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jueves, 11 de mayo de 2017

Que las cosas pequeñas de cada día sepamos hacerlas impregnadas de amor y espíritu de servicio con la sencillez de los gestos pequeños y humildes

Que las cosas pequeñas de cada día sepamos hacerlas impregnadas de amor y espíritu de servicio con la sencillez de los gestos pequeños y humildes

Hechos de los apóstoles 13,13-25; Sal 88; Juan 13,16-20
No queremos que nadie nos haga sombra. Queremos sobresalir, estar por encima de todos y podemos tener la sensación de que algunas cosas que tuviéramos que hacer son humillantes. Como bonitas palabras eso del servicio, de ser servidores de los demás queda muy bien, pero algunas veces da la impresión de que nos sentimos humillados y como que quisiéramos que no nos vieran.
Son tentaciones que fácilmente nos afloran desde nuestro orgullo y nuestro amor propio y eso crea tensiones en nuestro interior y también de alguna manera con aquellos que nos rodean. En unos mas y en otros menos, pero nos suceden cosas así en nuestro interior que luego se manifiestan en gestos y en actitudes, en desconfianzas, en ocultamiento de nuestra verdadera personalidad. Con lo bonita que seria la vida si viviéramos en actitudes sencillas y de humildad en nuestras relaciones con los demás; quitaríamos amarguras que se nos meten por dentro con nuestros miedos y sabríamos ser felices haciendo felices a los demás.
El texto del evangelio que hoy se nos ofrece es una continuación del momento en que en la cena pascual lava los pies a los discípulos. Ya sabemos como les impresiono aquel gesto de Jesús y hasta les resulto incomprensible; ya sabemos que Pedro no quería dejarse lavar los pies. Por el texto complementario ya sabemos como Jesús les dice que si El, el Maestro y el Señor, les ha lavado los pies así tienen que hacerlo los unos con los otros. Hoy le escuchamos en la continuación de las palabras de Jesús que les dice que ‘el discípulo no es más que su maestro ni el enviado mayor que el que lo envía’.
Son las actitudes nuevas que Jesús quiere que adornen nuestra vida, mas bien, nos envolvamos en ellas haciéndolas como nuestra piel. Ya nos dirá que nuestro distintivo ha de ser el amor, el servicio humilde, el ser capaces de darnos por los demás, y como modelo nos pone su amor. ‘Amaos los unos a los otros, como yo os he amado’, terminara diciéndonos. No es una medida cualquiera, porque bien sabemos cual es la medida del amor de Jesús, el amor más supremo, el amor de quien es capaz de dar la vida por los que ama.
Como decíamos antes son palabras bonitas fáciles de decir, pero lo importante es que sepamos traducirlas al día a día de nuestra vida. No se trata de hacer grandes cosas, sino que esas cosas pequeñas que cada día hagamos las realicemos impregnadas de ese amor, con esa sencillez de los gestos pequeños y humildes. Esa buena palabra dicha con suavidad en el momento en que pudiera surgir en nosotros la ira y la violencia, ese pequeño gesto de acercarnos a quien esta solo, ese saludo amable y con una sonrisa a aquel con quien nos encontramos, ese interesarnos con delicadeza por la salud y el bienestar de quienes están a nuestro lado, esos oídos atentos para escuchar en silencio el dolor o la preocupación que el amigo o el vecino quizás quiere compartir con nosotros.
Eso es, en cosas sencillas así, el lavarles los pies a los demás que Jesús nos dice que nosotros tenemos que hacer como El hizo. Esa es la acogida que tenemos que saber hacer al que llega a nuestro lado. Eso es saber descubrir al Señor en aquel con quien nos encontramos y que camina con nosotros en la vida.

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