En el Bautismo de Jesús contemplamos el misterio de Dios que se nos revela señalándolo como Hijo amado de Dios y damos gracias porque en el Bautismo del Espíritu también nos hace hijos de Dios
Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos, 10, 34-38; Lucas 3, 15-16.
21-22
Hay momentos en la vida que son como compendio o
resumen. Después de un trabajo realizado vemos el conjunto de todo lo que hemos
hecho; después de una meta alcanzada o de un camino recorrido nos sentimos
satisfecho y recordamos todo lo que fueron los esfuerzos y las luchas; al
iniciar una nueva etapa, nos detenemos, resumimos lo que pretendemos alcanzar,
valoramos lo que vamos a hacer y sentimos el gozo de lo vivido que nos impulsa
a ese nuevo paso en la vida. Así podríamos recordar muchas situaciones que
habremos experimentado y vivido en este sentido.
La liturgia también tiene su pedagogía, que no son solo
los protocolos como hoy se dice o los ritos preestablecidos. En la liturgia
expresamos nuestra fe y la celebramos; alabamos, damos gracias siguiendo, es
cierto, un ritmo para vivir y empaparnos de todos los misterios de la fe que
celebramos. Pero la liturgia en su ritmo nos va enseñando y ayudando
paulatinamente a ir viviendo en cada momento el misterio de Cristo que
celebramos siguiendo como un ritmo ascendente y que al mismo tiempo envuelve
toda nuestra vida.
Este domingo, podríamos decir, es uno de esos momentos.
Concluimos todas las celebraciones de la Navidad y de la Epifanía del Señor. Por
así decirlo, echamos una mirada a su conjunto. Trascendemos de las escenas de
la Infancia de Jesús que contemplamos en torno a su nacimiento para contemplar
en El todo el Misterio de Dios que se manifiesta. Porque no podemos
infantilizar nuestra religión ni nuestra vivencia de la fe. Ese niño que contemplábamos
recién nacido en Belén y recostado entre pajas o en los brazos de María es el
Hijo de Dios.
Es lo que se nos viene a expresar, como a revelar, en
este domingo del Bautismo del Señor. Es el Hijo del Altísimo del que Juan
Bautista iba a ser su precursor en el desierto; es el Salvador anunciado por
los ángeles a los pastores en la noche de Belén, cuyo nombre sería Jesús como
le señalaría el ángel a José, porque salvaría al pueblo de sus pecados; es el
Emmanuel, el Dios con nosotros, anunciado por los profetas y que nació del seno
de una Virgen; es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo como
señalaría más tarde el Bautista a sus discípulos; es el Hijo amado de Dios que oímos
resonar junto al Jordán en su bautismo hoy desde la voz venida del cielo mientras
el Espíritu se posaba sobre El en forma de paloma.
Hoy celebramos el bautismo de Jesús en las aguas del
Jordán. Quiso Jesús someterse a aquel bautismo, poniéndose en la fila de los
pecadores porque El iba a cargar con nuestros pecados. Con razón luego Juan
diría que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Juan había
sentido que el Espíritu le revelaba en su corazón que aquel sobre quien viera
bajar el Espíritu Santo sería en quien se cumplirían las promesas, porque sería
el Mesías anunciado, porque sería en verdad nuestro Salvador.
Allí se iban a manifestar las maravillas de Dios. ‘Se rasgó el cielo, el Espíritu vino sobre El
como una paloma, la voz del Padre resonaba desde el cielo: Este es mi Hijo
amado, mi predilecto’. Allí aparecía la gloria de Dios. No se escucharían
los cantos de los ángeles como en Belén; no resplandecerían en su blancura los
vestidos y el rostro de Jesús como más tarde sucedería en el Tabor, pero sí se
estaba manifestando la gloria del Señor señalándonos quien era Jesús, el Hijo
amado y predilecto de Dios.
Nosotros hoy seguimos con el mismo espíritu de
contemplación con que hemos venido celebrando todos los misterios de la
Navidad. Sí, nos quedamos contemplando la gloria del Señor; nos sentimos
sobrecogidos ante tanto resplandor, pero al mismo tiempo damos gracias porque
podemos conocer a Jesús en toda su plenitud, porque podemos conocer y escuchar
a Dios.
Es el que nos va a bautizar a nosotros no solo con un
bautismo de agua, como el de Juan, sino que seremos bautizados en el Espíritu.
Es cierto que necesitamos un bautismo que nos purifique como aquel que Juan
administraban en el Jordán, pero a partir de este momento Dios nos va a regalar
algo más; no solo nos purificará sino que nos elevará; no solo quitará el
pecado de nosotros con su perdón y su misericordia sino que por su amor
infinito también seremos llamados hijos, en el bautismo nos hacemos participes
en Jesús de su vida divina, para hacernos también hijos de Dios.
¡Qué regalo más hermoso! Podemos ser hijos de Dios,
vamos a ser llamados hijos de Dios, pero como nos dirá san Juan en sus cartas,
es que en verdad lo somos porque así por la fuerza del Espíritu nos hace
participes de su vida divina.
Contemplación, sí, en esta fiesta del Bautismo del Señor
para acoger todo este misterio de Dios que se nos revela, pero al mismo tiempo
acción de gracias, alabanzas a Dios que así nos ama.
La liturgia también tiene su pedagogía, que no son solo los protocolos como hoy se dice o los ritos preestablecidos. En la liturgia expresamos nuestra fe y la celebramos; alabamos, damos gracias siguiendo, es cierto, un ritmo para vivir y empaparnos de todos los misterios de la fe que celebramos Ir aquí
ResponderEliminar