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lunes, 17 de abril de 2017

Contagiemos al mundo de la alegría y de la esperanza que brota fuerte en nuestro corazón con la fuerza de Cristo resucitado

Contagiemos al mundo de la alegría y de la esperanza que brota fuerte en nuestro corazón con la fuerza de Cristo resucitado

Hechos, 2, 14. 22-32; Sal. 15; Mt 28, 8-15
La alegría siempre tiene prisa en comunicarse, en contagiarse. Cuando hemos recibido una noticia que nos llena de alegría nos falta tiempo para compartirla con los demás, a las personas que queremos y apreciamos, o a todo aquel con quien nos encontremos que aunque no lo digamos con palabras nuestro semblante y nuestros gestos lo dicen todo. Con que rapidez corren las noticias, como las queremos comunicar a los demás sobre todo si es algo que nos llena de alegría porque sea el cumplimiento de lo esperado, o sea por la sorpresa que nos produce lo inesperado.
Es lo que nos muestra el evangelio hoy. ‘Las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro’, comienza diciéndonos. ‘Corrieron a anunciarlo a los discípulos, impresionadas y llenas de alegría’. Luego, Jesús que les sale al encuentro y les comunica que vayan a decírselo a los hermanos.
La noticia no se podía quedar encerrada. Aunque luego los sumos sacerdotes busquen la manera de que la noticia no se conozca y si acaso llega a oídos de la gente se tratara de desprestigiar y decir que lo que ha sucedido es que los discípulos se han robado el cuerpo de Jesús y por eso no lo encuentran en el sepulcro; se valdrán de lo que sea, mentiras, sobornos, apaños de todo tipo.
Ayer celebramos con alegría la resurrección del Señor. Y ya desde ayer se nos confiaba la misión de compartir la noticia con los demás, llevar esa Buena Noticia al mundo que tanto necesita de esperanza. Quienes hemos vivido la alegría de la Pascua, quienes hemos sentido allá en lo hondo del corazón la presencia de Cristo resucitado en nosotros, en nuestra vida y para nuestro mundo, no podríamos callar la noticia. De muchas maneras tendríamos que haberla comunicado a los demás. Esa alegría que desborda, pero también eso nuevo que sentimos en nuestro corazón transformado por la pascua no la podemos acallar.
También nosotros podremos temer a esos que van a la contra de lo que nosotros anunciamos; muchos podrán llamarnos ilusos y visionarios, fanáticos o carcas, porque descalificaciones de todo tipo podemos recibir de un mundo que no quiere recibir la buena noticia de la salvación de Jesús. Hay, si, quienes no quieren recibir, acoger, aceptar esa buena noticia, ese evangelio de salvación, porque dicen que tienen otros medios para mejorar nuestro mundo. Pero nosotros no nos podemos acobardar.
Alguna vez nos habrá podido suceder que cuando en un día como hoy felicitamos con la alegría de la Pascua de la Resurrección de Cristo a alguien de nuestro entorno, nos rechace esa felicitación, nos diga que no cree en esas cosas, que pasa de todo tipo de signo o manifestación religiosa; y nos podemos sentir cortados, acobardados, sin saber que responder.
Pero no tendríamos que acobardarnos; que lo acepten o no entra dentro de su libertad que nosotros respetamos también, pero nadie nos puede impedir que nosotros comuniquemos aquello que nos produce una gran alegría, aquello que da sentido a nuestra vida, aquello que es el centro de nuestra fe. Y no lo podemos callar. Y lo tenemos que anunciar. Y tenemos que felicitar al mundo, aunque el mundo no quiera aceptarlo, porque con Cristo resucitado es posible un nuevo mundo y un mundo mejor, porque con Cristo resucitado encontramos la esperanza mas profunda para nuestras vidas desencantadas de tantas cosas.  
Contagiemos a nuestro mundo de esa alegría y de esa esperanza que brota fuerte en nuestro corazón con la fuerza de Cristo resucitado.

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