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viernes, 1 de marzo de 2019

Aprendamos a ser generosos en el campo del amor y la amistad y respetarnos y valorarnos mutuamente en lo que cada uno somos



Aprendamos a ser generosos en el campo del amor y la amistad y respetarnos y valorarnos mutuamente en lo que cada uno somos

Eclesiástico 6,5-7; Sal 118; Marcos 10,1-12

Hay personas que nunca están contentas con lo que son o con lo que tienen; y no se trata solamente de ese deseo de superación personal que todos hemos de tener en ese deseo de crecer y madurar, en ese deseo de ser mejores o prestar el mejor servicio a los demás. Ese aspecto si tendríamos que cultivarlo, porque sería una actitud positiva de vida.
Es más bien aquellas personas que viven en una negatividad y es que no les satisface nada de lo que los otros le puedan ofrecer; son los que van poniendo pegas a todo lo que el otro nos dice, que no miramos al otro sino quejándonos de que somos nosotros los que hacemos, los que nos damos y nunca los demás nos ofrecen nada, pero que en esa negatividad con que vivimos no sabemos apreciar lo bueno de los otros o lo que nos ofrecen.
Es una postura de desconfianza que va creando un distanciamiento en nuestros encuentros, en nuestra convivencia. Y cuando queremos convivir de verdad hemos de saber ponernos al lado del otro, a su misma altura, sin creerme que yo estoy en un estadio superior, porque hago mejor las cosas o porque yo soy el que está tirando del carro, por decirlo de alguna manera. Convivir es aceptar al otro, tal como es, valorar lo que en el otro hay, no estar midiendo lo que yo doy u ofrezco, sino que cada uno con sus fuerzas, con lo que es lo que tiene va tirando del carro conjuntamente con el otro.
Y esto es importante en todas las facetas el amor, ya sea la amistad, ya sea el amor de la pareja o del matrimonio. Nunca somos iguales, porque cada uno es como es con sus propios valores y cualidades, y la convivencia de amor está hecha a partir de lo que cada uno es.
Por eso no vale recriminar, ni estar echando en cara lo que hacemos o dejamos de hacer, porque es una forma de desconfianza y eso hace que el otro también se canse de sentirse quizá minusvalorado. Por esas pequeñas grietas que vamos poniendo en el edificio de nuestro amor mutuo y nuestra amistad, se nos puede ir desquebrajando la vida y la convivencia hasta llegar a desconocernos y apartarnos le uno del otro en ese camino que hemos querido hacer juntos.
No soy un experto en estas cuestiones ni soy nadie para dar consejos o recetas, pero ofrezco sencillamente esta reflexión que me ha surgido y que quiere ser un granito de arena, un pensamiento, una semilla que nos haga reflexionar sobre estas cosas enriqueciéndolas cada uno con su propio pensamiento o su propia experiencia.
En el evangelio que hoy se nos ofrece le plantean a Jesús el tema del divorcio. Jesús lo que quiere es recordarnos lo que es la original voluntad de Dios sobre el hombre y la mujer creados para el amor. Eso entraña la generosidad que hemos de tener siempre en nuestra vida en el campo del amor; eso entraña también el respeto y la valoración que siempre hemos de hacer de la otra persona.
Si somos generosos, olvidándonos incluso de nosotros mismos seremos más felices y haremos más felices a aquellos a los que amamos, y eso es lo que ha de importarnos. Si vivimos con respeto valorándonos siempre, cuando el otro se siente valorado se siente feliz y querrá hacerte feliz a ti también. Cosas que tendrían que hacernos pensar para construir con verdadero fundamento ese edificio del amor y del matrimonio.

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