Que no falte entre nosotros la sal del evangelio para vivir en paz unos con otros llenando nuestro mundo de la alegría
del amor
Eclesiástico 5,1-10; Sal 1; Marcos 9,41-50
Que no nos falte nunca la sal. Cuando
nos falta la sal en casa, en la cocina parece que nada podemos hacer en la
cocina porque a la comida le faltaría sabor. No entramos aquí en las
limitaciones que se nos imponen por régimen alimenticio. Pero hay una sal que
necesitamos en la vida y que va mucho más allá del condimento.
Esa persona tiene salero, decimos de
alguien que vive la vida con alegría, que es optimista, que sabe darle alegría
a lo que hace aunque esté pasando por malos momentos. Y estamos hablando sí de
la alegría con que hemos de vivir, pero esa alegría la llevamos muy hondo cuando
le hemos sabido dar un sentido a la vida y vivimos desde unos principios y
valores con todas sus consecuencias.
La sal de la vida del cristiano que
nace de su fe en donde encuentra ese sentido y ese valor a lo que hace; esa sal
de la vida del cristiano que se va a manifestar en sus obrar, en su manera de
actuar, en la rectitud con que vive pero en el amor que trasmite a cuantos se
van encontrando con él en el camino de la vida. Esa rectitud que le llevará
siempre a hacer el bien, a ser delicado con los demás, pero a ser delicado en
sus posturas y en su actuar cuidando al mínimo detalle cuanto hace para no
perder ese sabor cuando deja que el mal se meta en su corazón de cualquier
manera. Por eso nos dirá Jesús hoy en el evangelio que algo tan sencillo como
un vaso de agua dado con amor no dejará de tener su recompensa.
La sal, decimos, previene de que los
alimentos se corrompan, pues necesitamos esa sal que nos fortaleza de tal
manera y nos llene de vida para que no entre la corrupción del mal en nuestro corazón.
Y Jesús es muy exigente y radical, para que arranquemos de nosotros esas raíces
del mal que puedan corromper nuestro interior y con lo que podríamos hacer daño
a los demás, hacer sufrir a los que están a nuestro lado. En eso tenemos que
ser en verdad radicales en nuestra vida.
Arranquemos de nosotros todo aquello
que nos puede llevar por los caminos del mal, todo aquello que pudiera poner en
peligro en nosotros y en los que están a nuestro lado la rectitud y la santidad
de su vida. Nos cuesta, pero hemos de poner todo nuestro empeño que la gracia
del Señor nos ayudará. Cada día le pedimos al Señor con toda sinceridad que nos
libre del mal, que no permita que nos veamos envueltos y arrastrados por la tentación
y el pecado.
‘Que no
falte entre vosotros la sal, y vivid en paz unos con otros’, termina diciéndonos hoy
Jesús en el Evangelio. Si dejamos que nuestra vida se condimente bien con la
sal del evangelio seremos distintos nosotros, pero también haremos mucho bien a
nuestro mundo. Cuando nos dejamos impregnar de verdad por la sal del evangelio
nuestra vida va a resplandecer con los valores del Reino de Dios, y
resplandeceremos en el amor que nos lleva a hacer siempre el bien, que nos
lleva al actuar siempre en justicia, que pondrá verdadera paz en nuestro corazón
pero también en nuestras relaciones con los demás, habrá más autenticidad en
nuestra vida porque no le tendremos miedo a la verdad, crearemos un mundo de
verdadera fraternidad.
Que no nos
falte la sal.
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