Jesús quiere que salgamos a la orilla del lago, donde están los hombres y mujeres desorientados en medio de sus sufrimientos y desesperanzas, donde quizá nos parece que nada se puede hacer
Isaías 6, 1-2a. 3-8; Sal 137; 1 Corintios 15, 1-11;Lucas 5, 1-11
Hace
falta un voluntario, ¿quién se ofrece? Surgió una voz en medio del
grupo, hacía falta un voluntario. La respuesta puede ser diversa;
nos miramos unos a otros a ver quien es el que se ofrece, rehuimos la
mirada de los otros que parece que nos están señalando para que nos
ofrezcamos, sentimos miedo o temor de no saber hacer quizá aquello
para lo que se nos pide voluntariedad, alguien quizá se ofrece
temerosamente, o quizá nos sentimos como empujados por las miradas
insinuantes de los otros, o sentimos un impulso interior que nos hace
lanzarnos.
El
voluntario puede surgir así, quizá de alguien espontáneamente, o
en un momento determinado sin que ni siquiera se oyera esa voz
pidiéndolo, nos vimos impelidos a implicarnos en aquella situación
o en aquella necesidad; no hubiéramos querido quizá estar allí, o
en otras circunstancias no nos hubiéramos ofrecido, pero lo que
sucedía en aquellos momentos nos empujó a ser ese voluntario que
pusiera su mano, se implicara en el tema, ofreciera su acción. No
íbamos con esa intención, pero casi nos pusieron el arado en la
mano sin nosotros mucho desearlo y allí estamos arando en aquella
tierra, implicándonos y complicándonos en lo que quizá ni
soñábamos.
‘¿A
quién mandaré? ¿Quién irá por mí?’
es
la voz que se oye en medio de aquella teofanía, manifestación de la
gloria del Señor que nos describe el profeta. Podríamos decir que
los diferentes textos de la Palabra que hoy se nos ofrecen en
la liturgia de este domingo son esa voz que nos está pidiendo un
voluntario.
Fijémonos
en el evangelio. Jesús caminaba por la orilla del lago en medio de
las gentes y todos se agolpaban a su alrededor con el deseo de
escuchar su Palabra. Y se va a necesitar una colaboración; había
varias barcas allí en la orilla mientras los pescadores que habían
llegado de su faena recogían y reparaban las redes para dejarlas
preparadas para otra ocasión. Jesús querrá contar con una de
aquellas barcas para sentado en ella desde la orilla y donde todos le
pudieran oír ponerse a enseñar a las gentes.
Es
la barca de Pedro al que le pedirá Jesús cuando terminó de
proclamarles la Palabra que remara lago adentro para echar de nuevo
la red para pescar. Algo insólito, normalmente se pescaba en la
noche o al amanecer, por otra parte ellos se habían pasado la noche
de forma infructuosa bregando sin coger nada, y ahora Jesús les pide
que de nuevo se adentren en el lago y echen la red para pescar. ¿Qué
podría haber pasado por la mente de aquellos pescadores? Nos lo
imaginamos, pero Pedro que ha escuchado la Palabra de Jesús quiere
confiar. ‘Nos
hemos pasado la noche sin coger nada, pero por tu Palabra, echaré la
redes’.
Podía
ser Pedro pero podría haber sido cualquiera de los otros pescadores,
pero fue en su barca en la que se subió Jesús. Aquello era una
llamada bien significativa y era toda una invitación. Se necesitaba
un colaborador, un voluntario, y allí estaba Pedro. Pedro que
sin pensárselo mucho quizá, aunque tenía sus reticencias porque él
conocía bien el lago, se había fiado de la Palabra de Jesús. Ya
sabemos lo que sucedió y la necesidad de contar con otros pescadores
que les ayudaran, pero cómo Pedro se vió sorprendido interiormente
para darse cuenta de su valor o de su indignidad. ‘Apártate
de mí, que soy un hombre pecador’,
le había dicho a Jesús postrándose a sus pies.
Como
el profeta cuando contempló la gloria del Señor en aquella visión
del templo. ‘Soy
un hombre de labios impuros y he visto con mis ojos al Rey y Señor
del universo’.
Pero se sintió purificado por el Señor de manera que cuando la voz
celestial pregunta ‘¿A
quién mandaré? ¿Quién irá por mí?’
él
se ofrece voluntario y generoso: ‘Aquí
estoy, mándame’
Ahora
será Jesús el que le diga a Pedro y a los otros pescadores que
estaban también con él en la barca: ‘No
temas: desde ahora, serás pescador de hombres’.
Estaba en el sitio oportuno y en el momento oportuno. Se vio
implicado al facilitar la barca a Jesús para el anuncio de la
Palabra y las cosas se fueron sucediendo hasta sentirse llamado por
el Señor.
Era
una Palabra de vida la que había escuchado, una palabra que le hacía
reconocerse en su indignidad pero que se convertía en una llamada
que le abría camino delante de él. Eran pescadores en el lago de
Galilea, pero en adelante serán pescadores de hombres, a ellos se
les confiaría una nueva misión, la misión de llevar por el mundo
el anuncio de esa Palabra de vida y de salvación. Ahora comienzan a
caminar con Jesús, siguiendo sus pasos, escuchando con mayor
intimidad su Palabra, dejándose transformar por la gracia.
Pero
nosotros no estamos ahora aquí como meros espectadores de un hecho
sucedido en el tiempo. También queremos arremolinarnos alrededor de
Jesús para escucharle y dejarnos transformar por Él, por su
presencia de gracia. Nos está pidiendo Jesús la barca de nuestra
vida, porque desde nosotros, desde nuestra vida y nuestro actuar El
quiere también hacer llegar su Palabra a los demás.
Quienes
seguimos a Jesús también hemos de convertirnos en signos de gracia
para nuestro mundo, porque otra pesca maravillosa ha de realizarse
también en nuestro mundo y Jesús necesita de nuestra barca; nos
dice Jesús que rememos también mar adentro de nuestro mundo porque
tenemos que ir y estar allí en medio de los hermanos para hacer
sentir en ellos su mensaje de salvación.
Jesús
estaba allí en medio de las gentes y donde la gente hacia su vida,
en aquella orilla del lago; es lo que le pide a la Iglesia, lo que
nos pide a nosotros; no será solo en nuestros templos o en nuestros
lugares de culto, no será solo en esos lugares que tengamos en
nuestras parroquias para nuestras reuniones y nuestros encuentro,
sino que Jesús quiere que salgamos a la orilla del lago, allí en la
orilla de la vida, allí donde están los hombres y mujeres
desorientados y en medio de sus sufrimientos y sus desesperanzas,
porque es ahí donde tenemos que ser signos de evangelio, es ahí
donde tenemos que ser pescadores de hombres.
El
mar habitual donde generalmente estamos o celebramos los cristianos
algunas veces parece que está vacío y que ya no hay nada que
recoger, pero tenemos que ir a ese otro mar que se abre ante
nosotros, donde si podemos tener pesca abundante aunque pensemos que
ahí nada se puede hacer. No olvidemos que no vamos por nuestra
cuenta o por nuestros saberes sino que siempre iremos en el nombre
del Señor y esa red la vamos a echar siempre por el nombre y por la
Palabra de Jesús.
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