Hemos de ser signos de la misericordia del Señor aunque el mundo se muestra justiciero y vengativo porque nosotros caminamos por caminos de amor
Hebreos 11,32-40; Sal 30; Marcos 5,1-20
Difícil
estar o trabajar donde no te acepten, donde todo son dificultades u
oposición a lo que estamos haciendo o a nuestra manera de vivir; nos
sentimos incómodos, no podemos desarrollar nuestra labor con
normalidad y eficacia y casi desearíamos estar en otro lugar, darnos
a la huída. pero hay también quien se enfrenta a la realidad, pero
sin violencia y con una mansedumbre grande intentamos conquistar los
corazones, manifestando que no somos un contrincante a vencer sino
que con la colaboración y la buena voluntad juntos podemos llegar a
alcanzar grandes metas.
No
es fácil, se necesita una madurez grande, una fortaleza de espíritu,
y tener motivaciones profundas dentro de uno para enfrentarse a
situaciones asi de dificiles. Lo importante es esa rectitud interior
que mantengamos y ser capaces de no perder la paz del espíritu por
muchos que sean los contratiempos, los vientos en contra que nos
vayan apareciendo en nuestro caminar, en nuestro vivir.
Es
lo que se fue encontrando Jesús en sus caminos por Galilea y por sus
derredores, y que finalmente se encontraría de manera muy fuerte
cuando subiera a Jerusalén. Pero El siguió haciendo el bien,
anunciando el Reino de Dios, ayudando a la gente a que lo acogiera en
su corazón.
En
el evangelio de hoy Jesús se sale de los territorios propiamente
judíos o de Israel y se ha acercado a la otra orilla del lago, a
Gerasa. Entra en los territorios de los gentiles sin las costumbres
judías, como vemos por ejemplo en su dedicación al cuidado de los
cerdos, que para un judío era un animal impuro. Allí se encuentra
con un hombre poseído de los espíritus - legión le dice que se
llama porque son muchos los que poseen a aquel hombre - y a pesar de
la resistencia, era un hombre violento al que nadie osaba
enfrentarse, Jesús le libera del mal, aunque para eso se haya de
perder toda la piara de cerdos que se arroja por el acantilado al
lago.
Cuando
las gentes del lugar se enteran, aunque tuvieran que estar
agradecidos porque se les ha liberado del espíritu de violencia de
aquel hombre, sin embargo no lo aceptan y le piden a Jesús se marche
de su país. Jesús se vuelve de nuevo a la barca para regresar, pero
es aquel hombre liberado del mal el que se quiere venir con Jesús.
Pero Jesús no se lo permitió.
‘Vete
a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo
por su misericordia’,
le dice Jesús. El signo que Jesús ha realizado en él al liberarle
de los espíritus malignos tiene que convertirse en signo también
para los suyos, para los demás. Él está deseando seguir a Jesús,
movido su corazón por agradecimiento quizá, pero Jesús tiene para
él una misión, una misión que no va a ser fácil. Pero es allí
donde tiene que dar testimonio.
Aquí
hay un mensaje para nosotros. Primero reconozcamos cuantos signos
está realizando el Señor cada día en nosotros, y tenemos que ser
agradecidos desde el hecho mismo de mantenernos con vida y poder ver
cada día la luz del sol. Pero cada uno sabe allá en lo secreto de
su corazón cuántas cosas está recibiendo continuamente del Señor
que se muestra misericordioso con nosotros. Es lo que tenemos que
anunciar, esa misericordia del Señor en nuestra vida, es el
testimonio que tenemos que dar.
Ya
sé que muchas veces nos cuesta, a todos, a mi también. No es fácil
muchas veces ser esos testigos del evangelio en ese mundo tan
indiferente ante lo religioso en que vivimos y que aún más se
vuelve belicoso contra nosotros y todo lo que suene a religión. Son
cosas que no se destacan si no es para sacar sombras, sacar fallos o
debilidades que pueden aparecer en la misma iglesia o en nosotros. La
mayor parte de las noticias que se dan sobre el hecho religioso es
para criticar, para condenar, para desprestigiar, para hablar en
contra. Pues ahí, a ese mundo es al que tenemos que ir a hacer ese
anuncio de la misericordia de Dios, mostrándonos también nosotros
misericordiosos. No dejándonos influir por ese mundo justiciero - en
el peor sentido de la palabra - y vengativo con que nos encontramos
cada día.
Hemos
de manifestar siempre la misericordia del Señor mostrándonos
también nosotros misericordiosos, compasivos, solidarios, llenos de
amor y de cariño para cuantos nos rodean aunque muchas veces no nos
agraden. Es ahí donde está el verdadero testimonio que hemos de dar
aunque el mundo pida otras cosas; no nos dejemos contagiar por sus
deseos, que muchas veces parece que lo que queremos hacer es
contentar a los demás y nos olvidamos nosotros de la misericordia
andando por el mismo camino de condenas y de juicios.
¿Es
así como manifestamos la misericordia del Señor?
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