Ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con el Señor ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con los demás, la generosidad del amor es lo que tiene que imperar
Génesis 1,20–2,4a; Sal 8; Marcos 7,1-13
Seguramente
que todos nos habremos encontrado en la vida con personas de
escrupulosa conciencia que viven en una continua angustia porque
andan midiendo poco menos que con una lupa todo lo que hacen porque
en todo parece que están viendo pecado y no solo se atormentan ellos
sino que además atormentan a cuantos les rodean porque siempre se
están preguntando si esto se puede o no se puede hacer, si ya me
pasé de la raya y fui más allá de lo permitido y así viven en una
continua angustia. Aunque también por contra nos encontramos a
aquellos que miden pero en otro sentido, a ver cuánto se puede
permitir, hasta donde pueden llegar y van alargando y alargando lo
que se permiten porque viven quizá en un espíritu leguleyo y
simplemente cumplen de una forma ritual por cumplir pero sin darle
hondura a aquello que hacen.
Recuerdo
aquellos, por ejemplo, que se preguntaban hasta qué momento podían
llega tarde a Misa pero que cumplian con la obligación de la misa
dominical, si ya el sacerdote había leído o no el evangelio, o
llegó y estaba todavía a medias y ya con eso cumplía. Y no digamos
nada con aquello de pagar la bula para así librarse de unos ayunos y
abstinencias penitenciales; cuántas trampas se trataba de hacer para
ver de pagar menos, porque todo era según las posibilidades o bienes
de las personas, y así con unos duros nos librabamos de la
penitencia cuaresmal.
Escrúpulos,
conciencias laxas, cumplimientos ritualista o legalistas, pero que en
ningún caso quizá había una vivencia profunda sino unos miedos o
unos legalismos para quedar bien con el cumplimiento. En referencia,
por ejemplo, al culto, ¿es ese el culto que el Señor quiere? ¿Una
cosas realizadas así simplemente de una forma ritual es lo que
agrada al Señor si es que nuestro corazón está bien lejos de Él?
Qué lástima que a eso hayamos reducido muchas veces todo lo que es
nuestra práctica de vida cristiana.
El
camino de la vida cristiana ha de pasar necesariamente por el amor;
es un reconocimiento del amor que Dios nos tiene, porque primero fue
el amor de Dios. ‘El
amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios sino que El
primero nos amó y entregó a su Hijo por nosotros’,
como nos enseña el apóstol. Es una respuesta al amor de Dios, pero
una respuesta de amor que ha de envolver toda nuestra vida, todo lo
que hacemos y vivimos, nuestras relaciones con Dios y las relaciones
que hemos de mantener con los demás a quienes siempre vamos a mirar
como hermanos.
No
se trata de hacer cosas por cumplimiento, no se trata de poner
medidas para ver hasta dónde podemos llegar o las líneas que no
hemos de traspasar; eso son servilismos y los servilismos no tienen
nada que ver con el amor. Porque no amamos con medidas, no amamos
poniendo límites, no amamos haciéndonos reservas, no amamos con
mezquindad. Ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con el
Señor ni podrá haber mezquindad en nuestra relación con los demás.
Hoy
en el evangelio vemos que vienen los fariseos con sus múltiples
leyes y preceptos y con sus formalismos sin darle hondura incluso a
lo bueno que pudieran realizar. El problema parte de que los
discípulos de Jesús no se lavan siempre las manos antes de comer;
por ahi podrian entrar impurezas a sus vidas, cuando la impureza nos
dirá Jesús que no nos entra por la boca, sino que muchas veces con
nuestra malicia la tenemos metida en el corazón, y de ahí con un
corazón malicia saldrán muchas maldades que si manchan al hombre.
‘Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de
mi’,
les recuerda Jesús con palabras del profeta.
¿Por
dónde andamos nosotros? ¿cuáles son nuestras actitudes y nuestras
posturas? ¿Tenemos en verdad una generosidad sin límites en nuestro
corazón?
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