos habla de los ciento cuarenta y cuatro mil, en una clara
referencia al Antiguo Testamento, al número de doce tan significativo por
aquello de las doce tribus de Israel; pero a continuación nos hablará de esa
multitud innumerable que viene todas partes y que han sido marcados.
La marca es una señal de pertenencia;
han sido marcados con la sangre del Cordero, han sido marcados y separados para
formar un nuevo pueblo con una clara referencia a la consagración de algo que
es marcado, señalado, separado para ser algo distinto, y la palabra santo
precisamente de ahí tiene tu derivación.
Hemos sido marcados para ser esa
pertenencia de Dios, para ser los consagrados del Señor, para ser los santos, tendríamos
que decir en una palabra. Recordemos nuestro bautismo con su significado más
hondo y más profundo, no solo hemos sido marcados y señalados con la señal de
la cruz, sino que luego hemos sido ungidos para ser consagrados. ¿Qué significa
esa señal de la cruz y qué significa esa unción? Hemos sido consagrados por el
amor de Dios, nos sentimos inundados por el amor de Dios que nos hace sus
hijos, por eso tenemos que sentirnos ya los santos.
Ahora nos toca vivirlo. Vivir como
quien se siente en verdad amado de Dios. ¿Cómo no nos vamos a sentir amados si
nos ha llenado de su vida divina para hacernos sus hijos? Y no tenemos que
hacer otra cosa que mirar a Jesús para comprender toda la maravilla de lo que
es el amor que Dios derrama sobre nosotros y escuchar a Jesús paras vivir con
ese sentido nuevo de los que están llenos del amor de Dios y por eso ya somos
santos.
Por eso hoy Jesús nos dice en el
evangelio que somos dichosos, que somos felices. ¿Cómo no lo vamos a ser con
ese amor de Dios que se derrocha sobre nosotros? y cuando sentimos así su amor
en nosotros no necesitamos ni riquezas ni grandezas humanas, estaremos por
encima de los sufrimientos que nos pueda tocar sufrir en las luchas de la vida,
pero es que necesariamente tendremos que comenzar a amar con un amor igual.
Somos dichosos y felices porque somos
hijos; somos dichosos y felices con ese desprendimiento que hacemos de nosotros
mismos para darnos en humildad y para darnos en amor por los demás; no nos
importan las posesiones que tengamos sino el amor con que nos repartimos por
los demás.
Somos dichosos y felices y nuestro
corazón está lleno de mansedumbre, de humildad, de ternura y de misericordia
para los demás; somos dichosos y felices aunque tengamos que llorar con las lágrimas
de los demás porque así compartimos su vida, pero porque así compartimos todo
lo que hay en nuestro corazón con los que sufren a nuestro lado.
Somos dichosos y felices porque
ansiamos y buscamos siempre lo bueno, la verdad y la justicia porque trabajamos
con ahínco por la paz, porque hemos arrancado de nuestro corazón todo tipo de
malicia porque quien está lleno de Dios no puede sino actuar de esa manera; no
caben en nosotros las sospechas ni las reticencias que nos dividen y nos
enfrentan, no caben en nosotros orgullos mal curados sino que todo será buscar
lo bueno y al ofrecer lo mejor de nosotros mismos estará siempre presente el perdón
que nos lleva a la paz con nosotros mismos y a la paz con los demás.
Somos dichosos y felices porque sintiéndonos
llenos de Dios por su amor en verdad sentimos que Dios es el único Señor de
nuestra vida con lo que alcanzamos la más hermosa libertad; bien sabemos que
cuando dejamos que otras cosas se enseñoreen de nuestras vidas terminaremos
siendo siempre esclavos que nos quitan lo más preciado de nuestra dignidad.
Y eso es lo que en verdad hoy
celebramos. Y celebramos y nos unimos a la celebración celestial de todos los
santos que antes que nosotros han recorrido el camino y ahora alaban
eternamente a Dios en el cielo y celebramos que nosotros estamos queriendo
hacer ese camino de santidad con lo que siempre nos sentiremos dichosos y
felices como nos proclama Jesús en las bienaventuranzas. No es, pues, recordar
y celebrar a los difuntos, porque estamos celebrando a los que viven, a los que
estamos queriendo vivir esa santidad en el amor que Dios nos tiene.
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