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lunes, 25 de febrero de 2019

Creemos por encima de todas las confianzas humanas, creemos con la fortaleza y la gracia del Señor que nunca nos fallará


Creemos por encima de todas las confianzas humanas, creemos con la fortaleza y la gracia del Señor que nunca nos fallará

Eclesiástico 1,1-10; Sal 92; Marcos 9,14-29

Hay ocasiones en que el camino de la vida se nos hace duro y difícil; un accidente, una enfermedad, unos problemas que surgen en el trabajo o en el negocio y parece que todo se viene abajo, dificultades en las relaciones familiares que entorpecen la convivencia o que pudieran hasta poner en peligro la estabilidad del matrimonio o de la familia… nos vemos llenos de sombras, no sabemos cómo salir adelante, tenemos el peligro de desmoronarnos y hasta perder la confianza en nosotros mismos, parece que perdemos la esperanza.
Pero queremos luchar, queremos salir adelante, buscamos remedios y soluciones, dialogamos todo lo que sea necesario y aun así nos cuesta encontrar la luz. Pero hemos de tener confianza aunque se nos tambalee el mundo a nuestros pies, tenemos que buscar razones y motivaciones dentro de nosotros mismos para levantar el ánimo. El camino se hace difícil pero queremos perseverar.
Hoy contemplamos en el evangelio la angustia de un padre que tiene a un hijo enfermo, poseído por un espíritu maligno como era la manera de pensar de aquel tiempo. Había acudido a Jesús que no estaba en aquellos momentos con el grupo de los discípulos – había subido a la montaña con tres de ellos donde había sido la transfiguración – y aquel padre había pedido a los discípulos de Jesús que hicieran algo por su hijo. Recordamos como en un momento del evangelio Jesús había enviado a los discípulos con su poder y con su misión al anuncio del Reino dándoles la potestad de expulsar los demonios. Ahora no habían podido hacer nada por aquel muchacho y crecía la angustia de aquel padre.
Llega Jesús y se encuentra con el alboroto, pregunta qué ha pasado y le cuentan lo sucedido; los discípulos no habían podido curar a aquel muchacho. Se queja Jesús de la falta de fe de sus discípulos y entra en diálogo con aquel padre angustiado. Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos’, le pide aquel buen hombre. ‘Todo es posible para el que tiene fe’, es la respuesta de Jesús. ‘Tengo fe, pero dudo; ayúdame’ es el grito que sale del corazón de aquel padre al que le costaba mantener la esperanza.
Cuántas veces en nuestras luchas nos sucede así, queremos tener esperanza, pero parece que la esperanza se acaba. Queremos luchar, pero nos sentimos sin fuerzas. Queremos seguir caminando en la vida, dispuestos a recomenzar una y otra vez, pero parece que todos los caminos se nos cierran. Es entonces cuando tenemos que mantenernos firmes, cuando tenemos que mantener la fe y la esperanza. No sabemos cómo pero sabemos que el Señor está con nosotros y nos ayuda. Luego nos daremos cuenta que en aquellos momentos de zozobra parecía que había una mano que nos sostenía. El Señor no nos abandona.
Esa tiene que ser también nuestra suplica esperanzada pero al mismo tiempo con humildad. Reconocemos que algunas veces parece que la fe hace aguas, pero pedimos al Señor que nos ayude, que nos dé esa fortaleza que necesita nuestra fe. Es un don de Dios, un don sobrenatural, porque creemos por encima de todas las confianzas humanas, creemos con la fortaleza y la gracia del Señor. Por eso no nos podemos cansar de pedir la fe. Con nuestra perseverancia salvaremos nuestras almas, como nos dirá en otro lugar la Escritura santa.

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