Experimentemos lo que es sentirnos amados por Dios cuando en
su amor El nos pone en su corazón y al mismo tiempo se adueña del nuestro para
hacernos vivir una vida nueva
Hechos 14, 5-18; Sal 113; Juan 14, 21-26
Supongamos que en
estas circunstancias en que vivimos, con gente que retorna de la noche a la
mañana a sus pueblos y familias de origen como sucede con tantos emigrantes,
por ejemplo, de pronto nos llega una familia nuestra que no tiene a donde ir y
que nos dicen que como en nuestra casa hay espacio más o menos suficiente se
vengan a vivir con nosotros; sin saber qué hacer o como reaccionar nos vimos
comprometidos a acogerlos para que habitaran en nuestro mismo hogar. Nos veríamos
quizá que se nos trastocaba nuestra vida, se rompía el ritmo de nuestras
rutinas a las que estamos acostumbrados, que aun con todo el respeto del mundo
esas personas vienen con las costumbres y modos de vivir del lugar o país donde
hasta ahora han habitado; todo en nuestra vida quedaría trastocado y con mucho
esfuerzo y sacrificio quizá trataríamos de amoldarnos a esa nueva situación que
de alguna manera rompe nuestros planes.
Es algo que puede
sonar idílico o irreal de alguna manera y quizá hacemos demasiado hincapié en
las incomodidades que nos surgirían con esas personas que de alguna manera van
a influir también en nuestra manera de vivir y de sentir. Quizá recalcamos un
tanto lo que nos puede parecer en principio negativo porque nos haría cambiar
muchas cosas de nuestra vida, pero quizá no apreciamos la riqueza que al mismo
tiempo puede significar para nosotros con lo nuevo que nos pueden aportar. De
todas maneras sentiríamos que la vida se nos cambia, se nos hace distinta.
No sé bien si
entendemos y nos puede valer esto que ponemos como imagen y ejemplo de lo que
hoy nos ofrece el evangelio. Y es que en el seguimiento de Jesús y en
consecuencia nuestra vida cristiana puede haber y de hecho hay algo de esto que
estamos diciendo pero con un nivel infinitamente superior. Y es que la vida
cristiana no se reduce a hacer cosas, a cumplir unas normas o unos mandatos, ni
simplemente decir que nos estamos poniendo en el nuevo camino del amor porque
ese es el mandato que Jesús nos ha dejado como distintivo.
Y es que cuando
estamos hablando de lo que es nuestra vida cristiana, lo que representa en
nosotros el seguimiento de Jesús es algo mucho más hondo, porque es dejar que
Dios habite en nosotros y nosotros habitemos en El. Es lo que nos viene a decir
hoy Jesús en el evangelio. Es cierto que el ser cristiano porque seguimos a Jesús
implica el que entremos en una nueva honda, la honda del amor que tiene que
envolver toda nuestra vida, pero es que como nos dice Jesús hoy cuando le
amamos, porque entramos en la honda de su amor, y porque le amamos queremos
cumplir su voluntad, sus mandamientos lo más maravilloso es que vamos a
experimentar lo que significa sentirse amado por Dios, y cuando decimos que
Dios nos ama es que Dios se adueña y se aposenta en nuestro corazón.
Si decimos que amar al
otro es ponerlo en nuestro corazón, decir que Dios nos ama es que nos ha puesto
en su corazón, pero es que se ha adueñado de nuestro corazón para por su amor
vivir en nosotros. Y, como decíamos antes con el ejemplo que proponíamos, al
habitar Dios en nosotros todo cambia en nuestro corazón, todo cambia en nuestra
vida; no es que dejemos que Dios habite en nosotros y sigamos con nuestras
rutinas y costumbres del hombre viejo, es que cuando Dios habita en nosotros
nos sentimos transformados y en nosotros nace un hombre nuevo, que tendrá un
nuevo vivir, que tendrá unos nuevos valores, que tendrá un nuevo sentido para
su existencia, que se va a ver profundamente enriquecido con la gracia de Dios.
Y ya esto no lo
haremos por sacrificio o solamente valorando nuestros esfuerzos humanos, sino
que esto lo hacemos, lo vivimos por gracia, porque es el regalo de Dios que así
enriquece nuestra vida que nos convierte en hijos de Dios.
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