Nuestras lágrimas no nos pueden impedir encontrar a Jesús mirando sobre todo las lágrimas de cuantos nos rodean
Hechos
de los Apóstoles 2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18
‘¿Por qué lloras? ¿a quien buscas?’ lloramos por desaliento,
lloramos por desconsuelo, cuando buscamos y no encontramos, cuando nos agobian
los problemas, cuando sentimos la soledad, cuando nos parece que nadie nos
entiende, cuando sentimos deseos de cariño y parece que nadie nos tiene en
cuenta, cuando el dolor no solo nos mortifica corporalmente sino sobre todo
cuando nos duele en el alma, cuando sentimos que nos hacen daño, cuando nos
vemos impotentes en la vida para reaccionar, para responder, para hacer aquello
que ansiamos, cuando nuestras metas parece que se oscurecen y se alejan… tantas
cosas por las que lloramos y no sabemos donde encontrar consuelo, como
encontrar respuesta. ‘¿Por qué lloras? ¿A quien buscas?’ Nos cegamos quizás
y no encontramos a quien estamos buscando.
¿Por qué lloramos? ¿Lloraremos acaso por el sufrimiento de los hermanos
que nos rodean? Abramos los ojos para ver su sufrimiento; no nos
insensibilicemos, es nuestro peligro. Es la madre que no tiene un pan que dar a
sus hijos; es el enfermo que se ve atenazado en una enfermedad incurable; es el
que sufre la violencia de los demás; son los matrimonios rotos y los hijos que
parece ya que no son de nadie; son los que sufren incomprensiones, son juzgados
y criticados, los que nadie quiere y se sienten discriminados, los que llevan
la condena para siempre en sus vidas porque no alcanzan el perdón de los demás;
son los que son victimas inocentes de las guerras y violencias que hacemos
desde nuestras ambiciones egoístas y terriblemente injustas; los que se sienten
engañados y son manipulados por tantas vanidades de la vida; los que sufren por
el odio que llevan en su corazón y no son capaces de perdonar para encontrar la
paz. ¿Seremos capaces de llorar por nuestro pecado que así se convierte en un
mal para los demás y los hace sufrir?
Maria Magdalena lloraba desconsolada a las puertas del sepulcro. Había
venido a buscar el cuerpo de Jesús al que habían crucificado tres días antes y
el sepulcro estaba vacío. Por mucho que los Ángeles le anunciaran la
resurrección de Jesús ella no encontraba consuelo, porque seguía buscando a Jesús
en el lugar de los muertos. Lloraba y sus ojos se cegaban porque ni a Jesús
supo reconocer en quien le hablaba y pensado que era el encargado del huerto
que se había llevado el cuerpo de Jesús a otro lugar, andaba preguntando donde
estaba para ella llevárselo consigo. Sus lágrimas, su dolor, la búsqueda de Jesús
donde no podía encontrarlo cegaban sus ojos para no descubrirle presente ante
ella ahora mismo.
Es cierto que era grande su amor por Jesús, pero incluso el amor le
cegaba y no le dejaba razonar para poder encontrar verdaderamente a Jesús. ¿Nos
pasara de manera semejante a nosotros desde tantas cosas que hacen brotar lágrimas
en nuestros ojos y en nuestro corazón y al final no sabremos ni buscar ni
encontrar a Jesús?
Tenemos que escucharle mas, recordar con todo detalle cuantas cosas
nos ha dicho y enseñado de cómo hemos de buscarle para que llegue la luz a
nuestros ojos y se ilumine también nuestro corazón. El nos ha señalado bien por
donde hemos de encontrarle, en quien hemos de encontrarle, y aunque sean muchas
las cosas personales que nos hagan llorar el corazón – no nos quedemos en ellas
-, comencemos a ver las lagrimas de los que nos rodean y podremos encontrar a Jesús.
Sintamos como nuestro el dolor de los demás, hagamos nuestras sus lágrimas y estaremos
sintonizando con Jesús y le podremos encontrar. Es esa la mirada nueva que
hemos de aprender a tener contemplando a Cristo resucitado.
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