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sábado, 16 de febrero de 2019

Hay muchos panes de humanidad en nosotros que compartiéndolos con los demás crearíamos una hermosa cadena de amor para hacer mejor nuestro mundo


Hay muchos panes de humanidad en nosotros que compartiéndolos con los demás crearíamos una hermosa cadena de amor para hacer mejor nuestro mundo

Génesis 3,9-24; Sal 89; Marcos 8,1-10
Los que tenemos asegurados los garbanzos de cada día – es un decir – nos sentimos seguros de nosotros mismos y tenemos el peligro de perder la sensibilidad para darnos cuenta que no todos lo tienen asegurado y pasarán necesidad. Quizá en momentos de campañas especial, como la de la lucha contra el Hambre en el Mundo, celebrada hace pocos semanas, podemos pensar en quienes están pasando esa necesidad, pero los vemos lejos, son cosas que suceden en otros países y aunque en esos momentos quizás no sentimos compasivos pronto esas imágenes se nos quedarán en el olvido. Y esas necesidades, esos problemas pueden estar, y de hecho están, ahí muy cercanas a nosotros pero no siempre tenemos los ojos abiertos como verlas y disponernos a hacer algo.
Estamos hablando del pan material, de esas necesidades materiales como pueda ser la comida y muchas veces solo pensamos en remedios materiales que solucionen los problemas y nos contentamos con dar unas monedas como una contribución de nuestra parte. Pero quizá en nuestra referencia a necesidades que puedan estar pasando las personas tendríamos que abrir nuestros horizontes y darnos cuenta que pueden ser muchas las carencias humanas que tienen tantos y que no siempre se remedian con unas monedas o con un pan material que podamos compartir.
Creo que podemos ser conscientes de que el entorno de la pobreza va acompañado de muchas necesidades que en lo humano pueden hacer sufrir a las personas; fácilmente aparece la soledad y el aislamiento, la falta de metas e ideales que nos den fuerza por dentro y sean un fuego dentro de nosotros que nos impulse a luchar por una mayor dignidad de las personas con todo lo que entraña vivir una vida digna. Podemos encontrarnos con personas luchadoras pero también con quien se siente derrotado ya de antemano y no tiene fuerzas para luchar y hay metas en su vida que le hagan levantar el espíritu a algo nuevo y mejor.
‘¿Dónde compraremos panes para alimentar a toda esta gente?’, se preguntaban los discípulos cuando Jesús les hizo ver la situación en la que se encontraba aquella multitud que le había seguido, que como diría en otro momento se encontraban desorientados y abandonas como quien no tiene un pastor que les guíe. No podemos despedirlos en esta situación porque desfallecerían por camino, les dice Jesús y creo que eso nos tendría que hacer pensar a nosotros también.
Desfallecen de hambre, pero desfallecen cuando han perdido las esperanzas, cuando ya no quedan fuerzas para luchar, cuando no vemos caminos que se pueden abrir delante de nosotros y nos hagan caminar a algo nuevo y mejor, cuando hay carencia de valores en la persona y nos sentimos embrutecidos solo con el deseo de lo material, cuando nos sentimos aislados y como perdidos en la vida porque no tenemos un norte que nos guíe o algo que de un sentido profundo a la vida. Así podemos ver a tantos desfallecidos en los caminos de la vida y que yo no buscan lo que sea lo mejor, sino solo lo que les dé satisfacciones momentáneas; recordemos a tantos arrastrados en el torbellino del alcohol, la droga, o simplemente disfrutar del sexo sea como sea como una satisfacción de la vida.
‘¿Cuántos panes tenéis?’ Es la pregunta de Jesús entonces y ahora. Ante la amplitud de las necesidades nos puede parecer poco lo que tenemos. Los discípulos le dijeron que solo tenían seis panes pero con aquellos seis panes se obró el milagro. Tenemos que convencernos de que aunque nos parezca que tenemos pocos panes, que somos pocos, que poco es lo que nos parece que nosotros podemos aportar, comencemos como aquellos discípulos a compartir lo que tenemos. Y ya sabemos que ahora no estamos hablando de unos medios económicos o materiales. En nosotros que seguimos a Jesús hay algo, porque de lo contrario no lo estaríamos siguiendo. Pues eso poco que tenemos, esos valores que hay en nuestra vida aunque nos parezcan insignificantes tenemos que comenzar a compartir.
¿No podemos trasmitir la fe y la esperanza con que vivimos? ¿No podemos compartir lo que nosotros somos con nuestro tiempo, nuestros pensamientos, nuestras ganas de hacer algo, nuestra sensibilidad, nuestros valores? Ya veíamos antes cuantas son las carencias con las que nos podemos encontrar y ahí podemos poner una semilla, un granito de trigo, ese poquito de pan que es nuestra vida.
Y la gente comió y quedó satisfecha y hasta sobraron trozos de pan que se recogieron para que no se desperdiciaran. Tenemos que aprender. Y no es solo que no podemos tirar alimentos mientras que hay gente que pasa necesidad en el mundo, sino que eso bueno que podemos insuflar en el espíritu de los demás será semilla que germine y florezca para beneficiar a tantos más en nuestro mundo. Qué cadena de amor más hermosa podríamos estar construyendo.

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