El
camino de Jesús es un camino exigente pero de maduración y de crecimiento, en
ocasiones con sacrificios pero que nos da la más profunda felicidad con el
corazón liberado de ataduras
Filipenses 2, 12-18; Sal 26; Lucas 14, 25-33
No es cuestión de que en todo en la
vida andemos siempre como en negociación pero sí sabemos que cuando queremos
llegar a algo importante tenemos que eliminar o dejar a un lado de nuestro
camino cosas que quizás nos habrían podido parecer importantes, pero que vemos
que sin embargo pueden ser un estorbo para alcanzar aquellas metas a las que
aspiramos. Recuerdo escuchar alguna vez aquello de que lo bueno es enemigo de
lo mejor, porque nos quedamos simplemente en esto que nos parece bueno pero no
llegamos a alcanzar aquello que es mejor.
Disfrutemos, sí, por qué no, del camino
pero no nos quedemos en el camino, lo importante es la meta y habrá que
renunciar a cosas que hasta pudieran ser buenas en sí, porque lo que buscamos
es lo superior. Claro que para eso hay que tener espíritu de superación, de
deseos de más, de arrancarnos de conformismos y rutinas, de ser capaces de
ponernos por encima de los cansancios que puedan significar los esfuerzos; solo
a lo cómodo no llegamos a ninguna parte, y para quedarnos en lo mismo no nos
pongamos en camino; ponerse en camino significa buscar, incluso arriesgarse,
desear lo mejor y poner nuestro esfuerzo, nuestro talento y nuestro talante,
nuestros deseos que nos llevan quizá a una radicalidad en lo que pretendemos
conseguir.
Pero quizá muchas veces los cristianos
somos excesivamente conformistas, parece que ya vamos cansados en la vida y no
tenemos ganas de luchar para avanzar, nos quedamos en aquello de que esto
siempre se ha hecho así pero no somos capaces de ver la posibilidad de que
podemos alcanzar algo mejor. Por eso algunas veces nos asustan las palabras del
evangelio cuando nos plantean exigencias e incluso renuncias. Eso será para
otros, pensamos, con tal de nosotros no implicarnos ni complicarnos.
Pero Jesús hoy nos está diciendo que
nos paremos un poco para ver qué es lo que queremos, a qué aspiramos, si
estamos dispuestos a llegar a las alturas de lo que nos propone el evangelio.
Esas dos como parábolas que nos propone Jesús al final, del hombre que quiere
realizar una construcción o del rey que quiere hacer una guerra, son
planteamientos serios que nos está haciendo Jesús para que nos tomemos en serio
lo de ser cristianos, lo de ser sus discípulos y seguidores. Claro que eso de
ponerse a pensar y a planificar ya nos resulta costoso porque lo queremos todo
de inmediato. Las prisas con que vivimos la vida que nos hace tan
superficiales. Y los superficiales no llegarán nunca a ninguna parte.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de
negarnos a nosotros mismos, de posponer muchas cosas para quedarnos con lo
principal aunque las cosas que dejemos a un lado sean buenas como puede ser la
familia, como pueden ser incluso aquello que poseemos que nos hayamos ganado
con nuestro esfuerzo, nos habla de tomar la cruz. Creo que con la reflexión que
nos venimos haciendo nos damos cuenta del sentido de las palabras de Jesús. No
es renunciar por renunciar, no es un masoquismo donde lo que queramos hacer es
machacarnos y hundirnos; eso nunca el Señor nos lo pedirá, pero sí la exigencia
de seguir adelante, de mirar a lo alto de buscar lo mejor, aunque cueste
sacrificio, aunque cueste cruz.
Algunas veces no lo hemos terminado de
entender y rehuimos o rechazamos incluso las palabras de Jesús. Tenemos que
entender su hondo sentido con todas sus consecuencias y con todas sus exigencias.
Es un camino exigente pero de maduración y de crecimiento; es un camino en
ocasiones con sacrificios pero que nos da la más profunda felicidad. Tenemos
que entusiasmarnos por el Señor, por Jesús, por su evangelio, y veremos lo
felices que vamos a ser con el corazón liberado de tantas ataduras que nos
impedirían volar.
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