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miércoles, 14 de febrero de 2018

Necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos para poder abrirnos de verdad a Dios y a eso nos quiere conducir el camino de la Cuaresma que iniciamos


Necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos para poder abrirnos de verdad a Dios y a eso nos quiere conducir el camino de la Cuaresma que iniciamos

Joel 2,12-18; Sal 50; 2Cor. 5,20–6,2; Mt 6,1-6.16-18

Todo el mundo sabe que hoy es miércoles de ceniza. Bueno, no sé si todo el mundo, porque para muchos se queda en lo del miércoles de la sardina, por aquello de que los carnavales se acaban aunque bien sabemos que en muchos sitios se prolongan. Tendrán una rememoración lejana de algo de la ceniza, pero ¿sabrán realmente lo que es o por qué es que hoy llamemos a este día miércoles de ceniza?
Quizá quienes se acercan a esta reflexión sí tengan algo más claro lo que hoy celebramos y por qué. Empezamos un camino que aunque es verdad que es un camino de preparación para la celebración de la Pascua, sin embargo tiene, como todo tiene que ser en la vida de cristiano, una clara rememoración pascual.
Aunque la Pascua la celebremos con gran solemnidad al llegar la celebración de la resurrección del Señor, porque es el culmen de la Pascua, sin embargo, decimos, hacemos este camino con sentido pascual porque en verdad ha de ser un paso del Señor por nuestra vida, un ir dejándonos encontrar por El que nos lleve a esa profunda renovación de nuestra vida, a un morir y a un resucitar, a un renacer a una vida nueva, a que en verdad lleguemos a sentir hombres nuevos en el espíritu del Evangelio.
Hoy, cuarenta días antes de la Pascua, iniciamos este camino. El número cuarenta tiene muchos recuerdos bíblicos, desde los cuarenta años del pueblo de Israel por el desierto hasta los cuarenta días de Jesús también en el desierto antes de comenzar su actividad apostólica, como nos narra el evangelio.
Aquellos cuarenta años de desierto para el pueblo de Israel que salía de la esclavitud de Egipto le hicieron sentirse pueblo, fue el ir construyendo día a día su unidad y su identidad, un sentar la bases como pueblo entonces peregrino antes de asentarse definitivamente en la tierra de Canaán recibiendo la ley del Señor en el Sinaí que estaba en función de esa constitución como pueblo, y pueblo de Dios.
Fue un tiempo de apertura a Dios, de darle una verdadera trascendencia a su vida aprendida en ese caminar peregrino siempre en búsqueda donde aquella que pisaban no seria nunca su tierra definitiva hasta encontrar aquella tierra que Dios les había prometido. Un tiempo de purificación e ir limando todas aquellas, digamos, asperezas que le impedían sentirse pueblo y mantenerse unidos y donde iban descubriendo que era la mano de Dios la que le guiaba y conducía.
De alguna manera ¿no es eso lo que en este tiempo de cuaresma hemos de ir también redescubriendo? Somos, es cierto, ese pueblo de Dios al que pertenecemos desde el bautismo. Pero bien sabemos que nuestra vida se va maleando y necesita un tiempo de renovación. Muchas cosas vamos dejando meter en nuestra vida que son rémoras en nuestro caminar como cristianos y como pueblo de Dios que tenemos necesidad de purificar.
Necesitamos de nuevo un encuentro profundo con el Señor, con su Palabra que nos abra nuestro corazón a una trascendencia eterna en nuestra vida. Vivimos muchas veces demasiado posicionados en este mundo y en las cosas terrenas que son un lastro para vivir una autentica espiritualidad cristiana. No es penitencia por penitencia, sacrificio por sacrificio porque el sacrificio redentor de nuestra vida ya está realizado en la entrega de Jesús en su muerte y resurrección. Pero necesitamos ese reencontrarnos con nosotros mismos para poder abrirnos de verdad a Dios.
En ese reencuentro profundo con nuestro yo y con nuestra vida descubriremos de cuantas cosas tenemos que desprendernos porque de nada nos sirven aunque las tengamos apegadas al corazón y nos cueste dolor arrancarlas de nosotros. Como cuando hacemos una limpieza profunda de nuestra habitación o nuestra casa y nos damos cuenta de cuantas cosas vamos acumulando que son innecesarias o que más bien son un obstáculo para disfrutar de lo que verdaderamente vale y nos sirve. Habrá que tirar todo eso que nos entorpece, aunque nos duela arrancarlas de nosotros mismos.
Para eso nos dejaremos guiar por la Palabra de Dios queriendo convertirnos cada día al evangelio, creer de verdad en él porque sabemos que solo en Jesús tenemos la salvación. Así la liturgia en sabia catequesis nos irá ofreciendo una riqueza grande de los textos de la Palabra de Dios en este tiempo para irnos conduciendo paso a paso a la vivencia profunda de la pascua.
Hoy comenzamos con un signo, que es el que da nombre al día, con la ceniza para que reconozcamos lo que somos, lo manchados que estamos y la futilidad de tantas cosas que tenemos en nuestra vida y de las que tendremos que lavaros, purificarnos. Pero en la imposición de esa ceniza sobre nuestra cabeza el grito grande que tenemos que escuchar es ‘conviértete y cree en el evangelio’. Es la vuelta de verdad que tenemos que darle a nuestra vida. Es el sentido que tenemos que darle a este momento que vivimos hoy.

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