No es hora de recelos y
desconfianzas sino la de poner en espíritu de servicio cada uno su grano de
arena allí donde está para hacer el bien y buscar el bien común
Eclesiástico 2,1-13; Sal 36; Marcos 9,30-37
¿Por qué a esos sí y a nosotros no? Es
una reacción que suele o puede surgir alguna vez en nuestro interior. A unas
personas le confían una tarea, una responsabilidad que nos parece apetecible,
pero con nosotros no han contado; y surgen los recelos, los sentimientos
encontrados en nuestro interior, porque quizá nos parece que nosotros somos
minusvalorados, o porque vemos en esas situaciones una ocasión de medrar, de
avanzar en consideraciones que no parece que nos hubieran podido llevar a un
mayor poder. Por muchas circunstancias pueden aparecer en nosotros esas
desconfianzas que se transforman en envidia y que cuanto daño nos hacen por
dentro pero que también se pueden convertir en dañinas para los demás.
Y de cosas así no siempre estamos
vacunados, podríamos decir. Aparecen en todos los estratos de la sociedad donde
se huela a poder y dominio sobre los demás; cuantas zancadillas vemos que se
hacen unos a otros en la vida social, en la vida política, en tantas
situaciones en la vida; y no estamos lejos que también entre nosotros los
cristianos y en la Iglesia también nos puedan suceder esas cosas;
desgraciadamente en lugar del espíritu de servicio lo que parece es que estemos
haciendo una carrera de influencias y ansias de poder.
Hoy en el evangelio vemos que Jesús
abandona la zona de la montaña donde ha estado y han sucedido cosas
maravillosas y mientras va caminando rumbo a Cafarnaún evitan lugares
concurridos porque quiere estar más a solas con los discípulos más cercanos
para irlos instruyendo. Momentos de hermosa conversación con confidencias de
parte de Jesús de todo lo que El sabe que un día le va a suceder y por eso les
habla de su entrega de amor hasta la muerte; momentos de distensión entre los discípulos
para ellos ir charlando entre ellos también, pero donde van aflorando una serie
de sentimientos, apetencias y ambiciones. Quizá el que Jesús se hubiera llevado
solo a tres de ellos consigo cuando subió a la montaña pueda estar en la raíz
de aquellas conversaciones.
Como nos sucede también a nosotros que
con algunos más que con otros nos manifestamos tal como somos, con los sueños
que tenemos en nuestro interior, con las apetencias de lo que deseamos que sea
nuestro futuro; y en esas confidencias dejamos traslucir también las
desconfianzas que podamos sentir ante algunas situaciones de la vida; como
solemos decir, eso te lo digo a ti porque tenemos confianza, porque con otros
no lo hablaría; y nos hacemos comparaciones, y miramos a los demás con lupa
sobre lo que les sucede o lo que van logrando en la vida y aparecen también las
reticencias y hasta envidias que podamos sentir hacia los demás. Como decíamos
al principio, por qué a aquellos sí y a nosotros no, y nos hacemos nuestras
comparaciones porque quizá nos podamos ver minusvalorados.
Cuando llegaron a Cafarnaún Jesús le
preguntó que dé que venían hablando por el camino. Pero ellos, nos dice el
evangelista, no contestaron porque habían venido discutiendo quien iba a ser el
primero entre ellos. Y Jesús comienza a explicarles de nuevo pacientemente lo
que tantas veces les había dicho. ‘Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos’. Y llamó a un niño y lo puso en medio de
ellos. ‘El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el
que me acoge a mi no me acoge a mí, sino al que me ha enviado’.
Hacerse
pequeño, pero saber acoger a los pequeños. Vivir el espíritu de humildad y de
servicio pero saber acoger y valorar al que es humilde y sencillo. No es el
camino de las apariencias ni de las grandes cosas, sino del servicio humilde;
no son las grandeza humanas del poder o de los primeros puestos, sino el saber
estar atento a todos, para valorarlos a todos, para ser servidor de todos; no
es la carrera loca de los que quieren estar por encima de todos sino el saber
dar paso al otro reconociendo su valor y su importancia; no es hora de recelos
y desconfianzas sino la de poner cada uno su grano de arena allí donde está
para hacer el bien y ese bien sea para todos.
Qué mundo
más bonito estaríamos construyendo si siempre actuáramos así desde el espíritu
de servicio y la búsqueda del bien común.
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