Necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos para poder abrirnos de verdad a Dios y a eso nos quiere conducir el camino de la Cuaresma que iniciamos
Joel 2,12-18; Sal
50; 2Cor. 5,20–6,2; Mt 6,1-6.16-18
Todo el mundo sabe que hoy es miércoles de ceniza. Bueno, no sé si todo
el mundo, porque para muchos se queda en lo del miércoles de la sardina, por
aquello de que los carnavales se acaban aunque bien sabemos que en muchos
sitios se prolongan. Tendrán una rememoración lejana de algo de la ceniza, pero
¿sabrán realmente lo que es o por qué es que hoy llamemos a este día miércoles
de ceniza?
Quizá quienes se acercan a esta reflexión sí tengan algo más claro lo
que hoy celebramos y por qué. Empezamos un camino que aunque es verdad que es
un camino de preparación para la celebración de la Pascua, sin embargo tiene,
como todo tiene que ser en la vida de cristiano, una clara rememoración
pascual.
Aunque la Pascua la celebremos con gran solemnidad al llegar la
celebración de la resurrección del Señor, porque es el culmen de la Pascua, sin
embargo, decimos, hacemos este camino con sentido pascual porque en verdad ha
de ser un paso del Señor por nuestra vida, un ir dejándonos encontrar por El
que nos lleve a esa profunda renovación de nuestra vida, a un morir y a un resucitar,
a un renacer a una vida nueva, a que en verdad lleguemos a sentir hombres
nuevos en el espíritu del Evangelio.
Hoy, cuarenta días antes de la Pascua, iniciamos este camino. El
número cuarenta tiene muchos recuerdos bíblicos, desde los cuarenta años del
pueblo de Israel por el desierto hasta los cuarenta días de Jesús también en el
desierto antes de comenzar su actividad apostólica, como nos narra el
evangelio.
Aquellos cuarenta años de desierto para el pueblo de Israel que salía
de la esclavitud de Egipto le hicieron sentirse pueblo, fue el ir construyendo
día a día su unidad y su identidad, un sentar la bases como pueblo entonces
peregrino antes de asentarse definitivamente en la tierra de Canaán recibiendo
la ley del Señor en el Sinaí que estaba en función de esa constitución como
pueblo, y pueblo de Dios.
Fue un tiempo de apertura a Dios, de darle una verdadera trascendencia
a su vida aprendida en ese caminar peregrino siempre en búsqueda donde aquella
que pisaban no seria nunca su tierra definitiva hasta encontrar aquella tierra
que Dios les había prometido. Un tiempo de purificación e ir limando todas
aquellas, digamos, asperezas que le impedían sentirse pueblo y mantenerse
unidos y donde iban descubriendo que era la mano de Dios la que le guiaba y
conducía.
De alguna manera ¿no es eso lo que en este tiempo de cuaresma hemos de
ir también redescubriendo? Somos, es cierto, ese pueblo de Dios al que
pertenecemos desde el bautismo. Pero bien sabemos que nuestra vida se va
maleando y necesita un tiempo de renovación. Muchas cosas vamos dejando meter
en nuestra vida que son rémoras en nuestro caminar como cristianos y como
pueblo de Dios que tenemos necesidad de purificar.
Necesitamos de nuevo un encuentro profundo con el Señor, con su
Palabra que nos abra nuestro corazón a una trascendencia eterna en nuestra
vida. Vivimos muchas veces demasiado posicionados en este mundo y en las cosas
terrenas que son un lastro para vivir una autentica espiritualidad cristiana. No
es penitencia por penitencia, sacrificio por sacrificio porque el sacrificio
redentor de nuestra vida ya está realizado en la entrega de Jesús en su muerte
y resurrección. Pero necesitamos ese reencontrarnos con nosotros mismos para
poder abrirnos de verdad a Dios.
En ese reencuentro profundo con nuestro yo y con nuestra vida
descubriremos de cuantas cosas tenemos que desprendernos porque de nada nos
sirven aunque las tengamos apegadas al corazón y nos cueste dolor arrancarlas
de nosotros. Como cuando hacemos una limpieza profunda de nuestra habitación o
nuestra casa y nos damos cuenta de cuantas cosas vamos acumulando que son
innecesarias o que más bien son un obstáculo para disfrutar de lo que
verdaderamente vale y nos sirve. Habrá que tirar todo eso que nos entorpece,
aunque nos duela arrancarlas de nosotros mismos.
Para eso nos dejaremos guiar por la Palabra de Dios queriendo
convertirnos cada día al evangelio, creer de verdad en él porque sabemos que
solo en Jesús tenemos la salvación. Así la liturgia en sabia catequesis nos irá
ofreciendo una riqueza grande de los textos de la Palabra de Dios en este
tiempo para irnos conduciendo paso a paso a la vivencia profunda de la pascua.
Hoy comenzamos con un signo, que es el que da nombre al día, con la
ceniza para que reconozcamos lo que somos, lo manchados que estamos y la
futilidad de tantas cosas que tenemos en nuestra vida y de las que tendremos
que lavaros, purificarnos. Pero en la imposición de esa ceniza sobre nuestra
cabeza el grito grande que tenemos que escuchar es ‘conviértete y cree en el
evangelio’. Es la vuelta de verdad que tenemos que darle a nuestra vida. Es el
sentido que tenemos que darle a este momento que vivimos hoy.
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