Aprendamos
a ser generosos en el campo del amor y la amistad y respetarnos y valorarnos
mutuamente en lo que cada uno somos
Eclesiástico 6,5-7; Sal 118;
Marcos 10,1-12
Hay personas que nunca están contentas
con lo que son o con lo que tienen; y no se trata solamente de ese deseo de superación
personal que todos hemos de tener en ese deseo de crecer y madurar, en ese
deseo de ser mejores o prestar el mejor servicio a los demás. Ese aspecto si tendríamos
que cultivarlo, porque sería una actitud positiva de vida.
Es más bien aquellas personas que viven
en una negatividad y es que no les satisface nada de lo que los otros le puedan
ofrecer; son los que van poniendo pegas a todo lo que el otro nos dice, que no
miramos al otro sino quejándonos de que somos nosotros los que hacemos, los que
nos damos y nunca los demás nos ofrecen nada, pero que en esa negatividad con
que vivimos no sabemos apreciar lo bueno de los otros o lo que nos ofrecen.
Es una postura de desconfianza que va
creando un distanciamiento en nuestros encuentros, en nuestra convivencia. Y
cuando queremos convivir de verdad hemos de saber ponernos al lado del otro, a
su misma altura, sin creerme que yo estoy en un estadio superior, porque hago
mejor las cosas o porque yo soy el que está tirando del carro, por decirlo de
alguna manera. Convivir es aceptar al otro, tal como es, valorar lo que en el
otro hay, no estar midiendo lo que yo doy u ofrezco, sino que cada uno con sus
fuerzas, con lo que es lo que tiene va tirando del carro conjuntamente con el otro.
Y esto es importante en todas las
facetas el amor, ya sea la amistad, ya sea el amor de la pareja o del
matrimonio. Nunca somos iguales, porque cada uno es como es con sus propios
valores y cualidades, y la convivencia de amor está hecha a partir de lo que
cada uno es.
Por eso no vale recriminar, ni estar
echando en cara lo que hacemos o dejamos de hacer, porque es una forma de
desconfianza y eso hace que el otro también se canse de sentirse quizá
minusvalorado. Por esas pequeñas grietas que vamos poniendo en el edificio de
nuestro amor mutuo y nuestra amistad, se nos puede ir desquebrajando la vida y
la convivencia hasta llegar a desconocernos y apartarnos le uno del otro en ese
camino que hemos querido hacer juntos.
No soy un experto en estas cuestiones
ni soy nadie para dar consejos o recetas, pero ofrezco sencillamente esta reflexión
que me ha surgido y que quiere ser un granito de arena, un pensamiento, una
semilla que nos haga reflexionar sobre estas cosas enriqueciéndolas cada uno
con su propio pensamiento o su propia experiencia.
En el evangelio que hoy se nos ofrece
le plantean a Jesús el tema del divorcio. Jesús lo que quiere es recordarnos lo
que es la original voluntad de Dios sobre el hombre y la mujer creados para el
amor. Eso entraña la generosidad que hemos de tener siempre en nuestra vida en
el campo del amor; eso entraña también el respeto y la valoración que siempre
hemos de hacer de la otra persona.
Si somos generosos, olvidándonos
incluso de nosotros mismos seremos más felices y haremos más felices a aquellos
a los que amamos, y eso es lo que ha de importarnos. Si vivimos con respeto
valorándonos siempre, cuando el otro se siente valorado se siente feliz y
querrá hacerte feliz a ti también. Cosas que tendrían que hacernos pensar para
construir con verdadero fundamento ese edificio del amor y del matrimonio.
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