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viernes, 21 de abril de 2017

‘Es el Señor’ que se nos manifiesta en las orillas de los mares y de los caminos de la vida de tantas formas diferentes pero que hemos de saber reconocer

‘Es el Señor’ que se nos manifiesta en las orillas de los mares y de los caminos de la vida de tantas formas diferentes pero que hemos de saber reconocer

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15
A veces hacemos cosas con la normalidad de la rutina, podíamos decir, de lo que hacemos cada día pero que luego pueden tener hondos significados o tener repercusiones importantes para el resto de nuestra vida. Y no solo es aquello que podemos hacer quizás de una forma negativa por la malicia con que lo hacemos y que siempre traerán consecuencias en el daño que nos hacemos a nosotros mismos y hacemos a los demás convirtiéndose incluso en escándalo para los demás, sino que quiero hoy pensar en cosas buenas, en cosas positivas, pero que hacemos con toda naturalidad y que pueden traernos una gran riqueza espiritual para nosotros o para aquellos a los que les afecten.
Cuantas veces nos decimos, mira eso que hicimos casi sin darnos cuenta y el bien que esta haciendo en los demás, o cuantas veces nos hacen notar que por algo que nosotros hicimos alguien sintió una luz en su vida que le ayudo quizás en decisiones importantes que tenia que tomar. Es importante que cuidemos lo que hacemos, tengamos buen ojo, podríamos decir, porque en cosas así se nos puede manifestar la voluntad del Señor para muchas cosas de nuestra vida. Saber tener una visión positiva y una lectura creyente de lo que hacemos o de lo que incluso contemplamos alrededor.
‘Me voy a pescar’, dice Pedro con la naturalidad del que esta acostumbrado a hacerlo, a salir de pesca cada día para lograr el sustento de su casa y contribuir con su trabajo, aunque sea remunerado, también al mantenimiento de la vida de los demás. Es cierto que un día habían dejado las redes y las barcas y se habían ido con Jesús, que les había prometido hacerlos pescadores de hombres. Ahora tras los acontecimientos que se han sucedido en Jerusalén y tras los avisos recibidos se han venido de nuevo a Galilea. Y en su rutina de cada día se deciden salir a pescar.
Muchas cosas van a suceder desde algo tan sencillo como salir a echar las redes en el lago para pescar. Pero como en otra ocasión se han pasado la noche sin pescar nada, y ya esta amaneciendo. Alguien, a quien no conocer en la turbia luz del amanecer, pregunta desde la orilla si han cogido algo. Ante la respuesta negativa les invita a echar la red por el otro lado de la barca. Y el milagro se produce de nuevo, muchos son los peces, tantos que casi no pueden sacar la red, pero mientras alguien en la barca se da cuenta de quien esta allá en la orilla.
Es el Señor, le dice Juan a pedro, poco menos que al oído. No hace falta mas para pedro lanzarse al agua tal como estaba para llegar a los pies de Jesús. Los demás vendrán en la barca arrastrando la red. Todos quieren estar de nuevo a los pies de Jesús. Sin necesidad de coger de lo que ha sido la pesca, ya se encuentran sobre una brasas un pez y pan, y Jesús les invita a almorzar. Nadie se atreve a preguntar porque todos saben que es el Señor.
‘Es el Señor’. Tenemos que reconocerle. Se nos manifiesta en las orillas de los mares y de los caminos de la vida de tantas formas. Muchas veces se nos puede nublar la vista, entretenidos en nuestras cosas, afanados en nuestras tareas, abrumados por los problemas, agobiados quizás por tanto que vemos que tenemos que hacer, arrastrados por nuestras rutinas que le hacen perder fuerza a lo que hacemos, insensibilizados en nuestra cerrazón y nuestros egoísmos insolidarios, turbios porque el pecado se nos ha metido en el corazón. Pero viene el señor a nuestro encuentro. Que sintamos en verdad brillar su luz sobre nosotros. Su Espíritu nos descubrirá el sentido de todo y nos dacha fuerza para seguir caminando con sentido en la vida.

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