A las puertas de la semana de pasión que nos conduce a la Pascua caminamos en pos de María, Madre de los Dolores, que nos llevará por el amor y la cruz a la gloria de la vida
Jeremías
20,10-13; Sal 17; Juan 10,31-42
Los textos litúrgicos de este día nos hablan de aquellas diatribas que
Jesús mantenía con los judíos sobre su propia identidad por lo que buscaban la
manera de prenderle y de quitarle de en medio. Cuando en el evangelio de Juan
se hace esa mención a los judíos no es una referencia en general a todo el pueblo, sino mas bien a los
dirigentes de la sociedad del momento, como eran los sumos sacerdotes, el
sanedrín, los escribas o maestros de la ley y aquellos grupos de especial
influencia como serian los fariseos y los saduceos.
Hoy veremos, incluso, que Jesús se retira a la región de más allá del Jordán
donde aun sigue predicando y nos dice el evangelista que muchos creyeron en El.
Será en esa estancia mas allá del Jordán donde le llegara la noticia de la
enfermedad de Lázaro, que escuchábamos el pasado domingo y su posterior muerte
con los acontecimientos que siguieron ya comentados.
Estamos a las puertas ya casi de la semana santa y la liturgia nos va
preparando para estos días de pasión que nos lleven a celebrar la pascua. Por
eso todo el ambiente que nos ofrecen las lecturas de la Palabra de Dios hacen
referencia a como tramaban contra El que desembocara en su prendimiento como
iremos viendo en los días sucesivos. Nos daría esto para momentos de reflexión
en como nosotros aceptamos de corazón a Jesús y estamos dispuestos a entrar con
El en esta semana de pasión, pero ya será tema de reflexión en los próximos días.
Este viernes de la quinta semana de cuaresma – semana que ya
comúnmente llamamos también de pasión – es tradicional fijarnos en la figura de
María. Llamamos a este viernes precisamente Viernes de Dolores, por esa
referencia a la Madre de Jesús. Aunque la festividad litúrgica de la Virgen de
los Dolores es el quince de Septiembre ya en
nuestros templos suele estar entronizada la imagen de la Virgen Dolorosa
como una preparación fuerte para nuestros corazones para vivir los días que se
acercan.
Miramos, si, a María en el camino de la pasión, al pie de la cruz en
el Calvario. Madre de los Dolores, la llamamos, Virgen de las Angustias y así tantos
nombres que con nuestro amor de hijos queremos darle junto al sufrimiento
redentor de su Hijo en la Cruz. Allí Jesús quiso dárnosla como Madre, aunque
ella nos llevaba ya en el corazón desde que acepto la Encarnación de Dios en
sus entrañas. Conocía ella las Escrituras y lo que los profetas habían
anunciado del sufrimiento del Siervo de Yahvé. Ella sabia que allí estaba la redención.
También el anciano Simeón se lo había anunciado diciéndole que una espada atravesaría
su alma. Jesús seria un signo de contradicción porque su ofrenda de amor le
llevaba a la muerte y aquella muerte nos daría la vida.
Pero de signos contradicción íbamos a ser nosotros porque teniendo la salvación
que Jesús nos ofrecía a nuestra mano sin embargo en lugar de la vida tantas
veces preferimos la muerte. Contradicciones de nuestra vida pecadora. Y María
sabia que había de estar a nuestro lado para recordarnos una y otra vez el
camino de Jesús, el camino del amor que nosotros habíamos de escoger. En su
dolor y sufrimiento están los dolores de Jesús en la cruz, pero esta también
nuestro sufrimiento como están nuestras negruras y oscuridades.
Cuando ahora la vamos a contemplar caminando en pos de Jesús en la
calle de la Amargura vamos a seguir sus pasos, vamos ponernos a su lado, vamos
a sentir el resplandor y el calor de su amor que mueva también nuestros
corazones para que nos decidamos a hacer el camino de Jesús. María es un camino
certero que nos lleva a la pascua, que nos hace vivir la pascua, que nos
ayudará a transformar nuestro corazón y nuestra vida para sentirnos siempre
iluminados por la luz de Jesús.
Ella siempre nos dirá haced lo que El os diga, y nos señala del
camino de Jesús, el camino de la cruz pero que es el camino del amor y de la
vida.
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