Porque nos sentimos amados de Dios, a El permanecemos unidos
para siendo en verdad así discípulos de Jesús para dar en abundancia los frutos
del amor
Hechos 15, 1-6; Sal 121; Juan 15, 1-8
Unidos venceremos, es
una expresión que como un slogan quizás habremos escuchado más de una vez en
distintas manifestaciones de la vida social queriendo expresar como entendemos
bien en la frase que la unión hace la fuerza en otra expresión presentada como
un principio y un valor para la vida de la sociedad. No pretendo hacerme
portavoz de ningún tipo de reivindicación social pero con toda libertad creo
que podemos usar esta expresión que nos viene a resumir lo que Jesús hoy nos
quiere presentar en el evangelio.
Y no se trata ya de la
unión entre unos y otros donde sintamos el apoyo de los otros en nuestras
luchas o en nuestro camino de superación, sino que Jesús quiere hablarnos de
otra muy necesaria unión para poder realizar el camino de la vida cristiana. Un
camino como llevamos bien experimentado en la vida que no siempre es fácil, un
camino con obstáculos y tropiezos, un camino en cuyo entorno nos pueden
aparecer en muchas ocasiones tantas cosas que nos atraen y nos distraen de esa
meta a la que queremos llegar; un camino de exigencias dentro de nosotros
mismos en ese crecimiento humano y personal, pero en ese camino de crecimiento
espiritual que tenemos que realizar; un camino en el que sentimos la tentación,
porque el enemigo como león rugiente anda a nuestro acecho, como nos
dirá la carta del apóstol san Pedro.
Otra dificultad que
podemos encontrar en el camino y que está en nosotros mismos es la
autosuficiencia. Nos creemos capaces de hacer el camino por nosotros mismos,
sin darnos cuenta de que no es solo la voluntad o la decisión que tomemos por
nosotros mismos, sino que también es puro asunto de gracia. No se trata de
vivir nuestra vida; no se trata de hacer nuestros esfuerzos personales porque
queremos cultivar esta virtud o aquella otra; no se trata de ese deseo de superación
por nuestra parte en que queremos ir haciendo una ascesis como si solo se
tratara de un programa que nos trazamos y que nos proponemos cumplir.
Y es que todo parte
del regalo del amor de Dios; nos sentimos amados por Dios, nos sentimos
inundados y nuestra vida se transforma como hemos dicho en más de una ocasión
recientemente. No es que nosotros hayamos amado a Dios y por eso tratamos de
hacer méritos cumpliendo con esto o con aquello, sino que el amor consiste
en que Dios nos amó primero, como nos enseña san Juan en sus cartas. Esa es
la grandeza y la maravilla de nuestra vida cristiana.
Y aquí viene lo que
nos dice Jesús hoy. Tenemos que estar unidos a El como el sarmiento a la vid,
porque el sarmiento que se desgaja no dará fruto, se secará y poco más servirá
que para el fuego. Esa es la unión que nos hace fuertes, nuestra unión con El,
porque sin El nada podemos hacer, como nos dice hoy. ‘Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí’.
Podrán venirnos
tormentas, momentos oscuros y de tensión, tentaciones y cosas que nos pueda
distraer, pero nada podrá apartarnos del amor de Cristo, como nos dice
san Pablo. Y es ese amor, y esa unión la que tenemos que mantener; unidos, pero
no es una unión cualquiera, es nuestra unión con el Señor, venceremos. No nos
faltará su gracia, como la savia que corre por los sarmientos que están unidos
a la vid.
Claro que nuestra unión
con el Señor nos hace mantenernos unidos también con los demás hermanos, porque
formamos como un gran racimo, como una piña, porque somos una familia, porque
vivimos la comunión del amor que parte y arranca del amor que el Señor nos
tiene. Y con ese amor amaremos a los demás, cumpliremos el mandamiento del
Señor, el mandamiento del amor. Unidos venceremos, como decíamos al principio
que es mucho más que un slogan para nuestras relaciones o reivindicaciones
sociales, porque la unión importante es la que mantenemos con el Señor.
Como termina diciéndonos
Jesús hoy, ‘con esto recibe gloria mi Padre, daréis fruto abundante y seréis
discípulos míos’.
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