Necesitamos fortalecer nuestra fe para abrirnos a la
presencia del Señor y en toda circunstancia de la vida sepamos mantener siempre
la paz en el corazón
Hechos 14, 19-28; Sal 144; Juan 14, 27-31a
Cuando escuchamos hoy
a Jesús que les dice a sus discípulos, en las circunstancias concretas que
están viviendo, que tengan paz, que El les da la paz, que no se turbe su
corazón ni se acobarden, pudiera ser que nos cueste entender las palabras de Jesús.
¿Cómo les puede decir
que se mantengan en paz, que no pierdan la calma, que no se acobarden cuando
tantas veces les ha anunciado – y esta misma noche de la cena pascual lo ha
repetido – que lo van a prender, que lo van a entregar en manos de los gentiles
con las consecuencias que de todo eso se derivarán? Si nos anuncian cosas
semejantes de un familiar nuestro o de alguien a quien tenemos mucho aprecio
seguro que no nos podemos quedar tranquilos como si nada pasara. Si nos
anuncian una muerte inminente de alguien a quien queremos seguro que la
angustia se nos va a meter por dentro,
Pero ahí están firmes
las palabras de Jesús que tratan de darles esa paz que parece imposible que
puedan mantener. Pero ya Jesús les dice que la paz que El nos da no es como la
paz que da el mundo. Pensemos un poco en el concepto o sentido que podamos
tener de lo que es la paz. Decimos quizás que vivimos momentos de paz porque no
hay guerras, porque quizá se haya vencido el terrorismo o al menos no está
atacando con la misma virulencia, porque hay un cierto orden social y las
fuerzas de seguridad ciudadana tratan de mantener esa tranquilidad, evitando
protestas y manifestaciones, tratando de imponer un cierto orden y evitar lo
que pueda dañar a los ciudadanos o sus propiedades. Pero ¿solo eso es tener
paz?
Porque quizá en el
interior de las personas sigan las preocupaciones, porque mantenemos nuestras
desconfianzas y reservas, porque nunca estamos contentos con lo que tenemos,
porque sigue habiendo personas con muchas angustias en su espíritu, ¿y esas
personas tienen paz, pueden vivir en paz? Entendemos que la paz no es solo algo
externo que quizá nos puedan imponer. Entendemos que sentirnos con paz, a pesar
de los problemas que cada día se nos presentan en la sociedad es algo que
tenemos que conseguir de otra manera.
Y Jesús nos está hablando,
en momentos muy turbulentos como eran aquellos anteriores a su pasión, como
pueden ser los momentos que nosotros vivamos en nuestro mundo en las
circunstancias que nos ha tocado vivir, pero que así ha sido a lo largo de la
historia en todos los tiempos, que nos ofrece la paz, que El ha venido para que
tengamos paz. ¿De un plumazo van a desaparecer todas esas preocupaciones, iba a
pasar y dejar de beber aquel cáliz de pasión que El iba a comenzar a beber y de
alguna manera también sus discípulos? Ya les había preguntado un día a aquellos
que aspiraban a primeros puestos si estaban dispuestos a beber el mismo cáliz
que El había de beber.
Y Jesús ahora les da
unas pautas para que en verdad también en esos momentos difíciles no les
faltara la paz en su corazón. Porque esa es la paz que no podemos perder, esa
serenidad del espíritu para afrontar los momentos de pasión, para afrontar ese cáliz
amargo que tantas veces nos ofrece la vida, y podamos seguir caminando hacia
adelante.
No es fácil, pero
interiormente hemos de saber sentirnos fuertes y seguros, no nos podemos sentir
solos. Y hemos de sentirnos seguros en el camino que hemos emprendido con la
conciencia de que estamos haciendo lo que hemos de hacer. Eso nos da seguridad
y confianza. ¿Quién es para nosotros esa seguridad y esa confianza? Sabemos que
el espíritu del Señor está con nosotros, que Jesús no nos abandona, que El es
nuestra luz y nuestra fuerza para que no perdamos el rumbo en la oscuridad ni
nos tiemble la mano cuando con paso firme seguimos caminando a pesar de las
tormentas.
Muchas veces nos
admiramos, por ejemplo, cuando vemos a una persona en medio de grandes y múltiples
sufrimientos – ya sean los problemas que nos agobian habitualmente o ya sea por
ejemplo una terrible enfermedad que quizá está poniendo en peligro la propia
vida o la de uno de los suyos – pero que sin embargo esa persona se mantiene
serena, no pierde la paz. Nos preguntamos como puede esa persona estar así con
todo lo que se le viene encima. Hay algo en su interior que le da esa fortaleza
y esa paz. Como creyentes sabemos descubrir y sentir la presencia del Espíritu
del Señor que está a nuestro lado, que nos da esa fortaleza, que impide que
podamos perder la paz.
Mucho más podemos
seguir considerando en este sentido, pero que todo esto nos haga en verdad
reflexionar en esa fortaleza de la fe que necesitamos para abrir nuestro
corazón de verdad a esa presencia del Señor y su gracia junto a nosotros en
toda circunstancia de la vida. Con Jesús en nuestro corazón no perderemos la
paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario