Jesús es la Palabra de vida que hemos de anunciar con la autoridad de las obras de amor que manifiestan la misericordia de Dios para todos
1Samuel
1,9-20; Sal.: 1S 2,1-8; Marcos
1,21-28
El mundo está cansado de palabras; nosotros estamos
cansados de palabras. Palabras que se repiten, promesas que quieren ilusionar,
mensajes que recibimos por aquí y por allá, desde un sentido y desde lo
contrario. Todo son palabras y nos cansamos. Necesitamos algo más, algo que
haga creíbles esas palabras y quienes las pronuncian, cumplimiento palpable de
tantas promesas que pronto se olvidan, algo más que palabras encantadoras que
halaguen nuestros oídos o sutilmente lo que quieren es engatusarnos en promesas
de satisfacciones instintivas. Esto nos sucede hoy, pero ha sucedido en todos
los tiempos de manera que nos encontramos muchas personas que se hacen oídos
sordos, que parece que vienen de vuelta porque ya nada creen.
Pero cuando apareció Jesús por Galilea y comenzó a
enseñar en sus sinagogas o donde tenía ocasión de hablar a la gente haciendo el
anuncio del Reino de Dios la reacción de la gente fue distinta. Ahora sí
entendían lo que se les quería decir; quien les hablaba lo hacia con
convencimiento y autoridad. Era el anuncio de las promesas recibidas desde
siglos pero ahora veían que todo se hacia realidad, se hacia presente. La gente
estaba admirada, comparando la manera de hablar de Jesús con la de los maestros
de la ley que les enseñaban en las sinagogas y en el templo. Ahora no eran
palabras aprendidas de memoria, sino que allí estaba la Palabra con toda su
autoridad.
Por eso la presentación que hará Juan en el prologo de
su Evangelio es hablarnos de la Palabra, que estaba en Dios, que era Dios, que
creaba y que iluminaba la vida de los hombres, aunque los hombres no quisieran
reconocerlo; era la Palabra viva que se hacia vida, porque se encarnaba, porque
plantaba su tienda en medio de los hombres.
Escuchan las gentes de Cafarnaún en la sinagoga aquel
sábado la Palabra de Jesús y les convencía, porque sentían que se llenaban de
vida. Quienes estaban llenos de muerte y no querían alcanzar la vida, le
rechazarían. Ya Juan había dicho que la luz brilla en medio de las tiniebla y
la tiniebla no la recibió. Allí había un hombre poseído por un espíritu maligno
que se resistía. Pero está la autoridad de la Palabra de Jesús. ‘Cállate y sal de él’. Y el espíritu
maligno aunque retorció a aquel hombre, lo dejó libre. ‘¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus
impuros les manda y le obedecen’, exclama la gente asombrada. Y la noticia corrió
por todas partes.
Estamos ante Jesús y le escuchamos. También sentimos
esa palabra de vida y esa palabra salvadora sobre nosotros. Tenemos que
escucharle, con asombro, con admiración, con fe, acogiendo esa palabra en
nosotros. Pero nosotros también tenemos que ser palabra para los demás, porque
la noticia ha de correr por todas partes; hemos de anunciar a Jesús. Con
nuestra palabra, con la autoridad de nuestra vida transformada por esa palabra,
con la autoridad de quien no solo va diciendo palabras sino que va realizando
esa salvación de Jesús en los demás.
De cuántos males tenemos que liberar a los hombres que
nos rodean; ahí están con sus sufrimientos, con sus esclavitudes, con sus
oscuridades. Por nuestras obras tenemos que ser signos de la Palabra salvadora
de Jesús en el consuelo que damos al que sufre, en el amor que le tengamos a
los hermanos, en el mal que vamos curando ayudando a todos a liberarse de lo
malo, en la esperanza que vamos sembrando, en la vida con la que vamos
transformando ese mundo en el que vivimos.
Cuánto tenemos que hacer para hacer creíble en nuestros
labios la Palabra de Jesús, su mensaje de salvación. Cuánto tiene que seguir
haciendo la Iglesia para ser signo verdadero de la misericordia de Dios.
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