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lunes, 11 de mayo de 2020

Experimentemos lo que es sentirnos amados por Dios cuando en su amor El nos pone en su corazón y al mismo tiempo se adueña del nuestro para hacernos vivir una vida nueva



Experimentemos lo que es sentirnos amados por Dios cuando en su amor El nos pone en su corazón y al mismo tiempo se adueña del nuestro para hacernos vivir una vida nueva

Hechos 14, 5-18; Sal 113; Juan 14, 21-26
Supongamos que en estas circunstancias en que vivimos, con gente que retorna de la noche a la mañana a sus pueblos y familias de origen como sucede con tantos emigrantes, por ejemplo, de pronto nos llega una familia nuestra que no tiene a donde ir y que nos dicen que como en nuestra casa hay espacio más o menos suficiente se vengan a vivir con nosotros; sin saber qué hacer o como reaccionar nos vimos comprometidos a acogerlos para que habitaran en nuestro mismo hogar. Nos veríamos quizá que se nos trastocaba nuestra vida, se rompía el ritmo de nuestras rutinas a las que estamos acostumbrados, que aun con todo el respeto del mundo esas personas vienen con las costumbres y modos de vivir del lugar o país donde hasta ahora han habitado; todo en nuestra vida quedaría trastocado y con mucho esfuerzo y sacrificio quizá trataríamos de amoldarnos a esa nueva situación que de alguna manera rompe nuestros planes.
Es algo que puede sonar idílico o irreal de alguna manera y quizá hacemos demasiado hincapié en las incomodidades que nos surgirían con esas personas que de alguna manera van a influir también en nuestra manera de vivir y de sentir. Quizá recalcamos un tanto lo que nos puede parecer en principio negativo porque nos haría cambiar muchas cosas de nuestra vida, pero quizá no apreciamos la riqueza que al mismo tiempo puede significar para nosotros con lo nuevo que nos pueden aportar. De todas maneras sentiríamos que la vida se nos cambia, se nos hace distinta.
No sé bien si entendemos y nos puede valer esto que ponemos como imagen y ejemplo de lo que hoy nos ofrece el evangelio. Y es que en el seguimiento de Jesús y en consecuencia nuestra vida cristiana puede haber y de hecho hay algo de esto que estamos diciendo pero con un nivel infinitamente superior. Y es que la vida cristiana no se reduce a hacer cosas, a cumplir unas normas o unos mandatos, ni simplemente decir que nos estamos poniendo en el nuevo camino del amor porque ese es el mandato que Jesús nos ha dejado como distintivo.
Y es que cuando estamos hablando de lo que es nuestra vida cristiana, lo que representa en nosotros el seguimiento de Jesús es algo mucho más hondo, porque es dejar que Dios habite en nosotros y nosotros habitemos en El. Es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. Es cierto que el ser cristiano porque seguimos a Jesús implica el que entremos en una nueva honda, la honda del amor que tiene que envolver toda nuestra vida, pero es que como nos dice Jesús hoy cuando le amamos, porque entramos en la honda de su amor, y porque le amamos queremos cumplir su voluntad, sus mandamientos lo más maravilloso es que vamos a experimentar lo que significa sentirse amado por Dios, y cuando decimos que Dios nos ama es que Dios se adueña y se aposenta en nuestro corazón.
Si decimos que amar al otro es ponerlo en nuestro corazón, decir que Dios nos ama es que nos ha puesto en su corazón, pero es que se ha adueñado de nuestro corazón para por su amor vivir en nosotros. Y, como decíamos antes con el ejemplo que proponíamos, al habitar Dios en nosotros todo cambia en nuestro corazón, todo cambia en nuestra vida; no es que dejemos que Dios habite en nosotros y sigamos con nuestras rutinas y costumbres del hombre viejo, es que cuando Dios habita en nosotros nos sentimos transformados y en nosotros nace un hombre nuevo, que tendrá un nuevo vivir, que tendrá unos nuevos valores, que tendrá un nuevo sentido para su existencia, que se va a ver profundamente enriquecido con la gracia de Dios.
Y ya esto no lo haremos por sacrificio o solamente valorando nuestros esfuerzos humanos, sino que esto lo hacemos, lo vivimos por gracia, porque es el regalo de Dios que así enriquece nuestra vida que nos convierte en hijos de Dios.

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