Rompamos todas las barreras que puedan haber hasta dentro de nosotros mismos que nos impiden acercarnos a Jesús
1Samuel
8,4-7.10-22ª; Sal. 88; Marcos 2,1-12
Por naturaleza nuestra vocación es la comunión y el
encuentro, la cercanía y la relación de amistad, el caminar juntos y el ser
capaces de tendernos la mano para juntos ser más felices y hacer un mundo
mejor. Sin embargo, hemos de reconocer, cuánto nos cuesta; cuántas cosas se nos
meten dentro de nosotros que nos alejan, nos aíslan, nos enfrentan. Parece como
que pusiéramos barreras entre unos y otros.
Cuántas barreras nos interponemos porque rondan dentro
de nosotros nuestros orgullos y resentimientos; cuántas barreras nos ponemos
con nuestros prejuicios e ideas predefinidas de los otros; cuántas barreras
desde los celos que nos hacen excluyentes o nos vuelven acaparadores de la
amistad de los otros impidiendo que otros puedan compartir también esa belleza
de la amistad; barreras que nos interponemos con prejuicios y murmuraciones que
crean desconfianza; discriminaciones que nos impiden aceptar a otro o lo que el
otro nos ofrece; desconfianza que enfría la amistad y la cercanía.
Hoy en el evangelio hemos visto a unos hombres que
traen a un paralítico pero no podían llegar hasta Jesús. El gentío se lo impedía.
Todos querían, es cierto que quizá con buena voluntad, estar cerca de Jesús
para verle, para escucharle, pero de alguna manera se convirtieron en barrera
que impedía acercarse a Jesús.
Pero aquellos hombres, con una fe grande que merecerá
el beneplácito de Jesús, rompen barreras aunque para ello tengan que romper el
techo de la casa para hacer llegar al paralítico a los pies de Jesús. Pero hay
otros allí también intentando crear barreras con sus prejuicios y sus
desconfianzas. Allí están los que se ponen siempre a una cierta distancia para
observar y para juzgar, para criticar y para condenar.
Ya sabemos que con Jesús se rompen todas las barreras y
Jesús llegará a nosotros dándonos vida. Aquel hombre salió de la presencia de
Jesús no solo sanado de su invalidez física, sino sobre todo sanado y salvado
desde lo más hondo, porque para él estaba el perdón de los pecados. Queda claro
quien es Jesús que si puede levantar al paralítico de su camilla también puede
perdonar los pecados, porque todo es obra de Dios y Dios estaba en El.
Pero quizá convendría reflexionar en este momento con
la idea con que comenzábamos. Pensemos por una parte las barreras con que nos
encontramos para llegar hasta Jesús que muchas veces están en nosotros mismos
porque quizá no somos valientes para dar el paso adelante acercándonos a Jesús
y su gracia salvadora; pensemos en las ataduras de nuestra vida, nuestros
apegos, nuestras cobardías, nuestro amor propio, nuestra desconfianza, nuestro
miedo al qué dirán y así tantas cosas que se interponen desde dentro de
nosotros mismos.
Pero pensemos también si acaso nosotros podamos ser
obstáculo o barrera para que otros se acerquen a Jesús. Muchas veces los que
parece que estamos más cerca quizá por la no congruencia de nuestra vida no somos
luz, sino más bien sombra que se interpone. Tenemos que romper quizá muchos
moldes personales para que nada nos impida ni impida a los demás llegar hasta
Jesús.
Nos es necesario una purificación y un cambio de muchas
actitudes puritanas, de autosuficiencia en creernos los mejores o acaso únicos
poseedores de la verdad; abajarnos de ese escalón en el que nos subimos para
creernos superiores, más merecedores que los otros, para discriminar, para
mirar acaso con desconfianza a los que intentan acercarse a Jesús sintiéndose
en verdad pecadores. Que nunca seamos obstáculo, barreras que se interpongan y
cierren puertas. Nuestra misión de cristianos es llevar el anuncio de la Buena
Nueva de Jesús a todos y ayudar a que todos puedan sentir el gozo de la fe y de
sentirse inundados del amor de Dios.
Cuidado que dentro de la misma Iglesia tantas veces
podemos encontrar esas barreras porque no siempre somos signos de la
misericordia de Dios para todos.
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