Que las cosas pequeñas de cada día sepamos hacerlas impregnadas de amor y espíritu de servicio con la sencillez de los gestos pequeños y humildes
Hechos
de los apóstoles 13,13-25; Sal 88; Juan 13,16-20
No queremos que nadie nos haga sombra. Queremos sobresalir, estar por
encima de todos y podemos tener la sensación de que algunas cosas que tuviéramos
que hacer son humillantes. Como bonitas palabras eso del servicio, de ser
servidores de los demás queda muy bien, pero algunas veces da la impresión de
que nos sentimos humillados y como que quisiéramos que no nos vieran.
Son tentaciones que fácilmente nos afloran desde nuestro orgullo y
nuestro amor propio y eso crea tensiones en nuestro interior y también de
alguna manera con aquellos que nos rodean. En unos mas y en otros menos, pero
nos suceden cosas así en nuestro interior que luego se manifiestan en gestos y
en actitudes, en desconfianzas, en ocultamiento de nuestra verdadera
personalidad. Con lo bonita que seria la vida si viviéramos en actitudes
sencillas y de humildad en nuestras relaciones con los demás; quitaríamos
amarguras que se nos meten por dentro con nuestros miedos y sabríamos ser
felices haciendo felices a los demás.
El texto del evangelio que hoy se nos ofrece es una continuación del
momento en que en la cena pascual lava los pies a los discípulos. Ya sabemos
como les impresiono aquel gesto de Jesús y hasta les resulto incomprensible; ya
sabemos que Pedro no quería dejarse lavar los pies. Por el texto complementario
ya sabemos como Jesús les dice que si El, el Maestro y el Señor, les ha lavado
los pies así tienen que hacerlo los unos con los otros. Hoy le escuchamos en la
continuación de las palabras de Jesús que les dice que ‘el discípulo no es más
que su maestro ni el enviado mayor que el que lo envía’.
Son las actitudes nuevas que Jesús quiere que adornen nuestra vida,
mas bien, nos envolvamos en ellas haciéndolas como nuestra piel. Ya nos dirá
que nuestro distintivo ha de ser el amor, el servicio humilde, el ser capaces
de darnos por los demás, y como modelo nos pone su amor. ‘Amaos los unos a
los otros, como yo os he amado’, terminara diciéndonos. No es una medida
cualquiera, porque bien sabemos cual es la medida del amor de Jesús, el amor más
supremo, el amor de quien es capaz de dar la vida por los que ama.
Como decíamos antes son palabras bonitas fáciles de decir, pero lo
importante es que sepamos traducirlas al día a día de nuestra vida. No se trata
de hacer grandes cosas, sino que esas cosas pequeñas que cada día hagamos las
realicemos impregnadas de ese amor, con esa sencillez de los gestos pequeños y
humildes. Esa buena palabra dicha con suavidad en el momento en que pudiera
surgir en nosotros la ira y la violencia, ese pequeño gesto de acercarnos a
quien esta solo, ese saludo amable y con una sonrisa a aquel con quien nos
encontramos, ese interesarnos con delicadeza por la salud y el bienestar de
quienes están a nuestro lado, esos oídos atentos para escuchar en silencio el
dolor o la preocupación que el amigo o el vecino quizás quiere compartir con
nosotros.
Eso es, en cosas sencillas así, el lavarles los pies a los demás que Jesús
nos dice que nosotros tenemos que hacer como El hizo. Esa es la acogida que
tenemos que saber hacer al que llega a nuestro lado. Eso es saber descubrir al
Señor en aquel con quien nos encontramos y que camina con nosotros en la vida.
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