Cuando el Señor ha derramado su amor y su misericordia sobre nosotros de ese amor y de esa misericordia estamos obligados a hacer partícipes a los demás como sembradores de paz y de esperanza
Apocalipsis 18,1-2.21-23; 19,1-3.9ª;
Sal 99; Lucas 21,20-28
El texto del evangelio que venimos escuchando en estos últimos días
del ciclo litúrgico nos pueden producir un cierto desasosiego porque pensar en
los últimos días ya de de nuestra vida personal o ya sea pensar en los últimos
tiempos como final del mundo y de la historia es algo que nos puede resultar
incómodo, duro, de difícil comprensión y fácilmente pueden aparecer temores,
dudas, miedos en nuestro corazón. No pretende el Señor angustiarnos sino
precisamente todo lo contrario, son palabras que nos invitan a la tranquilidad,
a la paz, a la esperanza.
Se entremezclan en este texto como en los anteriores que hemos venido
comentando imágenes que hacen referencia a lo que fue la destrucción de
Jerusalén – como hemos dicho quizá ya acaecida cuando san Lucas nos trasmite el
evangelio – con imágenes que nos hablan de tiempos difíciles como en todos los
momentos de la historia ha habido o imágenes que nos puedan hacer imaginar –
valga la redundancia – lo que pudiera ser el fin del mundo.
En el momento presente hay acontecimientos en los que pudiéramos ver
reflejadas algunas de las cosas que se nos dicen, terremotos que asolan
poblaciones enteras, huracanes y ciclones que van destruyendo todo por donde
pasan, guerras violentas que se repiten en distintos lugares de nuestro
planeta, destrucción y muerte como lo estamos viendo en Siria e Irak a la que
van unidas persecuciones de tipo religioso. Son cosas que a cualquier persona
sensible le llenan de inquietud.
Por otra parte cada uno en su historia personal se encuentra con
incomprensiones, momentos de difícil convivencia con los que nos rodean, vemos
a nuestro alrededor matrimonios rotos que dejan mucho dolor tras de sí,
abandonos, pobreza, muchas cosas que en su cercanía a nosotros o a los seres
que apreciamos nos llenan también de dolor y hacen que sintamos una cierta
preocupación y hasta angustia porque muchas veces no vemos fácil salida a esas
situaciones.
Y ante todo eso, ¿qué hacemos? ¿Cuál ha de ser nuestra actitud,
nuestra postura, nuestro compromiso? ¿Cómo nos tenemos que sentir por dentro?
Y hoy escuchamos a Jesús que nos dice: ‘cuando veáis todo eso…
levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación’. ¿Qué nos quiere decir Jesús?
Anunciarle la liberación a quien se siente oprimido es una forma de alentar su
esperanza y hacer que viva esos momentos duros por los que pueda estar pasando
de una forma distinta. Cuando tenemos esperanza de una pronta liberación parece
que nos sentimos con nuevas fuerzas.
Eso quiere el Señor para nosotros.
No olvidemos que ya desde el principio de su evangelio Lucas nos va
presentando a Jesús como el que viene a traernos la libertad, como el que viene
a liberarnos. Lo vemos expresado ya en el cántico de María en que se anuncia
una gran misericordia y los pobres y los hambrientos se llenaran de bienes
hasta hartarse; lo vemos en la sinagoga de Nazaret en aquel texto de Isaías que
Jesús proclama y del que dice que todo aquello que acaban de oír se está
cumpliendo ya.
El Señor nos ha liberado y nos ha llenado de su gracia; nos sentimos ya
renovados en el amor del Señor, ¿qué hemos de temer? Y cuando el Señor ha
derramado su amor y su misericordia sobre nosotros de ese amor y de esa
misericordia estamos obligados a hacer partícipes a los demás. Allí donde hay
sufrimiento, dolor, angustia, desesperanza, muerte nosotros tenemos que llevar
vida, luz, amor. Allí tenemos que estar con nuestro amor que se hace
compromiso, consuelo, que lleva paz, que da esperanza. Allí hemos de estar
queriendo poner nuestro granito de arena para hacer un mundo nuevo, un mundo
mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario