Miremos nuestros propios tropiezos para que seamos capaces de comprender y no juzgar, perdonar y no condenar a imagen del Señor que es compasivo y misericordioso
Daniel
13,1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22; Juan 8,1-11
Levantamos demasiadas veces en la vida el dedo acusador. Claro que no
nos gusta que ese dedo se vuelva contra nosotros, porque aunque hagamos algo
mal o cometamos errores siempre estaremos buscándonos justificaciones. Pero a
los otros no le pasamos nada. Ahí están nuestros juicios, nuestra critica,
nuestra condena. Habrán hecho o no el mal, pero sin pensárnoslo mucho
levantamos el dedo acusador y condenamos.
Pero por nuestro orgullo exigente tampoco damos oportunidad al otro a
que se regenere, a que corrija, a que pueda de nuevo comenzar una nueva vida;
ya lo tendremos marcado para siempre; será o no será culpable, pero el
sambenito no hay quien se lo quite y ya para siempre será para nosotros el que
hizo aquello, el que cometió tal injusticia, el que tropezó en la vida sin
darnos cuenta que nosotros tropezamos tantas veces e intentamos una y otra vez
volver a levantarnos.
Pero quizás en nuestro juicio esta el hecho de que no aceptamos al
otro, su actuar, su manera de ser o como enfrenta los problemas. Muchas veces
nos molesta quizás su rectitud y buscamos la manera como cogerle en algo, como
encontrar algo en lo que pueda fallar y todo lo que hace o lo que dice lo
pasamos por nuestro tamiz, por nuestro filtro, por nuestros juicios y ya
previamente lo condenamos.
Es de lo que nos habla hoy el evangelio. Estaban buscando como coger a
Jesús en sus palabras o en sus actuaciones. Aquel sentido nuevo de las cosas,
de la vida, de la relación con Dios no les gustaba, les parecía incluso herético
porque consideraban que Jesús se hacia con atribuciones que no le correspondían.
No sabían como podrían condenarle, quitarle de en medio por eso tendrían que
cazarle en alguna palabra, en alguna actitud, en algo que hiciera.
Jesús que hablaba tanto de amor y de perdón, vamos a ver hasta donde
ella. Por eso le presentan a una mujer pecadora, a una mujer que ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés mandaba apedrear a las
adulteras, vamos a ver cual es la respuesta de Jesús. Por eso le llevan a esa
mujer, que para ellos ya estaba condenada, ¿Qué hará Jesús? Ante El arrastran a
aquella mujer. Todo eran dedos acusadores. Todos estaban esperando la respuesta
de Jesús porque el dedo se podría volver también contra El.
Jesús calla, parece entretenido haciendo dibujos en la tierra; ellos
insisten y ahí tenemos la respuesta de Jesús. ‘El que este sin pecado, que
tire la primera piedra’. Ahora el silencio se hizo en ellos, el silencio
quedo ahora en torno a aquella mujer que se ha quedado sola, sin sus
acusadores, delante de Jesús. Se habían ido escabullendo.
‘Mujer, ¿nadie te ha condenado?... pues yo tampoco te condeno, vete
y no peques mas’. Son las palabras decisorias de Jesús. Jesús que abre puertas, Jesús que pone en
camino, Jesús que quiere que emprendamos una nueva vida. como al paralítico que
le dijo que cargara con su camilla y fuera a su casa; como al leproso que quedo
limpio y lo mando a casa con los suyos; como a tantos pecadores que los hacia
bajar de su higuera, los había levantado de su garita, los ponía en camino de
una vida nueva.
‘Vete en paz, no peques mas’. Jesús cree en las personas, en su
regeneración, en que pueden comenzar una vida nueva y distinta, que pueden
encontrar la paz en su corazón, que pueden de nuevo encontrarse con los demás.
¿Por qué vamos a juzgar y a condenar? ¿Acaso nosotros no hemos tropezado muchas
veces en la misma piedra y aun seguimos intentándolo una y otra vez? ¿Es que se puede seguir cargando para siempre
con el peso de su delito si se ha arrepentido y esta intentando una nueva vida?
Cuidado porque en eso seguimos tropezando, porque seguimos juzgando y
condenando, porque no damos oportunidades, porque no creemos en las personas. Y
nos puede suceder hasta en los que nos consideramos más cristianos y
religiosos, nos puede suceder incluso en el seno de la misma Iglesia.
No olvidemos que con la gracia del Señor todo es posible, con la
gracia del Señor podemos emprender una vida nueva. El Señor no tiene en cuenta
para siempre nuestros delitos porque su misericordia es eterna y es compasivo y
misericordioso. Jesús nos dice que seamos compasivos como nuestro Padre es
compasivo.
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