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jueves, 15 de febrero de 2018

Ante nuestros ojos está el desafío de la Pascua, la de Jesús que vamos a celebrar y la nuestra cuyo camino de olvidarnos de nosotros mismos hemos de emprender

Ante nuestros ojos está el desafío de la Pascua, la de Jesús que vamos a celebrar y la nuestra cuyo camino de olvidarnos de nosotros mismos hemos de emprender

Deuteronomio 30,15-20; Sal 1; Lucas 9,22-25

La vida es un desafío constante. Vivir no es quedarse anclados en un estado o en una situación. La vida exige caminar, buscar, arriesgarse a algo nuevo. . Nos ponemos metas y queremos alcanzarlas; buscamos algo nuevo y hacemos todo  lo posible por encontrarlo y de alguna forma posesionarnos de ello. Quedarnos en la rutina por comodidad no tiene ningún aliciente, no es vivir, es algo así como vegetar.
Crecemos, y no solo es que físicamente nuestras células se vayan transformando y multiplicándose, sino que como personas crecemos, vivimos algo nuevo, nos sentimos desafiados a emprender algo nuevo y distinto, tenemos que madurar y manifestarnos en unos frutos, en unas acciones nuevas, en una riqueza que no es lo material, sino algo más profundo, para nosotros mismos pero también para los demás, porque aquello que poseemos pero sobre todo lo que somos beneficia también a los demás, porque vivimos profundamente interrelacionados unos con otros.
Así también es el ideal y la meta de la vida cristiana. Así desde nuestra fe nos sentimos comprometidos, sentimos un desafío interior que nos hace espiritualmente crecer, que nos impulsa a seguir los caminos que Jesús nos señala en el evangelio. Un camino que no emprendemos solos, un desafío al que respondemos no solo desde nuestras fuerzas, unas metas a conseguir en la que encontramos diversas ayudas. La liturgia de la Iglesia no son simplemente unos ritos que realizamos de una forma periódica, sino que es por una parte celebrar ese camino, ese desafío, y al mismo tiempo es esa fuerza y esa luz que nos ilumina en los distintos momentos de nuestra vida para la realización de nosotros mismos como personas y como creyentes en Jesús.
Este camino que hemos emprendido en la cuaresma nos lanza también poderosos desafíos. Ya desde el primer momento nos hace mirar hacia la Pascua. Ahí está el anuncio de Jesús. ‘El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día’. Es la Pascua que Jesús ha de vivir; es la Pascua redentora que nos trae la salvación. Es la Pascua que nosotros hemos de celebrar y para lo que nos vamos preparando durante este camino cuaresmal.
Pero Jesús nos desafía. Es lo que nosotros tenemos que aprender a vivir si en verdad queremos ser sus discípulos, seguir sus pasos. Es el mismo camino de entrega, es el camino del amor. Es el camino de olvidarnos de nosotros mismos porque no nos buscamos a nosotros sino que le buscamos a El y en El a nuestros hermanos los hombres por los que también hemos de entregarnos. Por eso nos habla de olvidarnos de nosotros mismos para abrirnos a los demás y para abrirnos al misterio de Dios. No buscamos ganancias egoístas de satisfacciones momentáneas sino algo que tenga valor de vida en plenitud, de vida eterna.
Claro que esto nos cuesta realizarlo porque el mundo que nos rodea no es ese el estilo que nos ofrece. Ya nos dirá Jesús que ser importante o ser grande es hacerse el último y el servidor de todos. Es un desafío muy importante al que con la valentía de la fe hemos de responder y que en la fortaleza del Espíritu encontraremos la ayuda que necesitamos para realizarlo. Emprendamos con entusiasmo y energía el camino.

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