Qué importante es la generosidad del corazón cuando somos capaces de decimos no a nosotros mismos porque queremos en verdad abrirnos a los demás
Isaías 58,1-9ª; Sal 50; Mateo 9,14-15
Vivimos en un mundo en el que no nos gustan renuncias, controles o
prohibiciones. Queremos que todo esté permitido y que nadie tenga que decirnos
si podemos o no podemos hacer alguna cosa. ¿Por qué me voy a privar de alguna
satisfacción?, nos decimos porque ya en muchas ocasiones las cosas nos vienen
duras. Todo es bueno, todo está permitido, nada se nos puede imponer, hacemos
simplemente lo que nos plazca, son parámetros que escuchamos hoy por todas partes.
Está bien que queramos ser felices y que podamos disfrutar de todo lo bueno que
podamos encontrar en la vida. Pero tampoco lo podemos convertir todo en un
subjetivismo. Podemos caer en confusiones; habrá que tener algunos criterios,
unos principios básicos que nos ayuden a discernir bien las cosas.
Una de las cosas que no entiende el mundo de hoy es que la iglesia nos
pueda hablar de ayunos y de abstinencias. Fácilmente sale esta palabra a
relucir cuando estamos en un tiempo como éste de la cuaresma, y bien sabemos
los sarcasmos que se tienen en torno a estas palabras en nuestra sociedad
actual. Sin embargo bien que hacemos controles de la comida cuando se trata de
mantener la línea y la imagen que podamos dar con nuestro cuerpo. No importan
entonces las renuncias, los controles de comidas y no sé cuantas cosas más que
hacemos para que nuestra imagen aparezca bien lucida y bella.
¿Qué sentido tiene, pues, el ayuno o la abstinencia de los que nos
habla la Iglesia en este tiempo de cuaresma? Primero decir que no es algo de lo
que solo hemos de hablar en este tiempo cuaresmal; es un sentido penitencial
que debe existir siempre en la vida del cristiano no solo para vivirlo en
tiempos determinados. Somos pecadores y en todo tiempo no solo hemos de sentir
el arrepentimiento de lo que hayamos hecho mal, sino también un sentido de reparación
y purificación, aunque sabemos que el perdón es un regalo del amor de Dios.
El ayuno y la abstinencia nos enseñan a renunciar, a decir no incluso
a aquello que pueda ser bueno y satisfactorio, porque tenemos que aprender a
escoger en la vida lo que es mejor aunque para ello tengamos que decir no a
algo incluso bueno; es como un entrenamiento pero es mucho más. Nos cuesta
decir no, privarnos de algo sobre todo cuando se presenta apetitoso ante
nuestros sentidos; pero hemos de saber discernir porque muchas veces las cosas
que no son buenas así se nos presentan a nuestros ojos y nos engañamos. Es un
aprendizaje fuerte el que tenemos que hacer en nuestra vida.
Pero está ese sentido penitencial, porque nos arrepentimos del mal
hecho, porque tenemos que aprender a reparar, porque tenemos que saber ofrecer
algo de nosotros por amor para unirlo al amor misericordioso del Señor como una
ofrenda de amor. Y ahí está la sensibilidad de nuestra vida, el gusto, el
sabor, el apetito y aprendemos con ello, y nos ofrecemos con ello.
Pero nuestro ayuno, nuestra abstinencia va mucho más allá de la comida.
Al final eso de la comida lo podemos sustituir por otras cosas y claro que no
se trata de formalismos buscando subterfugios. Ya Jesús echa en cara a los
fariseos sus ritualidades y formulismos vacíos. Y es de lo que hoy nos habla
duramente el profeta. Ayunar entre riñas y violencias, entre malquerencias y
rivalidades, entre recelos y envidias no parece que sea un ayuno muy agradable
al Señor. Tendríamos que volver a escuchar con todo detenimiento el texto de
Isaías.
Quizá y sin quizá es mucho más costoso el dominar nuestra soberbia y
nuestro orgullo, el controlar nuestras iras y nuestros impulsos violentos, callar
nuestra lengua tan fácil a la maledicencia y desterrar de nosotros los
sentimientos mezquinos de nuestro corazón que el privarnos de un alimento que
sustituimos quizá por otro o por otra comida opulenta cuando acabe el ayuno.
¿Cuál será el sacrificio más agradable al Señor? Pensemos cada uno con
sinceridad por donde han de ir nuestros ayunos en ese camino concreto del
dominio de nosotros mismos y nuestras pasiones. Pensemos cómo solidariamente tendríamos
que compartir aquello que no nos hemos gastado cuando nos privamos de una
comida. Tratemos de descubrir que la generosidad de nuestro corazón que
comparte lo que somos y tenemos con el necesitado es lo más agradable al Señor.
No se trata de renuncias o prohibiciones así porque sí, sino la
generosidad de nuestro corazón cuando nos decimos no a nosotros mismos porque
queremos en verdad abrirnos a los demás.
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