El Señor siempre quiere lo mejor para nosotros, vida en abundancia, y nos
esta haciendo llegar su llamada y su invitación para seguirle a través de
muchos signos y señales
Hechos
de los apóstoles 11,1-18; Sal 41; Juan 10,1-10
‘Yo he venido para que tengan
vida y la tengan abundante…’
son las palabras finales que escuchamos en el evangelio de hoy. Ya el comienzo
del evangelio de Juan en lo que solemos llamar su prologo nos habla de la
Palabra, de la luz, de la vida. La Palabra que se nos revela y nos revela el
misterio de Dios; la luz que ilumina, aunque las tinieblas traten de
rechazarla; la vida que nos salva, que nos regala la gracia de Dios, y de tal
manera que nos hace hijos si en verdad escuchamos esa Palabra, nos dejamos
iluminar por esa luz y nos dejamos transformar por la fuerza del Espíritu
arrancando todo lo que haya de muerte en nosotros.
Hoy con la imagen del pastor, de
la que nos sigue hablando el evangelio igual que ayer domingo, Jesús se nos
presenta como ese Buen Pastor que quiere siempre para nosotros la vida y no de
cualquier manera. Es tal el deseo de Jesús que se entrega por nosotros, da su
vida para que nosotros tengamos vida, entrega su vida por amor hasta la muerte
para arrancarnos del pecado y de la muerte.
Como Buen Pastor que nos ofrece
los mejores pastos para alimentarnos y llenarnos de vida, nos ofrece su cuerpo
entregado y su sangre derramada para el perdón y para la vida, para nosotros y
para todos, de forma sobreabundante en una alianza eterna de amor de manera que
ya nos hace participes de su propia vida.
Este texto del evangelio esta
lleno de exquisiteces, de detalles de amor que tendríamos que saber escuchar en
lo más hondo de nosotros mismos y saborear esa dulzura de su amor dando así
respuesta con nuestra vida y con nuestro amor a tanto que El quiere ofrecernos.
Hoy nos habla del pastor que
conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a El. Creo que tendría que hacernos
pensar y mucho. Primero El nos conoce, nos llama por nuestro nombre, es decir,
con todo lo que es la realidad de nuestra vida, tan llena muchas veces de
sombras, pero que también hemos de saber descubrir tan llena igualmente de
luces. A pesar de nuestras sombras nos ama; a pesar de que erramos tantas veces
el camino, El nos busca, nos llama, viene a nuestro encuentro ofreciéndonos mil
gestos de amor. Sepamos reconocerlo. Sepamos descubrir esos gestos y esas
llamadas que de mil maneras nos hace y démosle respuesta.
Pero nos decía también las
ovejas conocen y escuchan la voz de su pastor. En nuestra civilización mas
urbana quizás ya no sabemos apreciar debidamente lo que esto significa porque
por otra parte poco sabemos de rebaños y de ganados. Pero alguna vez lo hemos
contemplado, esos rebaños conducidos por un pastor, donde las ovejas siguen al
pastor que les guía, reconoces sus silbidos o sus voces con sus indicaciones de
por donde ir o por donde dejarse conducir. Es la experiencia quizás que
tengamos con animales donde es fácil hoy acompañarnos de nuestras mascotas y ya
sabemos como nos conocen y nos siguen, como se alegran cuando de nuevo se
encuentran con nosotros y como obedecen nuestras ordenes. Válganos esa
experiencia o ese ejemplo.
Así tendríamos nosotros que
conocer la voz de Dios, la voz de Jesús que nos habla y que nos llama, que
inspira sentimientos en nuestro corazón o nos ofrece señales en los caminos de
nuestra vida que se convierten para nosotros también en voz de Dios.
Cuantos signos va poniendo el
Señor a nuestro lado de su presencia en la Iglesia o en sus pastores, pero
también en tantas cosas buenas que podemos ver en los demás que se pueden
convertir para nosotros en llamadas a nuestra conciencia. Sepamos discernir esa
voz del Señor, esos signos de la presencia de Dios en nuestra vida; escuchemos
su voz y sigámosle con toda la fuerza del amor. El Señor siempre quiere lo
mejor para nosotros, vida en abundancia como nos dice hoy el evangelio, y nos
esta haciendo llegar su llamada y su invitación para seguirle.
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