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lunes, 21 de noviembre de 2016

No son dos reales como la viuda del evangelio sino como hizo Maria es el corazón, la vida, la voluntad, es todo nuestro ser el que se hace ofrenda al Señor

No son dos reales como la viuda del evangelio sino como hizo María es el corazón, la vida, la voluntad, es todo nuestro ser el que se hace ofrenda al Señor

Apocalipsis 14,1-3.4b-5; Sal 23; Lucas 21,1-4

¿Qué es lo que damos? ¿Hasta donde llega nuestro compartir? Decimos, cada uno da lo que puede. Pero pensemos sinceramente qué es lo que podemos dar o hasta donde estamos dispuestos a dar y a compartir.
Parecen cosas muy elementales lo que estamos diciendo y que casi no tendríamos que planteárnoslo. Pero puede darnos la medida de nuestro amor, o si lo queremos decir de otra manera, la medida de nuestro egoísmo. Porque cuando estamos pensando en esto que decimos comenzamos por pensar en nosotros, en lo que tengo, en lo que necesito y entonces hasta donde voy a dar para que a mi no me falte. Estamos centrándonos en nuestro yo.
Es bien contrario a lo que vemos en el evangelio y que alaba Jesús. Nos cuenta el evangelio que Jesús estaba a la entrada del templo enfrente del cepillo de las limosnas. Quizá nadie se fijara porque era un episodio de todos los días, al menos en general, pero según iban las distintas personas iban depositando sus ofrendas. Como hacemos nosotros cuando entramos en la Iglesia o cuando nos pasan el cesto de las limosnas. Y como nos dice el evangelista ‘alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las ofrendas’.
Pero Jesús se fijó en lo que quizá nadie se fijaba. ‘Vio también una viuda pobre que echaba dos reales’. ¿Se trataba simplemente de esa calderilla buscamos en el fondo de nuestros bolsillos y que ponemos para quedar bien? En este caso no era la calderilla que sobraba sino que era todo lo que aquella mujer tenía para comer. ‘Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’.
Es ahora cuando tenemos que hacernos aquellas preguntas con las que iniciábamos la reflexión. ¿Qué es lo que damos? ¿Hasta donde llega nuestro compartir? Es donde tenemos que ver el termómetro de nuestra generosidad. Es cuando hemos de ver si realmente nosotros ponemos corazón en lo que hacemos por los demás, en lo que damos y en lo que compartimos. Porque ya sabemos lo que generalmente nos puede pasar. Y es que con Jesús tenemos que aprender a dejar de mirarnos a nosotros mismos para comenzar a mirar a los demás.
Hoy la liturgia de la Iglesia celebra una fiesta de María que un poco nos puede pasar desapercibida. Es la presentación de María en el templo. Podríamos decir que no tiene ningún fundamento bíblico porque el que había de ser presentado en el templo era el primogénito varón.  Pero quizá en devoción de los cristianos de todos los tiempos – en la Iglesia oriental esta fiesta tiene una relevancia especial – hacemos como un parangón con Jesús que a los cuarenta días fue presentado en el templo en cumplimiento de la ley mosaica.
La tradición de esta fiesta un poco se apoya en evangelios apócrifos que hablan de cómo María fue enviada al templo para allí ser educada junto a otras niñas. Pero el sentido que suele darse a esta fiesta es algo así como una consagración de María al Señor, un poco repitiendo lo que la Escritura dice de Jesús en su entrada al mundo, ‘aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’.
María que se ofrece y consagra al Señor; María que pone todo su corazón en Dios, por lo que el ángel la llamará la llena de gracia; María la que consagra toda su voluntad a lo que Dios quiera de ella que le hará decir ‘aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’; María que no se contenta con dar cosas sino que da su corazón, se da toda ella a sí misma como la mejor ofrenda al Señor. No son dos reales, es su corazón, es su vida, es su voluntad, es todo su ser el que se consagra al Señor.

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